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Por Publicado el: 31/12/2003Categorías: Crítica

Críticas de 2003

Reposición de «El dúo de la Africana»
Fin de año en el Real
«El dúo de la Africana» de M. Echegaray y M. Fernández Caballero. J.Ferrer, I.Ayucar, L.Alvarez, J.Pinela, T.Iglesias, G.Orozco, M.Rodríguez, P.M.Martínez, M.Ponti, J.A Sanguino, etc. Orquesta y Coros titulares del Teatro Real. J.Granda, dirección de escena. J.López Cobos, dirección musical.
En diciembre de 2000 se reponía por última vez, si mis datos no fallan, el montaje de José Luis Alonso para el Teatro de la Zarzuela de 1985, vuelto a contemplar en la temporada 91-92. El responsable escénico fue el mismo Juanjo Granda de la presente ocasión. No fueron unas representaciones felices: las huelgas, sus convocatorias y desconvocatorias confundieron al público del estreno, que no llenó la sala ni de lejos. Ni los intérpretes ni las direcciones escénica y musical estuvieron a la altura de lo que en su día creó el añorado José Luis Alonso, a quien se dedicó la actual reposición, de corazón y como excusa para no abordar una nueva estenografía. Ya se sabe que el empresario Cherubini no pagaba a nadie y el Real tampoco estaba por la labor, aunque parece querer instituir una especie de «Fin de Año musical en Madrid». No es mala idea si se proyecta y ejecuta con inteligencia, cariño y medios. El espectáculo se ha planificado con tiempo, aunque el ajuste entre el final de las representaciones de «Sigfrido» y los ensayos de la próxima «Tosca» no ha debido resultar fácil. El mismo Jesús López Cobos se mostró desde un principio encantado con la idea y aceptó dirigir las dos únicas representaciones programadas. La zarzuela no es un género que brille en su currículo, aún cuando haya dirigido algunos conciertos con Teresa Berganza y tampoco responde a lo que podríamos denominar «una batuta con humor». En su lectura falta en naturalidad lo que sobra en control. Mérito tiene en cualquier caso tanta lidia.
Sinceramente, este crítico conserva un recuerdo imborrable de cuando José Luis Alonso estrenó esta producción. En las reposiciones es muy difícil que brille el genio del creador y Granda, que mejora sus aportaciones de 2000, no alcanza el humor que desplegó Alonso. Se podían haber actualizado los textos o introducido morcillas que reflejasen la ópera de nuestros días, pero para ello quizá sea aún demasiado joven el equipo del Real y sólo esté dispuesto a reírse de sí mismo de forma light. De ahí que salieran escena Emilio Sagi, como ayudante de Cherubini, e Inés Argüelles, muy brevemente, como señora de la limpieza. Los intérpretes se defendieron, con mención especial para Luis Álvarez, que casi iguala a Hector Colomé -el Cherubini de los noventa.
Hubo sorpresas que ampliaron la hora larga de duración hasta las casi dos horas. Actuaron en la audición Isabel Rey, María José Montiel, Esperanza Roy, una jovencísima violinista de nombre Carla Marrero -aunque no hubo papeles informativos y los micrófonos sólo funcionaron para la vedette- y Ana María Sánchez. Todos ellos actuaron gratuitamente -Cherubini no paga- y cumplieron, vocal y/o artísticamente, a lo que se pretendía para la ocasión, sobresaliendo la proyección de la voz de Montiel en la habanera de «Carmen».
El público, entre el que se hallaban los Reyes y el Alcalde, disfrutó. No se trataba de otra cosa. Ah, algún día se pondrán subtítulos en las zarzuelas. Gonzalo Alonso.
Un Charpentier navideño
Obras de Charpentier. Gabrieli Consort&Players. P.McCreesh, director. Auditorio Nacional. Madrid, 23 de diciembre.
Sería engañoso creer que las visitas de Andreas Scholl y el Gabrieli Consort con su repertorio barroco de pequeñas dimensiones son una mera coincidencia en un periodo tan propicio a la intimidad como la Navidad. Se trata de un fenómeno mucho más amplio, de la muestra de por donde van los tiros en el mundo musical actual. Las enésimas versiones de las sinfonías de Beethoven, Brahms o Bruckner ya no venden, Mahler casi ha vuelto al ostracismo… Y todo ello sale muy caro a los programadores. Las músicas barroca o renacentista representan una buena opción de escape.
