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Las críticas en prensa a “Butterfly” en el Real
Por Publicado el: 13/07/2017Categorías: Diálogos de besugos

Las críticas en prensa a Macbeth en el Real

Comienzan a publicarse en papel las críticas a “Macbeth” en el Teatro Real y, como habitualmente, deseamos que ustedes tengan una idea lo más completa posible de lo que son estas representaciones, comparando lo que expresan -que no siempre es lo que piensan realmente-  unos y otros críticos. En este caso, unanimidad en considerar por encima de cualquier otra cosa que Plácido Domingo es un gran artista y que en este «Macbeth» todo gira en torno a él, con una buena dirección musical y una Lady Macbeth con talla.

“Macbeth” de Verdi. Plácido Domingo, Anna Pirozzi, Ildebrando d’Arcangelo, Brian Jagde, etc. Coro y Orquesta titulares del Teatro Real. Director musical: James Conlon. Madrid, 11 de julio de 2017.

ABC

12/07/2017 

El espíritu intrépido

…No se trata de que el éxito fuera apoteósico, tampoco de que esta interpretación, pese a su dignidad, sea una referencia. El asunto es más inquietante y afecta a la capacidad de Plácido Domingo para seguir destacando por encima de la juventud, de la calidad vocal, de la sensatez del timbre, de la homogenidad o de la «pegada» que puedan exhibir otros colegas.

…Domingo había salido al escenario con la voz fresca, resonando con amplificada energía, dispuesto a comerse el escenario. A partir de ahí, el recorrido vuelve a ser curioso y siempre sorprendente, sabio e irregularmente interesante. El esfuerzo final es el aria «Pietà, rispetto, amore» que cantó irregularmente para en el cierre sacar fuerza de flaqueza y colocar las notas con una fortuna impresionante.
Lo demás fue disfrutar de una versión enjundiosa gracias a la presencia en el foso de un gran director. Desde el primer compás, James Conlon avisó de la rudeza del drama, de su acento inquietante, áspero, óscuro, grave…/ ….encontró parangón en la exacta y vibrante respuesta del coro. También fue muy notable el de la soprano Anna Pirozzi, particularmente en las partes dramáticas resueltas con un registro agudo potente y certero, y el del barítono Ildebrando D’Arcangelo aplaudido en su adagio «Come dal ciel precipita». Un escenario negro, una cuidada iluminación con alguna proyección en el tercer acto remataron el ambiente de este «Macbeth».  Alberto González Lapuente

El País

12/07/2017 

Plácidamente

A Macbeth lo acosan los fantasmas, pero Plácido Domingo, aunque haya que restregarse los ojos y dar crédito a nuestros oídos, es real. Cuesta comprender que este hombre de 76 años pueda seguir cantando como lo hace sobre un escenario, lejos del que ha sido su territorio natural durante más de medio siglo, ascendiendo las mismas montañas, pero por rutas completamente diferentes: y sin oxígeno. Contaba el nonagenario Joseph Fuchs que él había logrado tocar en el escenario del Carnegie Hall a una edad a la que la mayoría de sus coetáneos no eran ya siquiera capaces de llegar hasta el Carnegie Hall. Plácido, a poco que se lo proponga, acabará haciendo suya la frase del gran violinista neoyorquino.

Que el considerado por muchos el tenor más completo de las últimas décadas haya conseguido reinventarse con éxito como barítono dice mucho de su inconformismo, de su rebeldía, de su intrepidez. Llega a Madrid con el Macbeth ya muy rodado, recién cantado en San Petersburgo, e incluso con una grabación comercial audiovisual realizada hace menos de un año en la Ópera de Los Ángeles (de la que el propio Domingo es director general) y con el mismo responsable de la dirección musical que ha venido a Madrid, su amigo James Conlon.

