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Por Publicado el: 14/12/2004Categorías: Crítica

Kissin, el piano-orquesta

Ciclo Ibermúsica
El piano orquesta
Conciertos para piano y orquesta de Beethoven. Evgueny Kissin, piano. Orquesta Gulbenkian. Lawrence Foster, director. Auditorio Nacional. Madrid, 13 de diciembre.
Los dos últimos conciertos de la serie de Ibermúsica han revestido el gran atractivo de la presencia de un solista tan famoso como el moscovita Evgueny Kissin (1971) para interpretar la integral de conciertos para piano de Beethoven. Así era lógico que los abonados llenasen el Auditorio Nacional aunque les tocase terminar de escuchar el “Tercero” a la una menos cuarto de la madrugada. Kissin, apenas ayer niño prodigio y hoy afortunadamente artista consolidado, es casi un asiduo de nuestro país y ya ha visitado nueve veces la capital con la propia Ibermúsica, pero un reto como el presente no se había vivido aún.
Quizá no haya sido lo ideal la división de las cinco obras, llevando los tres primeros conciertos a la primera sesión y los magníficos cuarto y quinto a la segunda. Los tres primeros pueden llegar a producir un cierto empacho, un más de lo mismo, al ser tocados seguidos uno tras otro, pero Kissin se encargó de arrebatar al público con su virtuosismo, un virtuosismo que llevó a los organizadores del ciclo a incluir una amena referencia de Luis Ibernial gran Horowitz en su centenario.
Indudablemente se adapta mejor a la sensibilidad de Kissin el vistoso “Emperador” que la sutileza del “Cuarto”. Estamos ante un artista, ante todo vistoso, cuya técnica y poder le permiten “luchar” con la orquesta y más si ésta no es de primerísimo fila, aunque los de la Gulbekian suenen bien. Su piano es un portento de sonoridades, una especie de piano-orquesta y esta característica conjuga idealmente con las luchas entre poderes del último de los conciertos beethovenianos. Es obvio que para alcanzar tales dimensiones pianísticas hay que emplearse a fondo con el pedal y a algunos puede no acabarles de entusiasmar un uso del mismo tan extenso.
El “Cuarto”, dedicado igualmente al Archiduque Rodolfo, posee un movimiento central de increíbles nostalgias en el que es necesario que el solista se “abandone” como los grandes toreros. Esto aún no lo sabe hacer Kissin, pero en cambio realizó un arranque antológico del tercer tiempo, de los que no se olvidan. Concluyó y, ambos días, tuvo que conceder una deslumbradora propina, seguida por Lawrence Foster, director sin brillo especial, sentado en la tarima del escenario. Un gran triunfo en un reto nada fácil. Gonzalo ALONSO

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