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Por Publicado el: 13/01/2005Categorías: Crítica

«El Barbero de Sevilla» en el Real

«El Barbero de Sevilla» en el Real
Cuando la ópera es ópera
«El barbero de Sevilla» de Rossini. J.D. Flórez, B.Praticó, M.Bayo, P.Spagnoli, R.Raimondi, M.Moncloa, S.Cordón, E.Sánchez Ramos, J.C.Robles, J.A.Sanguino. Ll.Corbella, estenografía. R.Schussheim, figurinista. E.Barvo, iluminador. E.Sagi, dirección escénica. G.Gelmetti, dirección musical. Teatro Real. Madrid, 13 de enero.
Realizar la crítica de la última nueva producción propia del Teatro Real no supone ningún problema, aunque haya de hacerse a vuelapluma. Es más, se puede disfrutar escribiéndola tanto como de espectador en el espectáculo y es que el acierto es pleno. Es cierto que podrían plantearse algunos «peros» -la innecesaria subida del escenario al final del primer acto o alguna exageración escénica- pero realmente sería mezquino detenerse en ellos cuando el resultado global permite afirmar que estamos ante una de las mejores producciones que en conjunto se han ofrecido en el teatro y que sería referencia en cualquiera de los grandes coliseos del mundo. Y Sagi no lo tenía fácil, puesto que la Maestranza sevillana cuenta con una producción bellísima de Carmen Lafont -presente en la función- que dirigió José Luis Castro y muchos podrían opinar que lo lógico habría sido traerla en vez de afrontar otra nueva. Pero Sagi triunfa desde parámetros muy distintos. Claves de su éxito son dejar que la ópera sea ópera, que se disfrute con la música de Rossini, que esté claro cuanto sucede en la escena; que la estética sea bellísima; que se aproveche todo el escenario del Real -curiosamente en una ópera casi de cámara-; que cada escena sea como un videoclip que cobra sentido en sí misma tanto como en el contexto general -formidable la simulación de los efectos de la calumnia a través de los movimientos de una sábana-, que se de margen a la sorpresa -el director de orquesta llega a acompañar a la guitarra la serenata de Almaviva-, etc. La estética de los muy atractivos decorados discurre en blanco y negro salvo algún detalle de Rosina buscando colorear su vida, con vestuarios atemporales algo irrisorios, apoyada por una cuidada iluminación, hasta desembocar en el triunfo de Rosina con un final muy de Sagi a modo de sinfonía de colores. Todo ello logra que el espectador pueda, si no reír, sí sonreír amablemente de principio a fin y que disfrute como ha de disfrutarse con una ópera cómica tan genial como la de Rossini.
Gianluigi Gelmetti, director musical de la Ópera de Roma, acierta al desempolvar algunas arias, que dan pié a un lucimiento extra de María Bayo y, sobre todo, a la traca final canora de Juan Diego Flórez. Solo le falta un poco más de chispa y finura. Bien el coro de la Comunidad de Madrid, dirigido por Jordi Casas, nuevo responsable del titular del Real.
Siempre he afirmado que la ópera es ante todo canto y aquí se canta. Flórez, en estado de gracia, borda el papel. No hay ningún tenor que pueda cantar así Rossini, con tal facilidad y detallismo, con esa frescura de voz en la que esta vez apenas se marca el vibrato que en ocasiones puede desagradar a algunos, con tal línea y musicalidad, etc que permiten perdonar tanto movimiento con las manos. No es extraño que Don Basilio, el profesor de música mirase con admiración todas las endiabladas e interminables coloraturas de la cabaleta final. Éste es Ruggero Raimondi, lleno de solvencia escénica y canora en su momento central, quizá el más aplaudido por el público. Artistas de su calidad e inteligencia marcan también la diferencia. María Bayo vuelve al Real para triunfar como Rosina, con ese timbre tan personal como exquisito, su depurada escuela y una afinación mucho más cuidada que en otras ocasiones. De lo mejor entre lo reciente. Pietro Spagnoli se contagia del clima para brindar un Fígaro muy aceptable, más juvenil de lo habitual y Bruno Praticó aporta sus buenas dotes de comicidad. Mención especial merece Susana Cordón, un lujo en la aplaudidísima aria de Berta. Sí, no han leído mal, esta vez el público de los estrenos del Real se soltó y es que al final todos queremos lo mismo: que la ópera sea ópera, bien resuelta escénicamente, sin boutades y cantantes que canten. Todo lo había en el estreno y de ahí el grandísimo éxito cosechado. Felicidades. Gonzalo ALONSO

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