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Por Publicado el: 08/06/2017Categorías: Entrevistas

Joaquín Achúcarro: «Disfruto con casi todo»

 

Se lamenta Joaquín Achúcarro (Bilbao, 1932) de que los melómanos comiencen a referirse a él como “leyenda viva del piano”. “Ni soy tan viejo ni soy tan grande”, dice con una sonrisa cómplice y casi picarona mientras descorcha una botella de buen vino blanco. A sus 84 años, el maestro bilbaíno conserva intacta su mirada inteligente, contagiosa y desnuda. Los ojos transparentes también mantienen la luminosidad de siempre. Como su pianismo. Hace ya décadas, muchas, que es uno de los mayores valores del teclado contemporá­neo. Su discografía ha sido recientemente incluida entres “los cien mejores discos de todos los tiempos” por la revista francesa Diapason. Esta tarde vuelve al Palau de la Música, con un recital exigente y sin concesiones que abarca obras de Brahms, Rajmáninov, Chopin, Granados y, como colofón, una de las páginas más complejas y arriesgadas de la literatura pianística: el Gaspard de la nuit de Ravel. Jamás antes un pianista ha tenido el coraje y los medios –técnicos y mentales- para abordar a sus años una obra de semejantes dificultades.

Después de sesenta años sobre los escenarios, con una ininterrumpida carrera internacional y cuando todos los melómanos saben quién es Achúcarro y cómo toca, ¿no resulta un riesgo innecesario tocar en público una obra como Gaspard de la nuit de Ravel?

Pues sí, la verdad es que sí. Pero no me lo planteo así. Sencillamente es una obra que adoro desde hace muchísimos años, que me encanta tocar, que me ha acompañado siempre y que también he llevado al disco. Así que tocar Gaspard de la nuit en concierto no me lo planteo como un reto o un alarde. Francamente ni siquiera había pensado en lo que me dice. Asumo su programación como algo natural, como he hecho siempre. Disfruto tocándolo, me encuentro a gusto y creo que el público también. ¡No hay más misterio!

Usted goza de una salud y vitalidad inéditas en un –permítamelo- venerable octogenario. Monta en bici, nada, mantiene intacto su frenético ritmo de vida, con conciertos por todo el mundo, su magisterio en Dallas, continúa estudiando nuevas obras… Pero el paso del tiempo es ineludible. ¿En que lo nota más, en el vigor físico o en el control mental?

Pues no sabría decirle. Sí siento que la memoria, que es algo que nunca me había preocupado, ahora tengo que trabajarla más concienzudamente. En cuanto a la fortaleza física, desde siempre he desarrollado una técnica muy específica a mis medios y configuración física. Que ha estado en ininterrumpida evolución, adaptándose de modo muy analizado pero también muy natural a las circunstancias de cada momento. Siempre he tocado con poco esfuerzo físico, dosificando el peso y la fuerza de la pulsación y de los ataques en el teclado sobre todo el cuerpo, con una técnica que no arranca sólo de la mano, del antebrazo o del brazo. Ello me ha permitido y me sigue permitiendo obtener amplias sonoridades con relativo poco esfuerzo.

¿Quiere decir que ha adaptado su técnica pianística a sus actuales circunstancias?

¡Por supuesto! ¡Es lo que le acabo de decir! Pero es algo que no es nuevo, que ya me planteaba hace sesenta años. ¡Siempre! La técnica nunca puede ser algo inamovible. Tienes que ir adecuándola permanentemente a las circunstancias concretas de cada momento. No sólo de ti mismo, sino también del instrumento específico que tocas en cada momento, de la acústica de cada sala, del pedal, de los mil y un detalles que intervienen en la interpretación. También del repertorio concreto que tocas: no puedes abordar con similar criterio técnico una partita de  Bach, que una sonata de Beethoven o un concierto de Rajmáninov.

El maestro con Simon Rattle durante la grabación de un disco con la Filarmónica de Berlín

61 países, 221 orquestas y 403 directores han podido disfrutar de su arte pianístico. ¿Fechas memorables?

