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Las críticas a "Roberto Devereux" en el Real
Por Publicado el: 29/10/2015Categorías: Diálogos de besugos

Las críticas en prensa a «Alcina» en el Real

Esta vez hay comentarios muy especiales, no ya de la propia representación sino de la filosofía del Real como teatro público, al margen de una opinión positiva sobre la producción e interpretación.

https://youtu.be/n3ChiMuwNn0

El Mundo 28/10/2015

POR ARTE DE MAGIA

Autor: Händel. / Director musical: Christopher Moulds. / Director de escena: David Alden. / Reparto: Karina Gauvin, Christine Rice, Anna Christy, Sonia Prina. / Coproducción del Teatro Real y la Ópera de Burdeos. Coro y Orquesta titulares del Teatro Real. Calificación: ****

La ópera barroca propuso una estructura dramática basada en una cadencia narrativa, donde los personajes actúan como tipos, o arquetipos, sin las servidumbres de la psicología; el desarrollo avanza articulado sobre las convenciones de un relato más o menos histórico o mitológico y las figuras en conflicto manifiestan sus cuitas gracias a unas cápsulas musicales que detienen la acción para que el compositor se explaye en el análisis sentimental sin limitación del tiempo dedicado a cada aria. Tal estilo, muy exigente musicalmente, permite una gran libertad a la hora de concebir la puesta en escena.

La exigencia musical alcanza altas cotas en la producción del Teatro Real, gracias a un reparto homogéneo, compacto y de óptimo nivel, capitaneado por la contundente Alcina de Karina Gauvin y el versátil Ruggiero de Christine Rice. La orquesta titular, cuya ductilidad se pone de nuevo a prueba para demostrar una madurez creciente, bajo la sobresaliente batuta de Christopher Moulds, que la hace sonar en un envolvente estilo barroco. El montaje imaginativo gana de acto en acto y compensa su escaso atractivo visual con un minucioso trabajo actoral. Cuatro horas de ópera excelente, apreciada por quienes permanecieron hasta el final y que hicieron mal en perderse los espectadores que aprovecharon cada descanso para desertar. Sólo cabe animar a que otro público sucumba al arte de la maga Alcina. Lo agradecerá. / Alvaro del Amo

‘Alcina’ o el amor como alucinación

Se usa y se abusa del ‘aggiornamiento’ en la ópera, por aquello de acercar al espectador tramas y dramas que, en muchos casos, resultan incomprensibles hoy en día. Pero en algunas ocasiones sucede que el deseo de actualizar se topa con que los verdaderamente avanzados eran ellos, los que vivieron hace tres siglos.Georg Friedrich Händel (1685-1754), sintetizó en su música la Europa del rococó, en su doble vertiente de alemán residente en Inglaterra, pero también atento a lo que sucedía en Italia y Francia. La música de aquella época no se entendía sin los‘castrati’, aquellos prodigios de voz que eran todos los sexos y ninguno a la vez, seres casi mitológicos que servían a la perfección para encarnar las historias que demandaban cortesanos y burgueses por su renacido interés en la mitología.

Por eso la primera representación en Madrid de su ópera ‘Alcina’ (1735), este martes en el Teatro Real, sirvió no sólo para recuperar una pieza desterrada del repertorio operístico durante varios siglos bajo las acusaciones de «antiteatral» e «irrepresentable». También, gracias a la lectura del director de escena David Alden, mostró que, a pesar de nuestros prejuicios, el embrujo del amor se mantiene como una de las grandes fuerzas creadoras de la humanidad. Y que hay múltiples formas de amar.

En el original, la bruja Alcina secuestra a Ruggiero de su feliz matrimonio conBradamante y lo lleva cautivo a una isla desierta que, por obra de su encantamiento, se convierte en un paraíso para él, donde le colmará de placeres amorosos. Pero la pieza de Händel ya lleva desde su origen esta interpretación del amor como fantasía, alucinación o estado alterado de la conciencia. ¿Cuántas veces hemos estado enamorados y hemos creído cosas que, en el fondo, sólo estaban en nuestra cabeza? No hace falta más que ver la etimología de la palabra «desengaño» para comprender el alcance de esta percepción alterada.

