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Por Publicado el: 09/04/2017Categorías: Artículos de Gonzalo Alonso

En recuerdo de Peris Lacasa

En recuerdo de Peris Lacasa

No empezó bien el año, al menos para los corazones de un grupo de amigos que en tres meses hemos perdido a tres magníficos profesionales y, lo que para nosotros es aún más importante, tres excelentes personas: José Luis Pérez de Arteaga, Paloma Gómez Borrero y esta semana José Peris Lacasa. El compositor y musicólogo se mantuvo activo casi hasta el día de su muerte, porque vivió en completa armonía con la música y componer le daba la vida como lo hace el oxígeno.

Había nacido en Maella en 1924, donde inició su aprendizaje musical para pasar luego al Conservatorio de Zaragoza y más tarde al de Madrid, donde estudió piano con Enrique Aroca y Javier Alfonso, armonía y contrapunto con Enrique Massó y Julio Gómez y composición y órgano con Jesús Guridi. Tras concluir estos estudios con el Premio extraordinario de Composición y el Nacional Fin de Carrera, se trasladó a a París para aprender de Nadia Boulanger y Darius Milhaud hasta que, impresionado por los compositores alemanes Orff, Hindemith y Henze, viajó a Munich. Allí trabajó con Orff, quien impregnaría su estilo compositivo. Tiempo después, desde las cátedras de Armonía y Contrapunto en el Conservatorio Superior de Música de Alicante se esforzó en difundir en España la obra de su maestro. Peris Lacasa participó en la creación y dirigió el Festival Internacional de Música de Alicante.

Se volcó en la docencia a través de la Universidad Autónoma de Madrid, donde por cierto trabó gran amistad con Severo Ochoa, a quien compuso el cuarteto de cuerda “Música grave” (1993). Tras varios años de docencia logró ser catedrático numerario de música en la Facultad de Filosofía y Letras de dicha Universidad y, de la nada, creó un Departamento de Música que durante muchos años organizó popularísimos ciclos de conciertos en la universidad y en las principales salas de la capital. Fue también asesor del Patrimonio Nacional, participando en la restauración del órgano Bosch de la capilla del Palacio Real y la de los Stradivarius de la colección palatina.

Destacó también como organista, tocando en la iglesia de San Esteban de Maella, su lugar de origen, y en Nuestra Señora de Atocha de Madrid, recibiendo el Premio de Órgano de la Real Academia de San Fernando. Compuso bastantes obras a lo largo de su vida, con encargos de la OCNE, la Fundación March o el Ministerio de Cultura, quien le concedió en 1965 el Premio Nacional de Música por su “Concierto espiritual” para barítono y orquesta sobre un poema del “Cristo de Velázquez” de Unamuno. En 2013 recibió la Gran Cruz del Mérito Civil. En su catálogo destacan, además de la partituras ya citadas, el “Preámbulo para gran orquesta – Saeta”, las “Canciones para Dulcinea”, la “Misa de la Santa Faz” y, por razones sentimentales, la “Elegía para Gisela”, dedicada a su esposa, fallecida en un accidente de tráfico del que él le quedó una ligera cojera.

En una entrevista dejó muy clara su postura vital: “El compositor y el artista en general debe ser honrado. Uno ha de ser honrado en todos los ámbitos de la vida, al margen de lo que nos toca vivir en esta sociedad tan complicada. Y ser generoso, regalar a la sociedad lo que haces, como microcreador, gracias al regalo que te dio el macrocreador del Universo”. Severo Ochoa le dijo en una ocasión: “Usted tiene que ir derecho al cielo, pero es una lástima que no exista”. Si existe, en él estará. Gonzalo Alonso

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