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Por Publicado el: 19/05/2014Categorías: Diálogos de besugos

Las críticas en la prensa a «Los cuentos de Hoffmann» en el Teatro Real

Una herencia dudosa

He aquí las críticas en La Razón, El Mundo y  ABC  de la ópera  «Los Cuentos de Hoffmann» en el Teatro Real. Unanimidad en el aburrimiento de una propuesta trabajada pero fallida. Diferencia de opiniones respecto a la dirección musical, para unos un gran trabajo y para otros moroso. ¡Y todos los críticos en la misma función!

A resaltar el último favor de Vela del Campo en El País a un amigo. Ha tardado tres días en publicar su opinión para encontrar cómo poder apoyarle, siendo consciente de lo que realmente piensa y ecribiría si se tratase de una propuesta de otro que no hubiese sido Gerard Mortier.

Surreal antes que fantástica

LA RAZÓN, 18/05/2014

«LOS CUENTOS DE HOFFMAN»

Eric Cutler, Anne Sofie von Otter, Vito Priante, Christoph Homberger, Ana Durlovski. Measha Brueggergosman, Altea Garrido. Dirección Musical: Sylvain Cambreling. Dirección de escena: Christoph Marthaler.

Teatro Real Madrid. 17-5-2014.

Esta ópera siempre se ha definido como fantástica. Ese aspecto ha estado ausente en esta representación del Real. Cambreling ha sido, como es costum­bre, un director atento, firme, excelente concertador, preciso, que ha hecho sonar la orquesta del Teatro a buen nivel, con empaste y rotundidad antes que con finura. Sus «tempi» han sido por lo común, morosos. Pero los conjuntos corales, los concertantes han estado en su sido. Ha empleado, como suele, la edición de alemán Fritz Oeser, que rearmoniza reorquesta muchos momentos de una partitura que nunca ha tenido una edición absolutamente fiable. Ha sonado en exceso robusto.

Eric Cutler ha apechugado con la difícil parte de Hoffmann, aquí, por mor de la dirección escénica, convertido en un pelele. La voz no grande, de lírico, se apoya con frecuencia en la gola y los agudos suelen ser estrechos y faltos de esmalte. Measha Bnteggergosman ha cantado las partes de Antonia y de Giu­lietta, dándole a una candidez y a otra sensualidad. La voz, de soprano lírica, oscura, con un «vibrato» acusado, no alcanza con total desahogo la zona su­perior, donde pierde timbre. La que ha perdido caudal y color es la de Anne Sofie von Otter, Musa y Nicklause, a la que a veces no se la escucha, bien que mantenga su clase y su estilo. Espléndi­da Anna Durlovski como Olympia: timbre de lírico-ligera robusta con mu­cho metal y estupendas agilidades. Insuficiente Vito Priante, más barítono que bajo, en su cuádruple papel diabó­lico. Desiagual Homberger en otro cuádruple cometido y muy cansado Lafont como el Maestro Luther y Crespel.

 La acción, congelada

Se dice que Marthaler y la escenógrafa Anea Viebrock parten de una idea de Mortier al situar la acción, las distintas acciones, en una reproducción de parte del bar y de algunas salas de dibujo del Círculo de Bellas Artes de Madrid. Tal punto de partida podía tener su in­terés porque ese espacio, dice el regista, «reúne inspiración espacial y de conte­nido para nuestra puesta en escena. En ese lugar reina una absoluta simultanei­dad entre la productividad intelectual y artística formación, invención, proyec­to, desarrollo… todo ello en el mismo momento». Lo cierto es que esa base de actuación no ha dado en lo escénico ningún buen resultado, ya que en esta visión la acción queda congelada. Se inventan acciones paralelas que no tienen significado aparente, lo que re­dunda en un enmarañamiento argu­mental que complica y dota de una psicología añadida a la narración.

