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Por Publicado el: 22/02/2005Categorías: Artículos de Beckmesser

El Real, punto y sigue

El Real, punto y sigue
Ahora que parece que ya ha hablado todo el que tenía algo que decir, incluso quien no tenía o no debía decir nada y que el ambiente se ha serenado un poco, conviene realizar un análisis más profundo de cuanto ha sucedido y, mucho me temo, continuará sucediendo en el Teatro Real.
No se si ustedes se habrán dado cuenta de la cantidad de “quemados” que en diez años, y por orden de aparición, ha dejado el teatro: Antoni Ros Marbá, Mercedes Guillamón, Elena Salgado, Stéphane Lissner, Luis Antonio García Navarro, Juan Cambreleng, Inés Argüelles, Emilio Sagi, etc. Lista a la que podrían añadirse algunos otros nombres por arriba y por debajo. ¿No les parecen demasiados?
Titular del 24 de noviembre de 2001, Sagi: «Estoy contento con mi contrato, por el que sólo rindo cuentas a la Comisión Ejecutiva». Pues no fue verdad. Un gerente resolvió su contrato. Antes de analizar lo que falla en la Fundación Teatro Lírico no puedo menos que referirme al cese de Emilio Sagi, porque de alguna forma es un ejemplo ilustrador de cuanto expondré más adelante. La actual ministra de cultura tuvo muy claro desde su nombramiento que había de entrar a saco en el Real. Era una de las pocas cosas importantes que quedaban en un ministerio vaciado de contenidos y, junto con el Prado, la que más le permitía “figurar” y ya sabemos como se las gasta Calvo. Desde un principio marcó distancias con Inés Argüelles y nunca confirmó a Emilio Sagi, lo que sí hizo con Jesús López Cobos, el tercer nombre del llamado “triunvirato”, que finalmente ha terminado como los romanos. La estrategia pasó por poner en una situación insostenible a la gerente. Cada día que pasaba no sólo resultaba un suplicio para Argüelles sino que la situación pudría al teatro. Argüelles tuvo más dignidad que Elena Salgado: consideró, como así era, que su nombramiento era una cuestión política y decidió irse antes de que la empujasen aún más. Y sin cobrar un euro. Ni Sagi ni López Cobos movieron un dedo, pero al menos tuvieron la deferencia de no hacer declaración alguna en su contra. Simplemente, y como era previsible, respetaron la decisión de la ministra, quien nombró como sustituto a Miguel Muñiz, alguien de valía de su partido político pero sin experiencia alguna en gestión teatral.
La ministra anunció cambios para final de año y, aunque con retraso, aceptó el relevo de Sagi que le propuso Muñiz. Una y otro se cubrieron las espaldas con la idea de que se precisaba para el puesto una persona con dedicación exclusiva. Sin embargo la mayoría de los teatros tienen al frente de su dirección artística personas sin ella. Ahí tienen el ejemplo de Washington o Los Ángeles, dirigidos por un Placido Domingo que no puede tener menos exclusividad. Pero funcionan. Pero en el Real la cosa se complicaba dada la inexperiencia del gerente y su necesidad de tener alguien con quien despachar a diario. Esto no hubiera sido un inconveniente si Sagi hubiera formado un auténtico equipo que le permitiese estar fuera esos ciento veinte días estipulados en su contrato sin perjuicio alguno para el Real. Y ello al margen de que, aunque el contrato se lo permitiese, era prudente haber pasado más tiempo en el teatro tras la llegada de un nuevo gerente. No lo hizo ni formó un equipo eficaz y ese fue su gran fallo. Todas las responsabilidades artísticas del día a día -y bastantes otras más ajenas a él- recaían sobre Jesús Iglesias, quizá la persona que más esfuerzos y noches en vela ha dedicado al Real. Sagi, que heredó a Iglesias del equipo anterior y no sin pasar por semanas de duda, decidió mantenerlo. Pero una persona no basta para cuanto hay que hacer en esa área en el teatro y Sagi no supo poner los apoyos necesarios. Frente a muchos aciertos –la apertura del teatro al exterior y a un público más heterogéneo, las coproducciones con teatros internacionales de primera fila, etc- este fue su error. Y, bajo estas premisas, es comprensible que Muñiz desease una persona con mayor dedicación y, como suele ser habitual en estos casos, de su entorno.
