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Por Publicado el: 29/01/2018Categorías: En vivo

Fausto recupera el esplendor del Villamarta

 

«Fausto» recupera el esplendor del Villamarta

FAUSTO. Drama lírico en cinco actos de Charles Gounod, sobre libreto de Jules Barbier y Michel Carré, basado en el Fausto de Goethe. Intérpretes principales: Ismael Jordi (Fausto), Alexánder Vinogradov (Mefistófeles), Isabel Rey (Margarita), Xavier Mendoza (Valentin), Pablo López (Wagner), Alexandra Rivas (Siebel) y Mireia Pintó (Marta). Producción: Amigos Canarios de la Ópera. Dirección de escena: Alfonso Romero. Esceno­gra­fía: Ricardo Sánchez Cuerda. Vestuario: Claudio Martín. Coro del Teatro Villamarta (director: Joan Cabero). Orquesta Filarmónica de Málaga. Direc­ción musi­cal: Luiz Fernando Malheiro. Lugar­: Jerez de la Frontera, Teatro Villamarta. Entrada: 1200 personas (lleno). Fe­cha: Viernes, 26 de enero de 2018.

El Teatro Villamarta recupera pretéritos esplendores. El viernes presentó, ante un abarrotado y ruidoso aforo (caramelos, teléfonos, toses, cháchara…), un Faust de Gounod de quilates de gran teatro. La extensa, compleja y exigente “Grand opéra” estrenada en 1859 ha encontrado en Jerez de la Frontera una versión en la que sobre todo y todos se impuso la categoría sobresaliente y hasta sobresalientísima de tres protagonistas que se manifestaron de máximo rango para sus respectivos roles. Un muy crecido Ismael Jordi recordó en su debut como Fausto a su admirado maestro Alfredo Kraus. Isabel Rey, rejuvenecidísima y en absoluta forma, fue perfecta Margarita, mientras que el ruso Alexánder Vinogradov conjugó su excepcional voz con unas dotes dramáticos que le convierten en el incuestionable Mefistófeles del siglo XXI. En línea con leyendas como Siepi, Christoff o Ghiaurov.

Un trío de ases excepcional que se sortearía cualquier teatro que quisiera presentar un Faust de máxima categoría. El jerezano Ismael Jordi, que reina en su tierra jerezana, se encuentra en momento de plenitud vocal y artística. Compuso un Fausto de enorme belleza y solvencia vocal, con un acabo uso de las medias voces, de los reguladores, de los colores y registros. Sin perder jamás la homogeneidad de la emisión, lució un fraseo elegante y proyectado con sabio control. Su voz no ha perdido la cualidad de la ligereza del “tenorino” de antaño, pero ha ganado en cuerpo y volumen. Una evolución delicada que él parece gobernar –así lo demostró el viernes- con tino y prudencia, y que parece conducirle inexorablemente, al sueño no oculto de Werther. Otra referencia krausista.

Desde el anciano profesor a punto de suicidarse (“Rien!, en vain j’interrogue”) al joven enamorado y seductor en su cavatina “Salut!, demeure chaste et pure”, Jordi derrochó tablas, oficio, naturaleza dramática, elegancia y esa contagiosa fascinación con la que solo los grandes artistas hacen añicos el abismo entre escena y platea. Su voz saludable y joven siempre, plena de frescura y buen gobierno, parece irreconciliable con el viejo doctor y filósofo que busca y sueña la juventud perdida durante el primer acto. Es un desajuste de la ópera, que queda diluido ya al principio de la ópera, en cuanto el milagroso diablo lo transforma en el apuesto joven que es este referencial Fausto/Ismael que a tenor de lo escuchado y visto en Jerez se escuchará en muchos y referenciales teatros.

El ruso Alexánder Vinogradov dio vida a un Mefistófeles embaucador, irónico, burlón, ágil y de una vocalidad tan poderosa y atractiva como volcada en dar el máximo fuste y credibilidad a su diabólico personaje. Fue el suyo un Mefistófeles de convicción absoluta, seductor hasta casi compensar el infierno eterno. Templado por la madurez y endemoniado por la madera de artista. Ya desde su aparición en el primer acto -“Me voici, d’oú bien ta surprise”-, a la impactante y actualísima canción del becerro de oro “Le veau d’or est toujours debout” o la invocación de la noche, Vinogradov demostró y exhibió las razones por las que es ya uno de los incuestionables bajos de referencia del siglo XXI.

Había expectación por escuchar a Isabel Rey, la veterana soprano valenciana afincada durante tantos años en Zúrich, donde tanto brilló en su prestigioso Teatro de Ópera. La Rey estuvo el viernes sencillamente esplendorosa. Fresca, lozana, espléndida escénicamente -¡verdaderamente su estilizada silueta responde a una joven y ensoñadora Margarita!- y con una madurez vocal que en absoluto es merma y sí garantía y entidad dramática. Isabel Rey es un valor actualísimo de la lírica. Mozartiana de pro y muchas cosas más, compuso una Margarita magistralmente desarrollada desde la mojigata joven que duda ofrecer su brazo a Fausto a la terrible madre capaz de asesinar –aunque imbuida por el diablo Vinogradov- a su propio hijo. Su interpretación de la célebre aria de las joyas fue en una joya en sí misma. Inolvidable.

Notable resultó el resto del cuidado y compensado reparto vocal, en el que destacaron todos: el Wagner de Pablo López, el Siebel de la mezzo Alexandra Rivas, el correcto Valentin de Xavier Mendoza y Mireia Pintó, un lujo para el pequeño papel de la vecina Marta. A nivel más discreto rayó el Coro titular del Teatro Villamarta, que prepara y lidera Joan Cabero. Su condición no profesional colisiona con las altas exigencias vocales de esta gran ópera en cinco actos y contrasta con el altísimo nivel de los solistas que la han protagonizado. La muy reducida Filarmónica de Málaga en el foso cumplió sin más bajo el gobierno del maestro brasileño Luiz Fernando Malheiro, cuya dirección resultó demasiado terrenal, demasiado “normal” para la entidad del cielo/infierno que tenía sobre el escenario.

La producción escénica, procedente de los Amigos Canarios de la Ópera y firmada por Alfonso Romero, funciona con eficacia. Es sencilla y limpia de cualquier sofisticación. Barata, pero con talento. Bien trabajada y trabada. Apenas nada ni falta que hacía sobre el escenario. Una silla de ruedas, unas cuidadas proyecciones y poco más. Especialmente hermosa la escenografía del tercer cuadro del Acto IV, en el que la iglesia aparece representada por una envolvente proyección. Abundan detalles ingeniosos dignos de aplauso, como el momento en que Mefistófeles coge al vuelo la bala asesina que dispara Valentin a Fausto en el duelo que sostienen ambos por el asunto del honor mancillado de Margarita. Muy apropiado vestuario de Claudio Martín. Éxito colectivo. De los tres excepcionales protagonistas, pero también de todos los demás. Incluido el propio Teatro Villamarta, que un día antes supo de la gran noticia de que el Ayuntamiento lo incorporaba definitivamente a su propia fundación y asumía la plena responsabilidad del mismo. Parece que el diablo se aleja definitivamente de Jerez y el Villamarta retoma definitivamente su pasado esplendor. Justo Romero

 

Publicado en Levante el 27 de enero de 2018

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