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Por Publicado el: 20/06/2018Categorías: En vivo

Crítica: «Rigoletto» en Munich, «Post festum, pestum»

RIGOLETTO (G. VERDI)

Nationaltheater de Munich. 17 Junio 2018

Post festum,pestum

Hay una expresión latina que siempre me ha llamado la atención y que puede perfectamente aplicarse a este caso. Me refiero a la expresión: Post festum, pestum.

Efectivamente, tras los fastos de la Arabella del día anterior, llegamos a este Rigoletto mediocre, lastrado fundamentalmente por una producción escénica lamentable. La citada producción se debe al húngaro Arpad Schilling y se estrenó aquí mismo en Diciembre de 2012. Tuve ocasión de verla o sufrirla en el Festival de Julio de 2013 y mi opinión no cambia respecto de lo dicho y escrito entonces.

Parece que escénicamente Munich tiene auténtico gafe con Rigoletto. La anterior producción llevaba la firma de Doris Dörrie y era un espanto, que se desarrollaba en el planeta de los simios. Posiblemente, haya sido una de las producciones de más corta vida en Munich. No me extrañaría que la nueva producción del húngaro Arpad Schilling dure todavía menos, ya que es mala de solemnidad. Mejor dicho, ni buena ni mala, no es ni producción escénica.

En el trabajo del húngaro no hay una idea, un relato coherente, ni siquiera algo atractivo para los sentidos. En mi opinión calificar de representación escénica a este Rigoletto es una burla. Les aseguro que he visto muchas óperas en versión de concierto en las que la acción escénica era más importante y coherente. Este Rigoletto casi no llega a ser una versión de concierto. Hay que empezar por decir que en el programa aparecen en la lista de créditos el nombre de Marton Agh como responsable de escenografía y vestuario. No hay tal. Toda la escenografía consiste literalmente en dos graderíos, en los que se sientan los coralistas y figurantes durante una buena parte de la ópera, todos inexpresivos y con antifaces blancos. Incluso en el rapto de Gilda los secuaces del Duca siguen sentados en sus gradas. El vestuario consiste en ropa de andar por la calle, vaqueros para Gilda, una chaqueta de punto para el Duque y un traje de verano para Rigoletto, que aquí no es jorobado. La iluminación de Christian Kass no pasa de ser la que puede esperarse de una versión de concierto. Si alguien piensa que exagero, les diré que los artistas cantan sus arias y dúos encima de una pequeña plataforma elevada en el frente del escenario, que no es otra cosa que la concha del apuntador.

Escena

Cualquiera que haya asistido a un ensayo musical de una ópera en un teatro sabe que tiene lugar en una sala, en la que es frecuente ver al coro ocupando unas gradas semicirculares, mientras que los solistas ocupan la parte frontal, van vestidos de calle y acostumbran a no dar los agudos de sus partituras. Esto es exactamente lo que ocurre con esta producción. El único momento en que el coro deja las gradas y está en el escenario es en el segundo acto, mientras Rigoletto canta lo de cortigiani, vil razza damnata. No hay más elementos de escena en toda la ópera que una silla de ruedas, que lleva con él Sparafucile sin que se sepa para qué, y que es donde matan a Gilda, vestida de novia y – oh, sorpresa – su padre no la reconoce y eso que no está metida en un saco. Aparte de esto en la vendetta aparece un enorme caballo de bronce que traen los figurantes y que me temo que se equivocaron en la ruta del circo. Tampoco Gilda se muere en escena, sino que se va, aunque que con el vestido muy manchado, porque a Maddalena se la va la mano echándole no pintura roja, sino negra.

Es muy habitual en Munich que la dirección musical en las óperas italianas las encarguen a maestros que frecuentan ese repertorio. Así ha sido también en esta ocasión y el elegido ha sido Daniele Callegari, cuya dirección no ha pasado de la corrección, abusando en más de un momento de volumen y llevando unos tiempos a veces muy acelerados. No ha pasado de cumplir el trámite. Correctas las actuaciones de la Bayerisches Staatsorchester y del Coro der Bayerischen Staatsoper.

Rigoletto fue interpretado por el barítono alemán Markus Brück, que era quien tenía que haber sido el jorobado en la otra horrorosa producción del título en la Deutsche Oper de Berlín, aunque finalmente canceló. Tengo un muy buen concepto de Markus Bruck como cantante, al que he podido ver en numerosas ocasiones, pero nunca había tenido oportunidad de verle en este fundamental personaje verdiano. La verdad es que se me ha quedado un tanto por debajo de lo que esperaba. La voz tiene amplitud, pero no es el barítono verdiano que podemos esperar en este personaje. Lo hizo bien, pero faltó más brillo en su interpretación.

Escena

La soprano italiana Rosa Feola fue una buena Gilda, cantando con gusto, aunque no puede ser fácil centrarse en el personaje en las circunstancias de la producción. Hubo una cierta monotonía en su canto.

El albanés Saimir Pirgu dio vida al Duca di Mantova y volvió a mostrar su bella voz, aunque no me parece que el personaje sea el más adecuado para sus medios. Las notas más altas se le atragantan un tanto, como se pudo ver en la cabaletta del segundo acto, donde terminó abajo y con un solo verso. Por otro lado, sus notas bajas se quedan un tanto cortas.

El bajo italiano Andrea Mastroni fue Sparafucile con una voz amplia y sonora, aunque no sea particularmente bella.

Alisa Kolosova doblaba como Giovanna y Maddalena y cumplió con su cometido sin brillo especial.

Bastante modesto el Monterone de Kristof Klorek. Los personajes secundarios lo hicieron de manera correcta. Eran Andrea Borghini (Marullo), Manuel Günther (Borsa), Christian Rieger (Ceprano), Paula Iancic (Condesa Ceprano) y Alyona Abramowa (Paje). Sonoro y algo basto el Ujier de Oleg Davydov.

El Teatro estaba repleto salvo en las localidades sin visibilidad. El público se mostró frío durante la representación, aunque los aplausos finales fueron cálidos, especialmente para los tres principales protagonistas.

La representación comenzó con los consabidos 5 minutos de retraso y tuvo una duración de 2 horas y 26 minutos, incluyendo un intermedio. Duración musical de 1 hora y 54 minutos. Siete minutos de aplausos.

El precio de la localidad más cara era de 132 euros, habiendo butacas de platea desde 74 euros. La localidad más barata con visibilidad costaba 30 euros.

Fotos: W. Hösl

José M. Irurzun

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