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Vivalbiondi
Por Publicado el: 10/10/2016Categorías: En vivo

Carta obligada a José María Usandizaga

golindrinas

UNA CARTA OBLIGADA

Don José María Usandizaga Soraluce

Parnaso de Euterpe

La Gloria

Mi entrañable Maestro:

Me tomo la osadía de redactar estas línea para darle conocimiento de cómo fue reconocida, con un éxito incuestionable, la nueva producción de su ópera «Las Golondrinas» (en la revisión para tal género, realizada tras su óbito, por su hermano Ramón) el pasado día 6 de octubre en el Teatro de Zarzuela sito en la capital del Reino de las Españas.

Fue una noche de intensa emoción, pues todos los elementos que conforman su obra, se concitaron, en excelencia, para que, con justicia, se reconociera la grandeza, intensamente bella, de su escritura musical. Era una deuda que la cultura nacional tenía con aquel niño nacido un 31 de marzo de 1887 en la calle Garibay de su muy querida San Sebastián, que por desgracia ya no es la que era en aquel su entonces. Tan así que ni su ayuntamiento ni su amado Orfeón Donostiarra hacen nada para que el monumento que se levantó en su honor, a instancia de este insigne coro, pueda ser admirado por propios y extraños, debido a la contumaz conducta municipal de no trasplantar a otro lugar un peligroso árbol que impede su visión.

Madrid le volvió a festejar como lo hizo tras el gran éxito del estreno de «Las Golondrinas», en versión zarzuela, en el ya derribado Circo Prince, aquel 5 de febrero de 1914,  tras cual concitó a una multitud de la ciudadanía donostiarra en la Estación del Norte, esperando su llegada desde la Villa y Corte. La emoción que antes le decía estaba en muchos rostros pero de un modo muy significativo en lo ojos iluminados de su sobrino José Antonio, feliz ante el espectáculo visito y oido. La Orquesta de la Comunidad de Madrid hizo un trabajo impecable, regida por una batuta, la Óliver Díaz que puso nuestros pulsos en estado de plena intensidad de gozo, sacando chispas a la partitura, tanto en la modulación de los planes sonoros, como en la uniformidad tímbrica de las secciones orquestales y, por lo que a mi respecta, en su famosa «Pantomima» y en el interludio previo al acto tercero. En ambos momentos sonaron rotundos bravos y aplausos.

Pero si lo escrito hasta aquí todo es bello, queda aún mucho más de excelencia.  El tratamiento escénico que se hizo con la simbiosis de música y libreto (qué injustamente se ha tratado a doña Maria Lajárraga como la verdadera artífice del trabajo creativo del texto) llevada a cabo por Giancarlo de el Monaco, hijo del Gran Mario, fue la personificación de lo perfecto. Cada situación escénica, cada compás músical estaba perfectamente medido y controlado sobre el escenario, dando a cada uno de los personajes del drama la exacta medida -ni en más ni en menos- de cuando usted puso en el pentagrama. El diseño de luces en todo momento fue el compañero ideal  de la descripción armónica de la textura representada. El público permaneció expectante, con los sentimientos embridados para mantener, sin aflojar, firmes las riendas de las pasiones que le tramitieron los saltimbanquis.

En el breve descaso que se programó entre el primero y segundo acto -el tercero fue de un tirón junto al del medio- la historia del aquel primer estreno volvió a repetirse en generaciones posteriores de las familias que lo llevaron a cabo. Su sobrino José Antonio y el director de escena, Emilio Sagi, nieto de su primer Puck, don Emilio Sagi Barba, y de su primera Lina, doña Luisa Vela, se conocieron y tuvieron un emotivo, corto e intenso encuentro, del que tuve la fortuna de dejar constancia gráfica.

Ni un solo reparo a los cantantes, a los figurantes y al coro. Todos en el alto nivel que la partitura requiere. Finalmente, permítame que haga mención a la puesta en escena de su citada «Pantomima», respecto a la que Del Mónica tuvo muy claro, desde un principio cuando se le encargó la dirección escénica, de hacer un puntual trasunto de la más depurada comedia del arte que tan exactamente describió Benedetto Marcello, creando un ambiente preciosista  y luminoso en la recreación  de los amores de Colombia y Arlequín, mientras la familia Sanders realizaba sus habilidades cirquenses. También estaba en escena -dibujado- su perrrillo Puck, aquel con el que usted, maestro, jugada en el caserio de Zubieta mientras, intentando recuperar su delicada salud, se centraba en la escritura esta obra escepcional. Lo que su querida Donostia no supo o no quioso hacer en el centenario de su defunción, el año pasado, se ha hecho en Madrid al año siguiente, subiendo a la escena unas «Golondrinas» a las que auguro un venturoso vuelo por toda nuestra piel de toro y más allá de sus fronteras.

Grasas mil, maestro Usandizaga, Joshemari como se le llamaba en la Bella Easo, por las intensa felicidad que nos ha regalado con su magia musical, máxime cuando hace unos días fue el aniversario de su fallecimiento y a fatídica hora de las tres de la madrugada solo estuvimos muy pocos (3) para recordarle al pie de su monumento en la Plaza de Gipuzkoa, esta vez sin cantar el «Ave Maria» de su ópera vasca «Mendi Mendiyan». Manuel Cabrera

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