Tanto el Liceo como el Real han aprovechado el éxodo estival para hacer ajustes consistentes en despidos. Más o menos una docena en cada teatro. Se aducen motivos económicos y sin duda ambas situaciones son preocupantes. Sin embargo los comentarios que circulan por las alturas no dejan de ser demenciales: que si los despedidos eran rechazados por sus propios compañeros, que si iban tatuados con crices nazis, que si eran porteros de discoteca…  Increíble pero cierto.

Pero el problema de ambas instituciones no es sólo de personal, porque antes que esto está la gestión de la programación. El Liceo se ha dedicado en los últimos años a programar títulos de escaso atractivo público con puestas en escena bastante contestadas y con otras sin relieve alguno o francamente deplorables para los títulos de repertorio. Consecuencia: grandísimos claros en la sala. Si a la crisis económica le sumamos la falta de interés de las propuestas, la bomba está servida. Más de los mismo sucede en el Real, donde satisfacer los caprichos de Mortier es considerado más importante que mantener el empleo o la afluencia de público. Baste un dato: el coste de «San Francisco de Asís» y de «Moises y Aaron» más que triplica los ahorros que se efectúan en el capítulo del personal. ¿Es esto lógico?