Y, sin embargo, Alden le da la vuelta a este montaje al transformar el ‘happy ending’ del final de la ópera -en el que Ruggiero deja atrás a Alcina y sus encantamientos y vuelve a la felicidad del hogar- por una nostalgia de esa ilusión, una añoranza de la fantasía que, inevitablemente, tendrá que conducir a la frustración y el desasosiego.

Si a esto le sumamos el lío de sexos de Alcina a cuenta de los personajes escritos originalmente para castrato (Ruggiero, Bradamante, Oberto), lo que inicialmente era un cruce de géneros neutros genera aquí nuevos y complejos ejes amorosos entre hombres, mujeres, mujeres que dicen ser hombres y hombres que dicen ser mujeres.

Entre semejante jaleo, el prodigioso trabajo del director musical Christopher Moulds (que agarraba ayer la batuta entre los dientes para atacar rápidamente el clave) con la orquesta brilló desde la discreción. Podría haberse traído una orquesta de instrumentos barrocos (la tiorba no faltó, eso sí), pero prefirió educar a los músicos en las técnicas del pasado. Dario Prieto

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La Razón 29/10/2015

Temporada del Teatro Real

Alcina, ¿Podemos o no podemos?

“Alcina” de Haendel. K.Gauvin, A.Christy, C.Rice, S.Prina, L.Tittoto, A.Clayton, E.Escribá. Orquesta Titular del Teatro Real. C.Moulds, dirección musical. D.Alden, dirección escénica. Teatro Real. Madrid, 27 de octubre.

Las casi cuatro horas de duración de “Alcina” han evitado que los críticos tengamos que escribir a toda pastilla para la segunda edición de nuestros diarios. En condiciones normales, a la salida del teatro a las once de la noche, me habría puesto a escribirles mi opinión sobre los artistas. Les habría informado sobre la corrección con aristas metálicas de la protagonista, de las estridencias por arriba de Morgana, de las escasamente limpias coloraturas de Oronte, del personal e ingrato timbre pero no de contralto de Bradamante, del buen trabajo de Ruggero muy especialmente en su extensa aria del tercer acto. Me hubiera referido a la equilibrada y cuidada dirección musical y a los inspirados solos, con buen sonido barroco si bien con falta de incisividad en algunos momentos. También de una dirección actoral relevante dentro de una puesta en escena confusa que no tiene nada que ver con Woody Allen por mucho que se nos intente vender una moto que yo, por supuesto, no compro porque no ayuda al espectador a entender y seguir a unos personajes que, como en el futbol, deberían llevar un dorsal en estos casos. Pero esta vez no es esto lo más importante y es que, con tiempo y reflexión, el crítico puede ver el bosque y no perderse en los árboles. Sería muy positivo que en nuestros diarios se tomase nota.

Representación con un gran punto a favor: la formidable música de Haendel, casi al nivel de la que compusiera para “Julio Cesar”, obra más redonda tanto musical como dramáticamente. Espectáculo servido con dignidad y mis observaciones iniciales no empañan una labor de conjunto muy aceptable. El problema es el criterio con el que debe juzgarse. La producción se estrenó en la Ópera de Burdeos en mayo de 2012 y, curiosamente, se nos anuncia como “coproducción” del Real con aquel teatro, que en su web no menciona para nada al español. La representación que aquí se contempla hubiera merecido una muy alta calificación en Burdeos, un teatro de provincia en el que para este título la entrada más cara costaba 85€. La misma producción, con cantantes compartidos o de similar nivel elevaba en Madrid ese precio a 382€. Esto no es admisible.