Marc-Antoine Charpentier (1634-1704) –no confundir con Gustave Charpentier (1860-1956)- no disfrutó del favor del Rey Sol tanto como Lully, aunque hoy una de sus obras sea más popular que cualquiera de las de aquel. Cosas de la televisión: el “Te Deum” fue escogido como sintonía de la Eurovisión. Pero en el catálogo de Charpentier, aparte de alguna ópera olvidada, hay sobre todo muy aceptable música religiosa, compuesta por encargo tal y como era uso en la época.
Paul McCresh y Gabrieli Consort, el grupo que fundara en 1982, son expertos traductores del barroco y renacimiento. Sus lecturas están llenas de espiritualidad, como ha quedado patente en sus actuaciones españolas. Con nueve cantores –seis voces masculinas y tres femeninas- y un grupo instrumental reducido de doce profesores interpretaron “In Navitatem Domini Canticum H 416” y la “Messe de Minuit” con rigurosa concentración e intimidad, logrando transmitir al auditorio universitario toda su espiritualidad. Gonzalo ALONSO
X Ciclo de lied
Debut de un contratenor
Obras de los barrocos alemán e inglés. Andreas Scholl, contratenor y Markus Märkl, clave. Teatro de la Zarzuela. Madrid, 22 de diciembe.
A nadie nos tocó la lotería, pero todos disfrutamos de un recital poco frecuente. De entrada era la primera vez que se presentaba un contratenor en los diez años de vida del ciclo de la Fundación Caja Madrid y, además, el programa también se alejaba de los compositores habituales.
El alemán Andreas Scholl es una de las máximas figuras de su cuerda en el panorama internacional, avalado por una buena y premiada serie de discos entre los que destacan sus colaboraciones con René Jacobs. Le acompañó Markus Märkl al clave, sustituyendo al laudista Karl-Ernert Schöder recientemente fallecido y lo hizo muy bien. Sobre los solistas y el programa pesaba una importante amenaza de monotonía. De un lado el clave posee importantes limitaciones expresivas, de otro la voz de contratenor arrastra poco por los senderos de la emoción y, para completar, el repertorio también apoya en general, con su monodía, una cierta falta de variedad entre las piezas. Sin embargo, tras unos inicios algo dubitativos, los artistas se encargaron de alejar el peligro, matizando y haciendo que no sonasen igual, por poner un ejemplo, la canción dedicada a la soledad que la dedicada a alabar el vino del Rhin. Las agilidades, bien resueltas, de “Más dulce que las rosas” aportaron el contrapunto a la doliente canción del Rey Enrique, cantada a capella. En general se disfrutó más con la segunda parte, centrada en Purcell, que con la primera a base de autores del barroco alemán. La pieza dedicada al caminante forastero arrastró a todo el auditorio.
Scholl posee una voz particular, fabricada. Como todos los contratenores, no canta con su voz auténtica. El timbre bascula entre el infantil y el sopranil, sin que jamás aparezca un asomo de virilidad, lo que a veces les sucede a algunos de sus compañeros en cuanto bajan la guardia. Costó acostumbrase a la voz y al repertorio, pero logró convencer. La propina final, la conocida aria del “Xerxes” de Haendel nos hizo retroceder a otros tiempos. Está muy bien que esto suceda de cuando en cuando, con perdón para Hugo Wolf. Gonzalo ALONSO
Ciclo Ibermúsica
Estaciones de cosecha discreta
“Las estaciones” de Haydn. R.Ziesak, C. Suss, H.C.Begemann. Der KlangVerwaltung Orchester y Chorgemeinshaft Neubeuern. Director: E.zu Guttenberg. Auditorio Nacional. Madrid, 17 diciembre.
“Las estaciones” es, junto a “La creación”, uno de los últimos y mejores oratorios de Haydn, aunque la distancia respecto a este último no sea escasa. Para ofrecerlas en su ciclo, Ibermúsica trajo a un director y dos agrupaciones especialistas en el repertorio sin ser de los “más sonados”.