Sagi no es un político ni la dirección artística obedece a una cargo político, por eso habrá de ser indemnizado con –según se dice- alrededor de cuarenta millones. De ahí, quizá, que se diga que el teatro desea seguir contando con él para producciones futuras. Porque se puede indemnizar en cash o en cuatro o cinco encargos a razón de uno por año. La ministra habla constantemente de eficacia en la gestión de las cuentas públicas, pero no parece importarle tirar esos cuarenta millones. Lo lógico hubiera sido imitar al París de La Bastilla o a tantos otros teatros: nombrar un responsable para cuando terminase el contrato de Sagi, con quien se consultasen las decisiones pendientes hasta finales de 2007 y que se ocupase desde ya de la programación de esa fecha en adelante. Y lo razonable hubiera sido realizarlo al acabar esta temporada. Pero no. Aquí somos más originales, ineficaces e ineficientes. Al final será igual y el relevo realmente se producirá al final de la temporada –es septiembre se incorpora Moral- pero con malas formas. Otra vez las formas, porque tampoco cese y nuevo nombramiento deberían haberse realizado sin un acuerdo pleno y previo con la Comunidad de Madrid. La política de hechos consumados no son sino siembra de lo mismo para el futuro. Quien siembra vientos recoge tempestades, dice el refranero.
El nombramiento de Antonio Moral –quien dejó la dirección de la revista Scherzo porque no quería trabajar tanto y tenía ganas de dedicarse a vivir mejor sin las preocupaciones del día a día. ¿Qué tendrá el Real?. Es lo mismo que dijo Sagi al abandonar la Zarzuela y luego aceptó el de plaza de Oriente- no puede calificarse de idea ambiciosa. Más bien se inscribe en la política del amiguismo que se ha instalado en el Real, aunque Moral sea una persona de valía y pueda trabajar bien. Pero no es un nombramiento ambicioso porque nadie, absolutamente nadie, afuera de nuestras fronteras se ha ocupado de él. Queramos o no, el Real sigue jugando en segunda división y se ha perdido la oportunidad de un nombramiento que lo hubiese ascendido directamente a primera.
La actuación de López Cobos merece un breve apartado. Quien parecía llevarse tan bien ha criticado abiertamente a Sagi. Me constan diferencias en los últimos tiempos a causa de las pocas veces que se encontraban ambos en el teatro y me constan reproches, pero sobraba hacerlos públicos. López Cobos tenía que haber respondido ante las preguntas de la prensa: “Es una decisión de la gerencia y, lo único que puedo decir es que la respeto”. Y punto final. Pero al director musical le falta mano izquierda cuando no tiene partitura. A propósito, creo que aún no ha dado las gracias a quien le propuso e inició las gestiones para que hoy esté donde está. Pero eso es harina de otro costal.
Escribí hace tiempo que los amores entre director artístico y musical terminarían pronto. Así ha sucedido. Pues ahora les vaticino que los nuevos amores serán flor de un día. Moral ha contado con el beneplácito de López Cobos, como no podía ser de otra manera si pensamos cuantas veces éste ha sido contratado por aquel. Sin embargo no es lo mismo encargar a alguien que dirija una ópera que trabajar codo a codo con él en un mismo proyecto artístico. La condición humana es la que es y siempre cuentan las personalidades. Conociendo las de ambos personajes, auguro un final poco amistoso. Y, esta vez, será López Cobos el perdedor. Al tiempo. En el primer choque podría tener algo que ver una ciudad mediterránea.
Sería muy curioso colocar una tras de otra las declaraciones de todos y cada uno de los personajes defenestrados en y por el Real. De ellas se desprendería con toda claridad la politización de nuestro teatro. Esta politización, que constituye su mal endémico, se ve agravada por la ubicación de nuestro primer teatro. En Madrid están también las cabeceras de la mayor parte de la prensa nacional y todo lo del teatro se mira con lupa. Quizá hasta con demasiados aumentos. ¿Acaso, por poner un ejemplo colateral, tiene sentido que las críticas de sus espectáculos se publiquen al día siguiente? Estuvo bien para la ceremonia de su inauguración y, si me apuran, hasta para la inauguración de cada temporada, pero el resto es absurdo. Sobre todo cuando se ofrecen diez o doce funciones y hay tiempo más que sobrado para que los lectores se informen.
Si los políticos quieren seguir mangoneando el Real, les sugiero una receta para que no se quemen cuantos personajes nombren. Por favor, pónganse de verdad de acuerdo unos y otros antes de cada nombramiento o decisión importante. Todo cuanto no se cocine así será pan para hoy y hambre para mañana. Si hoy un partido nombra alguien sin contar con la oposición, ese alguien será desplazado cuando cambie el color del gobierno. Así ha sido y así será a menos que las decisiones sean auténticamente compartidas. Pero para ello se necesita clase y generosidad, virtudes de las que no andamos muy sobrados. BECKMESSER

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