No resulta extraño que casi todas las entradas de estreno correspondan a empresas, como claramente se observa en los descansos y que queden muchas sin vender fuera de ese segmento o que muchos espectadores desertasen tras la segunda pausa. Sí resulta extraño que, con una música tan maravillosa, ni siquiera se colocasen el resto de localidades con el descuento del 90% a los jóvenes. Algo falla y merece reflexión en su patronato. Un patronato en donde se ha eliminado la discusión seria, en donde las críticas se trasladas en susurros a los oídos de los interesados en privado y en donde, por poner un ejemplo, lo que se discute es la petición del representante de Podemos del Ayuntamiento para que se enlacen a las actividades del Ayuntamiento títulos con lejana vinculación a la violencia doméstica. Tiempos convulsos plenos de confusión e ignorancia. ¿Acaso cumple el Real una función social con su actual política? ¿Tiene sentido una financiación pública, aunque sólo sea del 30%, a un público que se puede permitir pagar casi 800€ por dos entradas?

¿Es de recibo presentar una producción de un teatro francés de segunda categoría a precios cuatro veces superiores? ¿Podemos o no podemos permitirnos un teatro de primera división en Madrid? ¿Qué es lo que ha de exigirse culturalmente al Teatro Real? Medítenlo sus responsables, las administraciones que lo financian y sus patrocinadores, porque así no se debería seguir. Gonzalo Alonso

 

 