En la cita abundó la discreción y las dos horas largas sin especiales atractivos provocaron un desfile de salida en goteo y numerosos en el descanso. Los que se fueron se perdieron alguno de los dúos y tríos más bellos y, desde luego, la pieza más espectacular, la cacería, que por ser coral es a la vez la de mayor gancho para el público, sobre todo cuando el Chorgemeinshaft Neubeuern fue de largo lo mejor, muy superior a la orquesta. En el trío solista sobresalió la voz limpia y el gusto de la soprano Ruth Ziesak frente al timbre apagado del bajo-barítono Christoph Begemann y un muy vacilante tenor Carsten Suss, con flemas constantes y no siempre en sintonía con sus compañeros en dúos y tríos. Gonzalo Alonso
Ciclo Grandes Intérpretes
Un cálido noruego
Obras de Schumann, Debussy y Schubert. Leif-Ove Andsnes, piano. Auditorio Nacional. Madrid, 16 de diciembre.
La nueva presentación del treinteañero Leif-Ove Andsnes en el ciclo “Grandes intérpretes” de la Fundación Scherzo –ya estuvo hace un par de años- venía precedida de un precioso disco junto al tenor Ion Bostridge que había logrado subir su cotización varios enteros. Sin embargo no fue suficiente para llenar la sala, ni mucho menos. Fue una pena para los que se lo perdieron, ya que con Andsnes se pudo disfrutar de música de muchos quilates.
Sabíamos ya a través de su anterior recital que se trata de un pianista tan profundo como versátil y que Schumann es uno de sus compositores preferidos. Las cinco piezas ofrecidas esta vez –las Romanzas 1,2 y 3, la Arabesca op.18 y la Novellette op.21- mostraron a un pianista impetuoso, precipitado a veces pero siempre serio. Las tres piezas de Debussy –dos estudios y L’isle joyeuse- pusieron el contraste con versiones más apasionadas de lo habitual en esta música. Pero fue en la Sonata D.960 de Schubert donde se alcanzaron las mayores cotas. Su lectura de la que para muchos es la cima pianística de su autor, aportó la gracia, el desencanto melancólico y la nostalgia que la obra precisa manteniendo equilibrio entre la belleza melódica y su desesperanzada expresividad. El público se dio cuenta de ello y solicitó varias propinas –Chopin, Strauss, etc- en las que de nuevo se mostró la vena cálida de un pianista venido de la fría noruega. Gonzalo ALONSO
Opera en Oviedo
Triunfo de Rancatore
«Lakmé» de Delibes. D.Rancatore, R.Jiménez, G.Surian, A.Rivas,etc. Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias. Coro de la Asociación Asturiana de Amigos de la Opera. R.Lagnaná, dirección de escena. P.Halffter, dirección musical. Teatro Campoamor. Oviedo, 11 de diciembre.
«Lakmé» es una ópera que se representa poco en nuestros días y mucho menos en España, sin embargo algunos de sus temas son del conocimiento general de nuestra población. Cosas de los fondos sonoros de anuncios de compañías aéreas o marcas de coches. Empezó la función y a los diez minutos el publico ya recibía sonidos conocidos: el celebre «dúo de las flores» entre soprano y mezzo. Desde su aparición quedo claro para todos que estabamos ante la noche de Desireé Rancatore y así fue. La soprano que empezara de «soubret» con Blondes en Salzburgo ha evolucionado muchísimo en muy poco tiempo y, dados sus veintitantos años, cabe esperar una gran carrera. Lakmé no para de cantar en escena en todos y cada uno de los ciento cincuenta minutos de sus tres actos. Puso el teatro boca abajo en el esperado aria de «las campanillas» con sus sobreagudos y coloraturas, pero mostró también un centro suficientemente carnoso para otras partes, como todo el tercer acto. Esa carnosidad le permitió imprimir un carácter muy humano a la joven hija del Brahman, lejos de los hieratismo de las Sutherland o Desay. Una gran interpretación de una soprano a vigilar. Solo por ella valió la pena la velada.