Todo se desarrolla en el mismo esce­nario, que adopta el aspecto de una sala de hospital, con despiece de órganos, múltiples idas y venidas inverosímiles del coro, atuendos estrafalarios-muje­res barbudas-, continuos desfiles de figurantes. Los dúos de amor se cantan a distancia. En los actos IV y V la escena se puebla de mesas de billar, sobre las que se retuercen y de las que salen per­sonas. Escenas y aspectos surrealistas -como hacer que Nicklause sea una mujer y no un hombre-, que pueblan de curiosos fantasmas a la historia, pero que, a la que, curiosamente, no se le concede la necesaria dimensión sobrenatural. Demasiadas ocurrencias. Mu­chos aplausos para cantantes y foso y abucheos para la escena. Arturo REVERTER

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Explicación práctica del verbo deambular

El MUNDO, 19/05/2014

“LOS CUENTOS DE HOFFMANN”

Autor: Offenbach. Director musical: Sylvain Cambreling. Director de escena: Christoph Marthaler. Teatro Real, 17 de Mayo

Calificación: **

La obra póstuma de un autor de ope­retas, modelo de facundia melódica y desparpajo satírico, dio la voz de alarma sobre la decadencia de una época despreocupada que coincidía con la agonía de un estilo, el roman­ticismo, que ocupó el siglo XIX con su defensa de la pasión y la lucidez. La muerte siempre revoloteaba sobre el alma romántica, pero más como un desafío que como certeza pesimis­ta. El Hoffmann operístico es un hé­roe empeñado en la búsqueda del ideal femenino, desplegado en la amplia gama que se extiende desde la muñeca que canta a la cortesana que susurra, sin olvidar a la mujer de car­ne y hueso.

La nueva producción del Teatro Real de Madrid renuncia a desentra­ñar el drama, abandonando a sus criaturas en un espacio caprichoso por donde deambulan lánguidamen­te sin que sea fácil descifrar el objeti­vo de su vagabundeo ni el misterio de su languidez.

Los intérpretes, competentes, no resultan potenciados por la soñolien­ta pretenciosidad de la propuesta. Hoffmann, que recorre el espectro sentimental completo de emociones al que puede aspirar un tenor, resulta opaco, obligado Eric Cutler a vagar quitándose y poniéndose un albor­noz. Anne Sofie von Otter sigue man­teniendo el tipo en el personaje de la amiga y la musa, resumido esta vez en una extraña novicia talluda. A la Olympia de Ana Durloski le falta algo más de agilidad. Measha Bruegger­gosman consigue que se distingan las figuras de Antonia y Giulietta. A to­dos ellos se les apreció su esfuerzo.

Pero fue el director Sylvain Cam­breling quien consiguió resucitar una partitura, que sonó fresca y sentida.

Para él fueron los mayores aplausos, de la noche en contraste con el abu­cheo que el teatro, agobiado por el ca­lor, dedicó a los artífices de la puesta en escena. ALVARO DEL AMO/Madrid.

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LOS CUENTOS DE HOFFMANN***

ABC, 18/05/2014

Autor: Jacques Offenbach. Intérpretes: E. Cutler, A.S. von Otter. V. Priante, Ch. Homberger, A. Durlovski, M. Brueggergosman y A. Garrido. Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Dir. escena Christoph Marthaler. Dir. musical: Sylvain Cambreling.

Lugar: Teatro Real. Fecha 17-V

Tiene «Los cuentos de Hoffmann» admiradores a los que les encanta aplau­dir las andanzas y ensoñaciones del romántico. También lo hacen, inclu­so más, a su música inminente,  en la que se respira el rastro de quien supo hacer de este arte algo fluido y locuaz. Fueron muchos los años que estuvo Offenbach dedicado a escribir partituras con chispa y cancaneo, antes de decidirse a componer esta ópera con la que quiso aparentar otra seriedad.

Anoche se estrenó en el Teatro Real en una nueva producción realizada en colaboración con la ópera de Stutt­gart. Con escasa fortuna, la verdad, a pesar de que una claque bien armada tratará de convertir en éxito una sesión que, ya desde el foso, se cons­truyó mediante un continuo de poco vuelo dramático y alicorto mensaje. Para más ahondar, a la poca alegría de la batuta del maestro Sylvain Cam­breling, decididamente aburrida, se unió, sobre todo en la primera parte de las tres que incluye el espectácu­lo, la falta de ajuste con la escena y los cantantes, con la orquesta entrando siempre tarde, perezosa y definitivamente monótona.