alcina 5

ABC, 28/10/2015

El moderno animalario

Haen­del. K. Gau­vin (Al­ci­na), A. Ch­risty (Mor­ga­na), C. Ri­ce (Rug­gie­ro), S. Pri­na (Bra­da­man­te), L. Tit­to­to (Me­lis­so), A. Clay­ton (Oron­te), E. Es­cri­bà (Ober­to). Or­ques­ta Ti­tu­lar del Tea­tro Real (Or­ques­ta Sin­fó­ni­ca de Ma­drid). C. Moulds.
D. Al­den. Tea­tro Real. El Tea­tro Real pro­si­gue su tem­po­ra­da vol­vien­do el ges­to ha­cia la ópe­ra ba­rro­ca. Haen­del es el ob­je­ti­vo y, tras él, un buen nú­me­ro de in­con­di­cio­na­les cer­ca­nos a la ge­nia­li­dad de una mú­si­ca ca­paz de trans­cri­bir al de­ta­lle los más su­ti­les afec­tos. Un for­mi­da­ble ca­tá­lo­go se reúne en «Al­ci­na», la ópe­ra com­pues­ta so­bre «Or­lan­do fu­rio­so» y es­tre­na­da en 1735. Por al­gu­na ra­zón, pe­se a su tar­día re­in­cor­po­ra­ción al re­per­to­rio, se ha con­ver­ti­do en uno de los tí­tu­los fun­da­men­ta­les del com­po­si­tor. Es­tos días pue­de ver­se en el Real a par­tir de la pro­duc­ción tea­tral fir­ma­da por Da­vid Al­den y rea­li­za­da jun­to con el Grand Théâ­tre de Bor­deaux, don­de se es­tre­nó en ma­yo de 2012.
El «fe­nó­meno» Haen­del es in­tere­san­te por las po­si­bi­li­da­des de ex­pe­ri­men­ta­ción pro­mo­vi­das por sus ópe­ras des­de que se re­des­cu­brie­ran en Cen­troeu­ro­pa en los años vein­te del pa­sa­do si­glo. En­ton­ces fue un ele­men­to mo­der­ni­za­dor an­te los es­ce­na­rios na­tu­ra­lis­tas im­po­nien­do cons­truc­cio­nes ahis­tó­ri­cas, fuer­te­men­te ar­qui­tec­tó­ni­cas, a ve­ces cer­ca­nas al cu­bis­mo. El pro­pó­si­to era la in­ten­si­fi­ca­ción del as­pec­to sen­so­rial, al­go que ca­da épo­ca ha sa­bi­do in­ter­pre­tar a su ma­ne­ra. Es sen­sa­to que Da­vid Al­den lo quie­ra ha­cer aho­ra des­de me­ca­nis­mos más ín­ti­mos, cer­ca­nos a có­di­gos asu­mi­dos por el in­cons­cien­te co­lec­ti­vo y cer­ca­nos al ci­ne y su es­pa­cio. Un tea­tro en desuso es la is­la don­de Al­ci­na con­vier­te en plan­tas, ani­ma­les o pie­dras a los aman­tes ya gas­ta­dos. La idea no es nue­va, pe­ro es útil. Ayu­da a con­ver­tir la en­tra­da de Rug­gie­ro en el reino de la he­chi­ce­ra en una for­ma de eva­sión per­so­nal. Al­den de­mues­tra que sa­be muy bien lo que hay de­trás de la obra y lo rea­li­za con efi­ca­cia, hil­va­nan­do cohe­ren­te­men­te las tra­mas pa­ra­le­las. «Al­ci­na» es una es­pe­cie de es­pe­jis­mo, in­tere­san­te, cu­rio­so, por mo­men­tos ori­gi­nal, y a ra­tos can­do­ro­so.
Una vez más, las po­si­bles du­das so­bre la fuer­za del tra­ba­jo es­cé­ni­co co­rren muy en pa­ra­le­lo al re­sul­ta­do de la pro­pues­ta mu­si­cal que di­ri­ge Ch­ris­top­her Moulds. Aquí el Real in­vi­ta a la com­pa­ra­ción, pues dos de las pro­ta­go­nis­tas par­ti­ci­pa­ron en su día en la gra­ba­ción di­ri­gi­da por Alan Cur­tis jun­to al bri­llan­te Il Com­ples­so Ba­roc­co. No es el ca­so de la Or­ques­ta Ti­tu­lar del Tea­tro Real a la que Moulds ha tra­ba­ja­do es­tu­pen­da­men­te, mol­deán­do­la has­ta con­se­guir que to­do se re­duz­ca a una so­no­ri­dad cui­da­da, mi­nu­cio­sa y aten­ta con los can­tan­tes aun­que al tiem­po ali­cor­ta en el
Ka­ri­na Gau­vin (Al­ci­na) y Ch­ris­ti­ne Ri­ce (Rug­gie­ro) en «Al­ci­na» arre­ba­to in­te­rior, el acen­to y el pál­pi­to. La ira con­cen­tra­da en el fa­mo­so «Ah! Mio cor, scher­mi­to se!» de­be an­tes a Ka­ri­na Gau­vin que a la pul­sión del ba­jo o a la som­bra que di­bu­ja­da por la cuer­da. Con ella se en­tien­de a una Al­ci­na ca­paz de re­co­rrer muy dis­tin­tos sen­ti­mien­tos, cre­ci­da an­te la ira y me­nos an­te el la­men­to. La in­vo­ca­ción a los es­pí­ri­tus «Om­bre pa­lli­de» pro­mo­vió al­gu­nos de los aplau­sos de la no­che.
Un lu­gar muy es­pe­cial lo ocu­pa Ch­ris­tia­ne Ri­ce, quien de­fen­dió a Rug­gie­ro con voz he­cha y sus­tan­cio­sa, fá­cil en las agi­li­da­des. «Ve­di pra­ti» so­nó bo­ni­to en su sen­ci­llez mu­si­cal y la muy vir­tuo­sís­ti­ca «Sta nell’ir­ca­na pie­tro­sa ta­na » fue un mo­men­to cul­mi­nan­te en la re­pre­sen­ta­ción. Hu­bo va­rios otros a lo lar­go de las ca­si cua­tro ho­ras de es­pec­tácu­lo. Jun­to a Haen­del siem­pre hay una afi­ción fiel. Alberto González Lapuente

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