Uf! Pues no sabría decirle. ¡Son tantas y tantas! Desde que con trece años debuté con orquesta en Bilbao tocando el Concierto en re menor de Mozart hasta ahora, he actuado prácticamente en todo el mundo y con todos los directores y orquestas. Desde sir Adrian Boult a Simon Rattle, Yehudi Menuhin, Seiji Ozawa, Zubin Mehta, Riccardo Chailly, Colin Davis, Claudio Abbado y tantos tantos otros. Acaso las fechas “memorables” como usted dice lo sean más por cuestiones personales, íntimas, que por la importancia de la sala o del director que me acompañe. Recuerdo mi debut con la Filarmónica de Nueva York, con el Cuarto de Rajmáninov en el Avery Fisher Hall y Zubin Mehta. ¡Estaba nerviosísimo! Momentos antes de salir al escenario, me topé con un espejo y vi en él a Joaquín Achúcarro, que me decía: “Pero eres tonto. ¿Nervioso? ¿No es precisamente esto lo que has estado soñando toda tu vida?”. Ese encuentro me ayudó muchísimo a superar el miedo escénico y a disfrutar aún más de cada encuentro con el público. También mi presentación con la Filarmónica de Berlín y Yehudi Menuhin.

Una de las características que le definen es su versatilidad como intérprete. Su vastísimo repertorio abarca la práctica totalidad de estilos y estéticas…

Lo que ocurre es que disfruto con casi todo. Por ello, no veo la necesidad de renunciar a nada. Cuando te adentras en un reperto­rio determinado, tienes que hacerlo a través de tres vías: la partitura, la tradición y la identificación visceral. Cuando todo eso lo tienes ya en el estómago, perfectamente digerido, llega la autenticidad.

Pero imagino que le resultará más fácil llegar a ese idílico estado de identificación con músicas de Falla o Albéniz que con las de Prokófiev o Bartók…

Sí, es cierto que tenemos un background educacional que forma parte casi de nuestro código genético, que hace que a un español le resulte más fácil entender El sombrero de tres picos que a un tailandés. Un español, por ejemplo, no tiene ningún problema para entender determinados ritmos propios. Es por esta razón por la que, por ejemplo, nunca se me ha ocurrido tocar una mazurca. Y los valses comencé sólo después de haber estado mucho tiempo en Viena conviviendo con esa cultura.

Sorprende que precisamente usted, tan insigne intérprete espa­ñol, no haya tocado nunca completa la Iberia de Albéniz, paradigma y cumbre del repertorio pianístico…

Así es. Un día, hace unos cuarenta años, mi querida e inolvidable Alicia (de Larrocha) me dijo: “Oye, Joaquín, espabila, si quieres montar la Iberia hazlo ahora, porque luego ya será demasiado tarde”. ¡Tenía razón! Es una obra difícil, dificilísima, no tanto de montar como de desentrañar la partitura, que si no la abordas cuando eres joven y pletórico de energía ya luego te da pereza. Fíjese como será que cuando la añorada Rosa Sabater la grabó lo hizo página por página de la partitura: trabajaba una página por la mañana y la grababa por la tarde. Ahora me viene un poco a trasmano. He tocado mucho el primer cuader­no y El Albai­cín, así como la pieza añadida de Navarra. Desafor­tunadamente no se puede tocar todo.

¡Pero si ha tocado casi todo! ¡Pocos pianistas pueden presumir de tener un repertorio tan inmenso como el suyo! ¡Es más fácil preguntarle por lo que no ha tocado que por lo que ha tocado!

Exagera muchísimo. Si piensa en la inmensa literatura pianística que hay, pues tengo que reconocer que yo sólo he interpretado una pequeña, mínima, parte. Sí es cierto que me he adentrado en todos los estilos: barroco, clásico, romántico, impresionista, vanguardia…

¿Qué compositor no ha tocado nunca?

¡Prokófiev, del que únicamente he hecho su Tercera sonata!

¿¡No le gusta!?

¡Cómo no me va a gustar Prokófiev! Pero, como lo decía, ¡no se puede hacer todo! ¡No tengo siete vidas!

Su formación ha sido muy internacional, muy cosmopolita. Después de estudiar con José Cubiles en Madrid, sus puntos neurálgicos fueron Italia, Austria y Alemania. ¿Cree que actualmente un pianista se puede formar íntegramente en España?

