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Por Publicado el: 15/01/2017Categorías: Artículos de Gonzalo Alonso

En los 120 años del Orfeón Donostiarra

En los 120 años del Orfeón Donostiarra

No es nada fácil que un coro de aficionados perviva a lo largo de los años, ni tampoco que logre ofrecer muestras de su arte en las grandes ciudades europeas bajo las más célebres batutas, pero esto justo es lo que ha logrado el Orfeón Donostiarra, que el próximo día 21 cumplirá ciento veinte años de vida.

La filosofía del Orfeón Donostiarra ha sido desde su nacimiento mantenerse como una formación amateur, unidos por una vocación y un común amor al arte. Es dificilísimo encontrar un coro de estas características que haya llegado a una profesionalidad tan plena y a un éxito tan absoluto. A lo largo de su carrera ha acompañado a las mejores formaciones de todo el mundo y los maestros más exigentes han pedido siempre repetir con ellos. Claudio Abbado, Simon Rattle, Riccardo Muti o Daniel Barenboim han estado a su frente, con memorables actuaciones en Salzburgo, Berlín o Lucerna. Quizá un día podamos leer sus memorias del trabajo con estos grandes nombres de la batuta, pues seguro que nos deleitaría conocer sus opiniones sobre alguno de ellos.

Corría junio de 1896 cuando una veintena de coristas se subieron a un tren en San Sebastián y más tarde en una diligencia para ofrecer un concierto en Mondragón. Supuso el origen del Orfeón Donostiarra. A lo largo de estos ciento veinte años han pasado por el coro más de dos mil voces, aunque su plantilla habitual no alcance las doscientas. El compromiso y la perseverancia son bazas fundamentales en una filosofía que busca la excelencia y la internacionalización, como lo ha sido también huir de tentaciones políticas.

Es curiosa también la fidelidad a sus batutas, pues sólo ha habido cinco titulares en su podio, Norberto Luzuriaga, su fundador en 1897 junto con Miguel Oñate y Antonio Arzac, Secundino Esnaola, Juan Gorostidi, el malogrado Antxon Ayestarán y José Antonio Sainz Alfaro, su maestro desde ya un lejano 1987. Clave en el éxito es precisamente el trabajo largo y continuado con un mismo director, aportando estabilidad a un coro en el que sus miembros, por no ser profesionales, pueden tener cierta rotación. Sólo así puede mantenerse un color propio e inconfundible.

Una base importante es la forma en la que se educan sus componentes, desde niños en el Orfeón a través del Orfeoi Txiki y mediante su trabajo en los coros escolares y escolanías. Hay que reseñar también su ayuda a todo tipo de proyectos humanitarios, dentro y fuera del País vasco, o las actividades en su sede, en la que se van acumulando legados importantes como el del compañero crítico Arturo Reverter.

El Orfeón terminó el año 2016 con el “Requiem alemán” de Brahms con la orquesta del Capitol de Toulouse y empezó el 2017 colaborando con los niños paraguayos de barrios marginales de la orquesta de Instrumentos de Cateura. En Madrid seguimos echando de menos sus históricas “Pasiones” bachianas. Gonzalo Alonso

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