Raúl Jiménez siempre ha cantado con estilo y elegancia. Lo sigue haciendo, pero su voz pasa por problemas, ya sean propiamente vocales o psicológicos, que le obligan a marcar, más que cantar, algunos pasajes como su aria y a que el público pase por algún susto. Uno tiene la impresión de que se reserva mucho para luego echar el resto en ciertos agudos. En el gallinero se quedaron sin oír muchas de sus frases. Cumplieron bien el bajo Giorgio Surian, Alexandra Rivas y los comprimarios.
La dirección musical de Pedro Halffter ofreció una de cal y otra de arena. Evito desajustes y sobrealtos, así como acompañó muy bien a los cantantes, dejándoles respirar, pero su lectura pecó de hipotensa y de falta de color, cayéndose por momentos. Quizá tuviera parte de la culpa de ello lo que sus ojos tenían delante, porque la producción de Roberto Laganá nos devolvió a los tiempos del propio estreno de «Lakmé». Tan simples, burdos y kitch eran los decorados y la dirección actoral que uno hasta entiende que a algún critico le hayan parecido graciosos.
«Lakmé» ha sido escenograficamente un paso atrás respecto a «Roberto Deveraux», pero la diva salvó cuanto había que salvar. Gonzalo ALONSO
Opera en Tenerife
Logrado un Rossini menor
«`L’equivoco stravagante» de Rossini. L.Polverelli, A.Corbelli, M.Vinco, S.Peruzzo, A.Siragusa, F.Nieto. P.Ojanguren, vestuario. P.Calcagnini, escenografía. E.Sagi, dirección de escena. A.Zedda, dirección musical. Orquesta Sinfonica de Tenerife. Coproducción Pesaro y Tenerife. Auditorio de Tenerife, 6 de diciembre.
De entrada hay que felicitar a Tenerife por el gran paso que puede dar hacia adelante al contar con un bellísimo auditorio que permite un nivel mucho mas alto para las temporadas líricas tinerfeñas. Apuntar tambien la excepcional acústica, escuchándose perfectamente voces y orquesta en el punto mas alejado del escenario con una presencia inusual. Pero siempre hay una de cal y otra de arena. Dudo mucho que «L’equivoco stravagante» sea la obra mas adecuada para casi inaugurar el auditorio como centro lírico -antes hubo una «Flauta mágica»-, pues no deja de ser un Rossini muy menor. Escrita en 1811, se trata de su tercera opera, opera que fue prohibida tras su tercera representación y que no volvió a tocarse en todo el siglo XIX. Sus dos actos se hallan claramente desequilibrados. El primero no es mas que una especie de prologo al segundo, aunque un tanto largo, mas de hora y cuarto y esta duración pesa. Apenas contiene acción y toda esta se desarrolla sin desmayo en el mucho mas breve segundo acto. Eso sin, nadie puede dudar de la paternidad Rossiniana. En «L’equivoco» brilla incipientemente todo Rossini -ritmos, timbres incisivos, virtuosismo vocal, etc.- reiteraciones incluidas.
Dicho esto, ha de reconocerse que una obra tan problemática sólo puede escenificarse hoy día con mucha imaginación, en otro caso resultaría soporífera. Es justo lo que realiza Emilio Sagi: mete ingenio, introduce gangs, transgrede, pero respeta la música. Es obvio que en nuestro tiempo carece de sentido plantear la castración como una argucia para escapar de la mili, puesto que ni siquiera hay mili, y que llevar al presente la acción aumenta el absurdo, pero la opera cuenta de por si con absurdos mas notables. El concepto de Sagi es corrosivo, con referencias mas que directas a nuestra tipología social, desde el político de discurso ramplón al millonario hortera, pasando por la señorita Rotenmayer. El vestuario de Pepa Ojanguren acentúa los estereotipos.
Alberto Zedda dirige con nervio a la Sinfónica de Tenerife, que es un lujo para esta obra a pesar de algun que otro viento. Convence la voz y el saber estar de la mezzo Laura Polverelli y resulta un doble descubrimiento el del tenor Antonino Siragusa y el barítono Marco Vinco. El uno posee agudos fáciles y sabe dosificar las dinámicas. El segundo, familia de Zedda, muestra técnica y caudal generoso. Corbelli es una vez mas un buen bufo y, si bien cumple Sonia Peruzzo, uno se pregunta qué pinta Felipe Nieto como Frontino.
