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Por Publicado el: 01/12/2004Categorías: Crítica

El regreso de Caballé

Recital benéfico
El regreso de Caballé
Obras de Stradella, Leo, Scarlatti, Mercadante, Donizetti, Massenet, Cilea y Obradors. Montserrat Caballé, soprano. Manuel Burgueras, piano. Auditorio Nacional. Madrid, 30 de noviembre.
Vivimos estos días polémicas en los diarios entre críticos, cantantes y lectores sobre el momento en que una estrella ha de retirarse. En lo que Teresa Berganza denominaba “tiempos de confusión” conviene tratar de poner un poco de orden. Hace catorce años hubo un aficionado que aprovechó su primera crítica –yo mismo le dejé el hueco porque no deseaba escribir la opinión a un recital cuyas notas al programa había redactado- para pegar un soberano palo a una Montserrat Caballé que, si no ya en plenitud, dio muchas lecciones aquella tarde. Todo tiene su explicación: era la forma que encontró aquel aficionado para hacerse notar y entrar en una redacción en la que hoy es uno de los tres críticos habituales. El más novato componente de tal triunvirato redactó unos no muy afortunados comentarios al último concierto de Berganza, en los que le recomendaba quedarse en casa. También tiene su explicación: las prisas por tener que enviar sus apuntes a la media hora del concierto. Seguro que una noche por en medio habría dotado de mayor lucidez y ecuanimidad a su crítica. Berganza protestó, no con pleno acierto argumental y algún lector acabó de rematar la racha de desaciertos.
Un artista puede retirarse “a lo Garbo”, pero es humano que trabaje mientras tenga algo que enseñar. El problema está en distinguir cuando las limitaciones pueden más que los detalles que aún se puedan transmitir y es lógico que ese momento no sea el mismo para artista y oyentes. Si un crítico piensa que se ha sobrepasado esa encrucijada, entonces no se va y, si se va, no se escribe o se escribe, por ejemplo, como hizo en una ocasión una gran profesional vienés: “El gran tenor cantó ayer” y, tras este titular, un recuadro en banco donde había de figurar el texto crítico.
Caballé no ha llegado a tal encrucijada. Es mujer muy inteligente que sabe elegir un programa nuevo, diferente y absolutamente adecuado a sus capacidades. No fuerza nunca y prodiga armas “de la casa” como las medias voces -¡que dulzura aún en el timbre!-, pianos y filados, con un “fiato” admirable para su edad. La voz sigue a veces flotando milagrosamente como suspendida en el aire. Todo ello, a pesar de una cierta linealidad, permite a unos recordar y a otros comprender por qué Caballé es la última gran diva de la lírica. Con Caballé no sólo aún se puede disfrutar sino que sus actuaciones son útiles para saber dónde estábamos ayer y dónde estamos hoy en el canto. Gonzalo ALONSO

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