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Por Publicado el: 15/06/2017Categorías: En vivo

Juan Diego Flórez: claridades solares

Juan Diego Flórez: claridades solares

Fragmentos instrumentales y vocales de Cimarosa, Mozart, Rossini, Leoncavallo, Mascagni, Puccini y Verdi. Juan Diego Flórez, tenor. Orquesta titular del Teatro. Director: Christopher Franklin. Madrid, Teatro Real. 13 de junio de 2017.

Como siempre, la presencia del tenor peruano suscitó el máximo interés. Ante una concurrencia adicta, que colmaba la sala, Flórez se despachó a sus anchas. Apoyado en su fabulosa técnica respiratoria, en su sana y descansada emisión, en su manejo del diafragma, hizo correr su voz clara, la de un lírico-ligero provisto ahora de una mayor densidad, pero que conserva sus propiedades primigenias, por todos los ámbitos del recinto. Y que pudimos apreciar desde una incómoda butaca, a escasos tres metros del estrado, sin la necesaria perspectiva sonora para enjuiciar.

Flórez fue encandilando poco a poco al personal con ese su timbre delgado y reluciente, ese agudo fácil, terso, timbrado, esa aparente falta de esfuerzo. Igualdad de la gama, extensión –hasta el re sobreagudo por arriba, si grave por abajo, aunque ese registro sea lo más feble de la voz-, temple, fiato, reguladores, variado colorido –hasta donde permite el instrumento-, expresión directa, matices bien administrados, finura y nítida dicción fueron algunos de los factores que contribuyeron al éxito y que constituyen desde hace tiempo patrimonio del cantante.

Tras el aria de Paolino de “Il matrimonio segreto” de Cimarosa, en donde la voz todavía estaba a medio gas, sin la “lucentezza” ideal, Flórez fue afirmándose y creciéndose. Siguieron una correcta –con alemán mejorable- aria de “El rapto en serrallo” y una más que notable “Vado incontro” de “Mitridate”, ambas de Mozart, la segunda con exhibición de saltos de dos octavas, de do a do, realizados sin pestañear. Pequeños roces no empañaron la coloratura de las páginas rossinianas: “Ecco ridente” de “El barbero”, cerrada con un do 4 algo apurado, seguida de una impresionante aria de Rodrigo de “Otello”, cantada con brío, con resuello, con florituras casi perfectas. Ahí brilló el clarinete de Luis Miguel Méndez.

Tres canciones de Leoncavallo fueron calentando el ambiente en la segunda parte. Muy bien las dos piezas de Puccini: narración de Rinuccio de “Gianni Schicchi” y el “racconto” de Rodolfo de “La bohème”, estupendamente matizado y dicho, con esplendente do de pecho, aunque ahí la falta de cuerpo del instrumento quedara demasiado al aire. Ya en terreno verdiano, elegante y suavemente enunciada el aria de “I lombardi” y airosamente regulada “Questa o quella” de “Rigoletto”. El recital se cerró oficialmente con “La Traviata”: espléndidamente trabajado el recitativo “Lunge da lei per me”; cantada a flor de labio y fenomenalmente matizada el aria “De’ miei bollenti spiriti” y arrojadamente expuesta la “cabaletta” “O mio rimorso!”, desarrollada sin repetición y coronada con un muy justo do 4, que el tenor emitió inmediatamente, en gesto sorprendente, mucho mejor.

El cantante cogió la guitarra para tres bises: dos peruanos, “Cuando despiertan mis ojos” y “Sólo le pido a Dios”, y uno mexicano, “Cucurrucucú, paloma”. La total ebullición llegó con “La hija del regimiento” y sus nueve does. “Granada” puso fin a la fiesta. En ella colaboró una discreta Sinfónica de Madrid dirigida algo desmañadamente por el norteamericano Christopher Franklin. La sonoridad se emborronó en ocasiones más de la cuenta. Arturo Reverter

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