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Por Publicado el: 26/05/2016Categorías: Crítica

Beckmesser ante Moises y Aaron

Beckmesser ante Moises y Aaron

Mi nombre es Sixtus Beckmesser. Tras ciento veinticinco años volví a vivir con un solo objetivo: salvar a mi música. Porque mi antiguo enfoque no era suficiente, tuve que convertirme en algo más. Así me hice cronista en España. (Paráfrasis -término polémico estos días- de «Arrow»)

Una y otra vez he sido maltratado a lo largo de casi ciento cincuenta años, hasta el punto que hace pocos días trataron de que me quemase a lo bonzo y finalmente me obligaron al suicidio en esa Munich tan cercana a mi amada Nuremberg. Pero David Bösch no sabía que yo no puedo morir. Eso sí, cabreado, volví a esta España que tan bien me ha acogido por ya casi veinticinco años para asistir a la primera de “Moises y Aaron” y poder contársela a ustedes como a mí me gusta, con brevedad y humor.

Entre mis compañeros de espectáculo me encontré varios amigos. Me sorprendí de ver a algunos, como Ana Botella, pero luego supuse que no debían tener ni idea de lo que se les venía encima y, claro, se habían sentido atraídos por el gran charolés. También me sorprendió ver a Alfonso Alonso, pero después lo entendí. Había ido, como ministro de sanidad, a inspeccionar y certificar que el supuesto becerro de oro pesaba de verdad mil quinientos quilos, que se encontraba bien de salud y que no era maltratado, tal y como habían denunciado protectores de animales. Estaba, y ese sí que doy fe sabía a lo que iba, Stephane Lissner. Luego les contaré de él. En fin, una premier por todo lo alto.

Moises toro Real

El estreno en el Real se había demorado por miedos al rendimiento de la orquesta y, sobre todo, del coro. Esta etapa está ya superada, hasta el punto que el director de éste figura en los cartelones con letras tan grandes como el mismísimo director general, que ya es decir. Sinceramente, no pude anotar en mi pizarra de maestro cantor ni una falta. Estupendos. Intachable el Moises de Albert Dohmen y algo falto de carácter, pero solvente en la complicada tesitura, John Graham-Hall. La puesta en escena es otro cantar. Cosas buenas y cosas menos buenas. Los alemanes hemos inventado una nueva forma de escenificar que estamos exportando hasta Italia, aunque nos carguemos las audiencias, y Romeo Castellucci es uno de los conversos. Escena preciosa, fría quizá, con aciertos indudables en el siempre fallido intento de traducir el problema de pensamiento, palabra e imagen que atormentó a Schönberg. Hablando de palabras, por un momento no supe si estaba en esta obra o en María Moliner, porque no pararon de marearme con proyecciones de palabras del diccionario. El río en el que el pueblo desleal se bañaba era tan pequeño como la alberca que tiene un amigo en su casa y, a pesar de ello, entraban a cámara lenta, como con pánico a enfriarse en vez de gozosos en su orgía. El semental… ¡Ay el semental! ¿De verdad se sostiene pagar cinco mil euros diarios, transporte hasta Madrid aparte, para pasearle un momento por el escenario? ¿No bastaba con un becerro de atrezzo? Por lo menos eso sí, dio pié a tratar de averiguar, por sus movimientos de orejas y rabo, si la música de la Escuela de Viena le gustaba y si la plasta que soltó en uno de los ensayos era de pura satisfacción.

Pelos a la mar. El espectáculo merece la pena a poco que a uno le guste la música, esta música, o al menos sienta interés por ella. Hablando de espectáculo, soberbio el breve dialogo mantenido entre Lissner y un conocido crítico musical. Todo en inglés, eso sí. “Nice to meet you” le saludó el crítico, “It is not nice for me, because I do not like you” le contestó Lissner, “I do not like you either, but al least I have something you do not know: education” replicó el crítico. Beautifull, isn’t it?

En fin, que me lo pasé muy bien, aunque no pude quedarme hasta ver salir a saludar al morlaco porque Hans Sachs me llamó desde Nuremberg para que regresase rápidamente ya que, al parecer, les había llegado un nuevo Walther von Stolzing con ideas populistas deseando caotizar nuestra cofradía. Sí, también en los maestros y, cómo será, para que Hans me pida ayuda a mí. Sixtus Beckmesser

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