La oportunidad de la pieza puede ser discutible pero, si se hace, no cabe opción que coger estos o parecidos derroteros. Las ovaciones llegaron sin los aguafiestas de Pesaro en el estreno de la producción. La segunda temporada contara con «Carmen», «Boheme» y «Elixir d’amore». Gonzalo ALONSO

Ciclo de Ibermúsica
Un Réquiem espartano
Obras de Mozart. C.Schäfer, G.Finley, K.Streit, B.Fink. Concetus Musicus Wien y Arnold Schönberg Chor. N.Harnoncourt, director. Auditorio Nacional. Madrid, 3 de noviembre.
Precioso programa el presentado por Harnoncourt en el 50 aniversario de Concetus Musicus. Cuando éramos niños, en 1955, Horestein grabó una versión discográfica de los “Conciertos de Brandemburgo” de Bach con un grupo de profesores provenientes de distintas orquestas vienesas. El viola de gamba era Nikolaus Harnoncourt. Dos años más tarde surgía en vivo Concetus Musicus con Harnoncourt a su cabeza y con ello comenzaba en buena parte una revolución interpretativa, una nueva pero vieja forma de aproximarse a los compositores del barroco. La interpretación histórica tiene adeptos y detractores, pero hoy es un hecho y no hay director de orquesta que pueda ignorarla o que no se vea influido por ella a la hora de “versionar”.
El concierto, en memoria de María Rivas Míguelez, se dedicó a la música fúnebre, con dos obras de Mozart pertenecientes al principio y fin de su carrera. La “Grabmusik KV.42”, compuesta a los once años, no es una obra maestra, pero sí resulta un conveniente aperitivo para esa “Misa de Réquiem” que es una de las obras capitales de la música a pesar de no llevar por entero la firma del genio salzburgués. Contiene además una de las páginas del repertorio más difíciles para la cuerda de barítono, que Gerald Finley defendió con soltura. Junto a él la esperada Chistine Schäfer, mostrando una voz angelical, cálida en su frialdad y muy musical.
El “Réquiem” supone palabras mayores. Quien prefiriera vertebraciones más grandilocuentes y románticas, a pesar de todo, no pudo dejar de admirar la excelente versión plasmada por Harnoncourt. Lectura espartana, sin concesiones a la galería, con ritmos discutibles pero vivos si exceptuamos el movimiento inicial, que parecía caerse de un momento a otro, y que contrastó con un “Dies Irae” a todo trapo. El director, sin podio ni batuta, cuidó especialmente las dinámicas, con dobles voces perfectamente contrastadas, con pianos casi inaudibles en coro y orquesta. Las ovaciones acompañaron con justicia la magnífica versión y si hay que resaltar al coro Arnold Schönberg , no puede pasarse por alto la calidad de la orquesta, con prestaciones de máxima entrega -¡qué soberbio ataque el de la cuerda en el “Confutatis”- y al cuarteto solista de auténtico lujo. Conciertos como éste, muy bien tocados, discutibles en su concepto pero justificados y coherentes refrescan de verdad la música. Gonzalo ALONSO
Inauguración Curso Académico
La juventud empuja
Obras de Vaughan Williams, Mozart, Telemann y Haydn. A.van Daalen, oboe, G.Castro, trompa y V.Domínguez, viola. Orquesta de Cámara Freixenet. A.Ros Marbá, director. Auditorio Nacional. Madrid, 27 de noviembre.
La Escuela Superior de Música Reina Sofía ha empezado el curso pisando fuerte, con un concierto que ha sido ejemplo de las magníficas enseñanzas que se imparten en el centro y una especie de advertencia a los que tienen previsto abrirse con fondos públicos en el país Vasco, Cataluña y Valencia. “Esto es lo que somos capaces de hacer con fondos mayoritariamente privados. A ver qué sois capaces de hacer vosotros con el dinero de todos”, parecía querer decir.