Plácido remeda así al gran Felice Varesi, que estrenó el papel en 1847 y que luego haría lo propio con el Giorgio Germont de La Traviata y el personaje protagonista de Rigoletto, que cantaría también en el Teatro Real de Madrid en 1853 (y el Conde de Luna un año después). Verdi le escribió: “No pararé de animarte a que estudies bien la situación dramática y las palabras; la música surgirá por sí sola. En una palabra, me place que sirvas mejor al poeta que al compositor”. Parece casi una profecía de lo que hace este nuevo Plácido, que necesita acomodarse de alguna manera la partitura a sus cualidades actuales y, sobre todo, medir mucho los esfuerzos. Apenas audible en algún concertante, y al igual que en I due Foscari hace un año, echó por fin el resto y sacó voz, sin red de seguridad, en Pietà, rispetto, amore, su aria del cuarto acto. A su lado, Anna Pirozzi lució grandes credenciales verdianas, solo empañadas por cierta tendencia a gritar algunos agudos. Su voz no es “áspera, ahogada, cavernosa” ni “diabólica”, como quería Verdi, a sabiendas de que estaba pidiendo un imposible, pero en la escena del sonambulismo, muy bien arropada por Fernando Radó y Raquel Lojendio, nos regaló uno de los mejores momentos vocales y musicales de la noche.

Verdi alertó al empresario del florentino Teatro della Pergola, donde se estrenó Macbeth, que las cosas que más habría que cuidar en su ópera serían “Coro e Machinismo”. Aquí no ha habido tramoya alguna (solo leves efectos de iluminación, tres cambios de vestuario de Pirozzi, un par de espadas, algunas coronas y poco más), pero el coro, permanentemente en escena, aunque muy dubitativo sobre cuándo tenía que sentarse y levantarse, ha estado a la altura de su reputación, a pesar de unos comienzos imprecisos en una función conducida por la batuta segura y complaciente, aunque raras veces inspirada, de James Conlon. En otra carta a Piave, su libretista, en pleno proceso de gestación de la ópera, Verdi le confesó que Macbeth “es una de las más grandes creaciones humanas”, y añadía: “Si no podemos hacer algo grande con ella, intentemos hacer al menos algo fuera de lo común”. Lo más “fuori dal comune” de lo visto y oído en Madrid ha sido el propio Plácido, centro constante de todas las miradas. Pero a pesar de la sangre derramada, de la sucesión de crímenes y del drama mayúsculo que nos presenta Verdi, muy respetuoso con la esencia del diseño dramatúrgico de Shakespeare, esta versión de concierto ha carecido de verdadera tensión teatral y ha avanzado en general plácidamente, un adverbio que, a tenor de lo apuntado más arriba, parece ya merecedor de algo más que la solitaria acepción que nos da el Diccionario de la Real Academia. La sombra del barítono Plácido es alargada. Luis Gago

El Mundo

12/07/2017 

Piedad para los asesinos

Verdi se zambulló en su admirado Shakespeare se diría que siguiendo la lapidaria condena existencialista que niega el sentido a la vida humana reduciéndola a un estruendo de ruido y furia emitido por un loco. La música no deja de ser bellísima, a pesar del empeño del compositor por subrayar el exacerbado desgarro de la tragedia, hasta el punto de recomendar a la soprano que no se preocupara por ‘cantar bien’, pues lo esencial era comunicar un oscuro y radical deseo por imponer un único designio: la conquista del poder.

La soprano italiana Anna Pirozzi no sigue el consejo del autor, pues ‘canta muy bien’, presentando a Lady Macbeth no como la encarnación del mal, sino como una esposa de fuerte carácter, obligada a apechugar con un marido pusilánime; la versión concierto es esta vez una semi representación, con vestuario, acción escénica y una iluminación cambiante.

El barítono Ildebrando DArcangelo es un sobrio Banco, y el tenor Brian Jagde un apasionado Macduff. El Coro actúa como auténtico coprotagonista, desde el tenebroso y retozón de las brujas, hasta el lamento sobre la patria oprimida y traicionada. Andrés Máspero distingue cada pieza, contrastando las peculiaridades de los diferentes momentos.

James Conlon vuelve para ofrecer una versión entusiasta que se recrea en el gozo melódico y en la compasión con que contempla el crimen y sus artífices.