La importancia de su trabajo re­sultó vital, pues de proponer una ver­sión musical más oxigenada también habría parecido que tenía otro vuelo la propuesta del director de escena Christoph Marthaler, más allá de que, siendo conocidos y colaboradores en viejas aventuras teatrales, ambos com­partan criterios similares. Los que aquí se barajan son evidentes y ho­mogéneos a partir de la desnaturali­zación del gesto, del musical y del escénico. Por citar algún ejemplo, si la escena con el doctor Miracle tiene poco de «demoníaco», la de la muñe­ca Olympia, en su languidez, se queda en un apunte de gélida emoción que no consiguió sacar adelante ni Ana Durlovski. a pesar de que anoche dijo su canción con tal pureza y pre­cisión que en otro contexto habría sido merecedora de algún aplauso.

La cuestión de fondo parece sen­cilla: según se ha dicho, lo fantástico se ha querido sustituir por lo surrealista a partir de la escenografía construida por Anna Viebrock, en la que se hace un remedo del Círculo de Be­llas Artes de Madrid. A la postre es un detalle, un guiño, ante un desarrollo escénico irregular que, si por un lado construye disposiciones que parecen hechas al margen del propio texto (el comienzo del acto de Antonia), por otro desarrolla varias de buena fac­tura. Es el caso del acto de Giulietta, aquí el último, debido a la nueva es­tructura de la obra que propone esta producción, en el que tiene verdade­ra relevancia el hieratismo inicial del coro y otros personajes que acaban por acorralar a Hoffmann en su desesperación.

Para entonces, todo está resuelto. Eric Cutler ha construido un protagonista de escasa personalidad y solvente interpretación. Anne Sofie von Otter ha dejado detalles de buena escuela y otros propios de una voz ma­dura y pequeña, que a veces quedaba atrapada por la orquesta. Su trabajo como actriz es destacable, como merece la pena citar a Graham Valenti­ne por la presencia y el carácter cómico que da a Spalanzani, y a Measha Brueggergosman en su doble pape) de Antonia y Giulietta. Muy bien ajustado el Coro Titular del Teatro Real, su trabajo interpretativo tiene valor sustancial desde el mismo arranque. Cuando todavía es posible sonreír viendo a un simpático grupo de visitantes que entra y sale del Círculo. ALBERTO GONZÁLEZ LAPUENTE

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Tragedia subjetiva

EL PAÍS, 21/05/2014

El Teatro Real recibe con división de opiniones el estreno de Los cuentos de Hoffmann, la última producción de Gerard Mortier

Corría el año 1992 cuando el director de escena Christoph Marthaler y la escenógrafa Anna Viebrock presentaron en el teatro de Basilea la obra de Fernando Pessoa Fausto, tragedia subjetiva. Ese año obtuvieron los máximos reconocimientos teatrales que otorga el cantón suizo. El poema de Álvaro de Campos, heterónimo de Fernando Pessoa, Ultimátum es recitado en castellano por la costarricense Altea Garrido en la parte final de la versión de Los cuentos de Hoffmann que se representa estos días en el teatro Real. Viene como anillo al dedo para testimoniar las ideas del equipo escénico sobre el mundo que nos rodea y el trasfondo de lo que quieren mostrar con su trabajo teatral y plástico alrededor de la ópera inacabada de Offenbach, pero también se podía haber evitado. Es un añadido que en su condición de tal se puede aceptar o rechazar. Lo que es innegable es que da pistas sobre la intencionalidad del montaje. ¿Rompe el ritmo? Sin duda, pero no es excesivamente grave en ese momento de la representación.