La gripe no logró diezmar la Orquesta de Cámara Freixenet. Los sustitutos de los atriles enfermos funcionaron tan perfectamente como sus compañeros. Bajo la muy musical dirección de Ros Marbá tocaron una versión de la sinfonía “Londres” de Haydn digna de cualquier buena agrupación profesional. Concentrados, ajenos hasta al llanto reincidente de un espectador demasiado joven para estas lides, transmiten entusiasmo sin que las ansias perjudiquen la calidad de los momentos más íntimos. La dulzura lograda en el “Andante” sólo se consigue con mucho trabajo. Es justo lo que exige siempre su titular, cuya personalidad musical es de lo más indicado para los “Freixenet”. Se han cumplido diez años de la puesta en marcha de una iniciativa valiosísima para que los jóvenes, normalmente aspirantes a solistas, aprendan a escucharse y hacer música juntos y redondeen su formación.
El concierto sólo tuvo una carencia: la ausencia de alguna pieza de nuestra tierra. Por lo demás el programa era de lo más ameno y permitió el lucimiento a algunos de los alumnos más brillantes. Nos sorprendió la calidad de Virginia Domínguez, solista en el “Concierto para viola, orquesta de cuerda y bajo continuo en sol mayor” de Haydn, dignificando un instrumento tantas veces vituperado. Gustavo Castro lució sonido, templanza y facilidad en las agilidades en el tercer “Concierto para trompa y orquesta en mi bemol mayor” de Mozart. El “Concierto para oboe y orquesta en la menor” de Vaughan Williams –la música inglesa siempre mimada en la Escuela- permitió a André van Daalen explicar las razones de su ya incipiente carrera internacional.
Si este es el concierto de apertura de curso, ¿cómo será el de clausura? Enhorabuena a profesores y alumnos de la Escuela de Música. Gonzalo ALONSO

Grandes Intérpretes
El pianista fiel
Obras de Beethoven, Mozart y Schubert. Alfred Brendel, piano. Auditorio Nacional. Madrid, 25 de noviembre.
“Hoy, sí. ¿o no?” Esta es la pregunta que se hacían unos y otros en el Auditorio Nacional y es que existe mucha coincidencia de abonados ente los ciclos de “Grandes Intérpretes” de Scherzo y el “Ciclo de Lied”. El día anterior, el de Waltraud Meier en la Zarzuela, había habido mucha opinión adversa. Empezando por la del propio Alfred Brendel, que estuvo en el Teatro de la Zarzuela y se salió tras la primera parte, incapaz de seguir escuchando tanta “interpretación dramática” para los lieder de Schubert y tanto aporrear un piano.
Y, efectivamente, esto era otra cosa. Justo la contraria: la naturalidad, la pureza, la fidelidad al estilo, la técnica y la sensibilidad puestas al servicio del autor en un programa tan bello como extenso. Dicen que lo bueno si breve, dos veces bueno y comparto el refrán. Hubo mucha música en el recital de Brendel como para conceder dos propinas adicionales. Empezó con varias de esas pequeñas pero grandes obras que son las “Bagatelas” e hizo cosas preciosas en el más puro estilo beethoveniano, aunque se pasase alguna vez en el uso del pedal. Continuó con la sonata mozartiana conocida como “alla turca” y marcó la diferencia respecto a otros mal llamados grandes. El “Allegretto” final se puede tocar más arrolladoramente, se puede hasta “romper” el piano, como podría quizás hacer un Pletnev, y hasta llevarse al público de calle, pero no tocar mejor. Y eso es lo difícil: tocar la música como exactamente es y con naturalidad. Afortunadamente el público lo entendió perfectamente y es que a quien le guste Mozart o Beethoven le ha de gustar Brendel y viceversa.
Y otro tanto hay que escribir de la seriedad con la que abordó la “Sonata Incompleta” de Schubert -¿qué más hubiera podido añadir el compositor?- exponiéndola en toda su sombría intensidad y de la “Sonata n.11” beethoveniana. ¡Qué elegancia la del estribillo del “allegretto”!
De un recital así se sale enamorado de la música, con una sonrisa entre bemoles y mayores. Afortunadamente nos sucede de cuando en cuando y estas sesiones marcan las diferencia. ¡Qué se repita pronto! Gonzalo ALONSO

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