Es que hoy día resulta obsoleto hablar de fronteras y distancias. Mire, yo, desde hace muchos años, enseñé en Italia -en la Accademia Chigiana de Siena-  y sigo haciéndolo –desde 1989- en Estados Unidos, en la Southern Methodist University de Dallas, y al mismo tiempo doy conciertos por aquí y por allá. Mis alumnos proceden de los más dispares lugares. ¡Todo el mundo viaja! Vivimos en un mundo interconectado e interactivo. Nadie puede vivir aislado de su entorno. Y nuestro entorno actual, afortunadamente y merced a los modernos medios de comuni­ca­ción y tecnologías, no conoce de fronteras. Es conveniente no nutrirse de una sola cultura, no poner límites a nuestro desarrollo espiritual.

¿Cuáles son sus ídolos del teclado?

Muchos. Quizá destacaría a Rubinstein y Rajmáninov. También a Arthur Schnabel, sobre todo su Beethoven, que en los tiempos lentos alcanza dimensiones verdaderamente increíbles. Hace algunos años comencé a amar y respetar a Claudio Arrau: hay que quitarse el sombrero a la vista de cuánto y cómo tocaba. Y siempre siempre está mi “Reina”, como yo la llamaba: nuestra Alicia, ¡con la que tanto compartí! Creo que en España aún no nos hemos dado cuenta de su inmensa dimensión artística. Nos quedamos con lo de “gran intérprete de música española” y ya está. ¡Como si hubiera sido sólo eso!  Mi “Reina” me decía siempre “Mi monstruo”, en alusión al apodo con el que era conocido el torero Manolete. Para mí siempre ha habido tres ideales interpretativos: el Scriabin de Horowitz, el Chopin de Rubinstein y el Albéniz de Alicia.

Trailer del DVD/Blu-Ray «Achucarro: Brahms Piano Concerto No. 2» con la London Sympony Orchestra dirigida por Sir Colin Davis, donde otros grandes atistas hablan de Achúcarro

¿Se olvida del Ravel de Achúcarro? ¿Y el Granados de Achúcarro?

No me toca a mí decir eso.

¿Y qué pianistas actuales admira?

¿Quiénes son los de ahora? ¿Los de veinte, treinta, cuarenta años? El pianismo ha cambiado muchísimo en las últimas décadas. En mi tiempo estaban los rusos, que ganaban todos los premios habidos y por haber. Hasta la irrupción, hace algunos años, de virtuosos chinos, coreanos y japoneses, que tocan todo y todo con una perfección que ya quisiéramos los de mi generación. Han establecido nuevos parámetros. Antes, teníamos tiempo de profundizar, de penetrar más en cada obra. ¡De detenernos! Ahora parece que hay que tocarlo todo, y cuanto más rápido mejor. Hace cierto tiempo escuché tocar todos los preludios de Rajmáninov. Uno tras otro. ¡Y fue precisamente eso: uno, otro, otro, otro y otro más! ¡Toma ya! ¡Como una repetidora! ¡Rosquilla tras rosquilla!

¿Quién era?

¡Vamos hombre! ¡Se dice el pecado…!

Pero algún joven sí admirará…

¡Muchos! Entre ellos, el italiano Alessio Bax, y no por haber sido alumno mío. ¡Es un pianistazo de un calibre único! También, ¡cómo no! a Daniil Trifonov. Después, también aprecio a Yuja Wang, que es increíble como toca. Su maestro en Filadelfia, mi buen amigo Gary Graffman, que también enseñó a Lang Lang, me hablaba maravillas de ella. “Cuando la escuches te quedarás boquiabierto: con veinte años ya cobra más cachet que tú y que yo”, me dijo. Y, efectivamente, así fue. ¡Una pianista muy muy seria! No sólo supervirtuosa. Detrás de su frívola apariencia hay una grandísima trabajadora con verdadera madera artística.

¿Y Grígori Sokolov?

Otro pianistazo, ¡naturalmente! ¡Qué nivel de profundidad hay que alcanzar para montar un único programa, centrarse en él y tocarlo durante un año entero! ¡Qué nivel de exigencia, de concentración y de capacidad para buscar y encontrar los inagotables detalles y luces que atesora la gran música!

¿Proyectos para el futuro?

Muy sencillo: seguir haciendo música con el piano.

Entrevista de Justo Romero

Achúcarro, con la Berliner Philharmoniker y Simon Rattle, en Noches en los jardines de España

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