¿Y Plácido Domingo? Todo se ha dicho ya del cantante excelso, aplaudido artista y no menos admirado como fuerza de la naturaleza, hoy desplazado a la figura algo ambigua de ‘baritenor’, con la que parece dispuesto a recorrer la gama completa de barítonos verdianos, que interpreta como buen conocedor del estilo musical y el empaque de la madurez, un bagaje que no despeja la sospecha de que aplica su voz talluda a cometidos que no le corresponden. Pero Plácido Domingo es Plácido Domingo, los teatros del mundo entero continúan invitándole, y el público no está dispuesto a dejar de aclamarle, como volvió a ocurrir en el Teatro Real, sin que importara gran cosa si habíamos oído a Macbeth o a una estrella aún rutilante haciéndose pasar por el usurpador del trono de Escocia. Álvaro del Amo

 LA RAZÓN 13/07/2017

Plácido Domingo, artista por encima de todo

El Teatro Real empezó temporada con Verdi y la cierra también con él. Es la tercera vez que presenta “Macbeth”, una de las óperas de la época de galera de Verdi pero bastante frecuente en el repertorio. La última fue en 2012 y, si vuelve ahora a su escenario, es porque así lo ha pedido Plácido Domingo, quien viene casi cerrando temporadas en el teatro en una relación entre ambos absolutamente justificada y provechosa. Escribo “sube” porque, aunque anunciada como “en concierto”, se ha montado una pequeña pero afortunada puesta en escena, lo que siempre ayuda al auditorio. Permítaseme añadir que muchas veces es mejor asistir a este tipo de soluciones que a escenificaciones que no sólo no ayudan a entender una obra, sino que la destrozan. Ejemplo lo tenemos en el “Tannhauser” emitido por ARTE desde Munich el pasado domingo.

La orquesta en el foso, el coro en bancadas y los solistas de negro con el tenor vestido de Macbeth, movimientos escénicos, unas pocas proyecciones en las apariciones fantasmales y apenas unas ficticias coronas y unas espadas como añadido. Más que suficiente. La orquesta y los coros –con la señora del expresidente Zapatero en segunda fila- con sonido global excelente en un trabajo vivo de James Conlon. Sobró quizá la página sinfónica de ballet y hubiera sido mejor aprovechar ese tiempo de ensayo para lograr acentos verdianos más penetrantes en algunos momentos, esos que convierten una buena dirección en magnífica.

Anna Pirozzi fue una brava lady Macbeth desde una arrebatadora “Vieni, t’affretta”, página con cabaleta muy difícil, que resolvió como pocas pueden hacerlo hoy y que fue aplaudida pero no tanto como merecía. Tiene una ligera tendencia al grito, pero canta el papel y recordemos que el mismo Verdi quería una voz especial para la soprano. A menor, pero gran nivel también, sus otras dos arias, con sobreagudo limpio. El joven tenor, Brian Jagde proviene del concurso Operalia y seguramente fue un “consejo” de Domingo incluirlo en el reparto. No se equivocó, pues logró una de las mayores ovaciones de la noche por su entrega sin reservas como Macduff y una voz interesante. A la de Ildebrando d’Arcangelo, que canta con gusto, le falta peso para Banco y el personaje se queda corto en la gravedad de su aria. Correcto el resto del reparto.

¿Para qué volver a insistir que Domingo no es un barítono? Ya lo sabemos todos. Celebraba su función 3.900 en una carrera de más de cincuenta años y, a los setenta y muchos, conserva un estado vocal inaudito. Ese milagro es posible gracias a una fortaleza física envidiable y a que ha sabido cantar todo –y está en el Guiness como el tenor con repertorio más extenso- con su voz, sin forzarla. A veces nos lo hace pasar mal, cuando esa fortaleza se debilita por sus “excesos vitales”, pero no fue el caso con Macbeth, uno de los roles de barítono verdiano que mejor puede hacer suyo. Me reafirmo en lo escrito cuando lo abordó en Valencia hace dos años. Macbeth tiene para él muchas ventajas. Es protagonista indudable, no hay notas con las que no pueda o no encuentre alternativas, posee gran parte actoral y una escena final alternativa con la muerte del tirano, casi un recitativo, con la que bordar su actuación. Para colmo no hay un sólo dúo con un tenor en el que pueda quedar al descubierto la cierta similitud de timbres. Pudo resentirse el fiato en la escena de los espíritus, reservarse en los concertantes, quedar al límite en “Pietà, rispetto, amore” pero bordó el casi recitativo final “Vil corona, muero sólo por tu culpa”. Sinceramente, hay aún mucho que disfrutar en esta etapa de Plácido si uno no escuchó a Cappuccilli o Brusón o bien si, habiendo oído a estos auténticos barítonos verdianos, logra olvidarse de ellos por tres horas. He de reconocer que Plácido lo logró conmigo esta vez. Ni que decir tiene que llovieron las aclamaciones. Gonzalo Alonso

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