Si la sombra de Pessoa es alargada no lo son menos las de Offenbach y Mortier en la trayectoria profesional y humana de Marthaler y Viebrock. Del primero realizaron ya un colosal trabajo sobre La vida parisina en la Volksbühne de la plaza Rosa Luxemburg de Berlín en 1998, con un humor sutilmente burlón al límite del absurdo, y hace cuatro o cinco años han puesto en pie en Basilea La gran duquesa de Gerolstein, una obra de la que Viebrock ya había hecho sus pinitos en Gelsenkirchen, en el corazón de la cuenca del Ruhr, en 1986. Es un autor con el que, evidentemente se sienten a gusto, algo que se manifiesta en Los cuentos de Hoffmann, por su libertad creativa y su adopción de un tono entre surrealista, irónico y de locura contenida a la hora de mostrar el viaje de Hoffmann por su pasado real o imaginario, un viaje que coincide con el de Fausto al menos en su condición de “tragedia subjetiva”. La otra sombra, la de Mortier, se muestra por partida doble en el terreno afectivo. Además de la coincidencia de haber conocido a Sylvain Cambreling en 1978 mientras dirigía esta obra en París, precisamente el Círculo de Bellas Artes ha sido algo así como el fetiche cultural de Mortier —junto al Museo del Prado y el Goethe Istitut— en sus años madrileños. En 2009 recibió la medalla de oro de la institución, un año antes que Claudio Abbado, dos años después que Pierre Boulez, por citar ejemplos musicales. Anna Viebrock cogió el testigo de esta vinculación y la escenografía es una síntesis de los espacios del Círculo, desde la pecera al taller de pintura o la sala de billares. Pero sobre todo es una imagen del carácter cosmopolita, abierto, polifacético y en cierto modo laberíntico de la institución. El trabajo de campo ha sido preciso y el resultado artístico convincente.

El público acogió con sonora división de opiniones el trabajo de Marthaler, uno de los directores de ópera y teatro más consistentes y originales del planeta. Su dirección de actores, el ritmo escénico que crea o el trabajo con los coros son de un rigor conceptual fuera de lo común. En España se ha prodigado poco en su faceta lírica. En el Liceo de Barcelona, Joan Matabosch obtuvo uno de sus mayores éxitos con la programación en 2002 de Katia Kabanova, procedente del Festival de Salzburgo, con el valor añadido de un trabajo extraordinario de Cambreling al frente de la orquesta. En Madrid, antes de su interesantísimo Wozzeck la pasada temporada en el Real, se había podido ver en el Festival de Otoño A Primavera Winch Only, un espectáculo sorprendente a partir de La coronación de Popea, de Claudio Monteverdi, que fue acogido de forma entusiasta. En el planteamiento de Los cuentos de Hoffmann, Marthaler incide en el lado trágico del personaje; respeta a su manera el carácter particular de los tres cuentos —El hombre de arenaEl consejero KrespelAventuras de la noche de San Silvestre— que dan origen a los personajes de Olympia, Antonia y Giulietta; da prioridad al lado reflexivo; y presenta una estética compleja con ecos de Magritte —como en la puesta en escena de Pelléas et Mélisande, en Francfort— , Man Ray, las nuevas tecnologías y esa irrenunciable plástica cotidiana que caracteriza todos los montajes de la pareja Marthaler-Viebrock. Escenas como la del coro de arpistas, pongamos por caso, sacan a la luz su particular sentido del humor. El concepto multidimensional en la aproximación teatral es más que evidente.

Musicalmente, la representación estuvo a gran altura. Sylvain Cambreling realizó quizás su mejor trabajo hasta la fecha en Madrid, demostrando su afinidad e idoneidad con el repertorio francés. Su Offenbach está a la altura de sus Berlioz, Debussy y Messiaen. La orquesta estuvo impecable, el coro realizó una labor teatral excepcional y en cuanto a los cantantes el reparto fue homogéneo, lo cual es de agradecer, sobre todo por el buen nivel de los personajes secundarios. Defendieron magníficamente sus cometidos Eric Cutler, Measha Brueggergosman o Ana Durlovski, y fue emocionante volver a ver en escena a Anne Sofie von Otter. En resumen, unos Cuentos de Hoffmann que a nadie dejarán indiferente. La respetable y muy taurina división de opiniones siempre es bienvenida. Cualquier reacción es preferible a la indiferencia. Juan Angel Vela del Campo

 

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