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Por Publicado el: 04/10/2016Categorías: En vivo

L’elisir d’amore: ¡Cosas de la ópera!

¡Cosas de la ópera!

L’ ELISIR D’AMORE. Ópera en dos actos de Gaetano Donizetti, con libreto de Felice Romani, basado en un libreto original de Eugène Scribe. Intérpretes: William Davenport (Nemorino), Ilona Mataradze (Adina), Mattia Olivieri (Belcore), Paolo Bordogna (Dulcamara), Caterina Di Tonno (Gianetta). Producción: Palau de les Arts / Teatro Real. Dirección de escena: Damiano Michieletto (Eleonora Gravagnola, reposición). Esceno­gra­fía: Paolo Fantin. Vestuario: Silvia Aymonino. Coro de la Generalitat Valenciana (director: Francesc Perales). Orquesta de la Comunitat Valenciana. Direc­ción musi­cal: Keri-Lynn Wilson. Lugar­: Valencia, Palau de les Arts. Entrada: Alrededor de 1400 personas (lleno). Fe­cha: Sábado, 1 de octubre de 2016 (se repite los días 4, 7, 9 y 12 de octubre).

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La chispa, el poder de seducción y la irrebatible calidad musical de L’elisir d’amore se han impuesto sobre la mediocridad. Ni la muy insuficiente batuta de la canadiense Keri-Lynn Wilson, ni la presencia de un reparto vocal que, en su discreción, sí cumplió y salió airoso en su delicado compromiso de presentar la gran ópera de Donizetti como función popular y con carácter de pre-estreno de la temporada lírica 2016-2017, pudieron mermar el éxito de la reposición de la vistosa, playera, recargada y valencianísima producción que el italiano Damiano Michieletto tiene el valor de trasladar a la mismísima Playa de la Malvarrosa.

            Cinco años después de su estreno –en abril de 2011- la producción, ahora repuesta por Eleonora Gravagnola, mantiene intactos su atractivo y capacidad para enganchar al público, a pesar de haberse pronunciado aún más su abigarrada escena. Si entonces contó con un reparto de campanillas –figuraban estrellas como Ramón Vargas, Aleksandra Kurzak o Erwin Schrott-, en estos tiempos de ayuno y restricciones los cantantes provienen en su mayoría del casero Centre de Perfeccionament Plácido Domingo. Significativo es que la entonces intérprete del modesto rol de Gianetta -la georgiana Ilona Mataradze- asuma ahora el personaje protagonista de Adina.

            Fue precisamente ella lo mejor del reparto de jóvenes intérpretes, con una versión ciertamente belcantista que lució agudos, sentido dramático y flexibilidad melódica. Fue la suya una Adina pizpireta, creíble y más lista que el hambre, capaz de trajinarse, seducir y llevarse al huerto a mil y un Nemorinos. También al público que abarrotó el Palau de les Arts y que se volcó con su entregada y bien implicada actuación dramática.

            Contó con un Nemorino admirable actoralmente pero justo desde el fundamental punto de vista vocal. Estamos ante un papel que requiere una voz de enorme refinamiento, capaz de recrearse y fascinar con el prodigio de algo tan capital en este repertorio como es el canto a mezza voce. La voz generosa y entregada del tenor estadounidense William Davenport no ahondó en la esencia vocal de un papel que tras su sencillez oculta gigantesca enjundia técnica y artística. Su fino sentido estético e inteligencia dramática otorgaron empaque y prestancia a ese milagro melódico que es el aria “Una furtiva lagrima”, donde contó con la perfecta colaboración en el foso del fagot solista Salvador Sanchis.

            Las fabulosas e implicadísimas actuaciones actorales de Mattia Olivieri (Belcore) y de Paolo Bordogna (Dulcamara) estuvieron por encima de sus respectivas prestaciones vocales. A ambos les faltó fuste y entidad vocal para abordar estos dos importantes papeles. A Bordogna, involucrado intérprete cuyo Dulcamara es capaz de embaucar al más pintado, le falta consistencia, peso y anchura en los graves. Olivieri configuró un inatacable Belcore, aunque su ironía y vis cómica se quedaran en la epidermis. Enfatizó hasta el exceso su vena cómica, y dejó inadvertidos momentos de tanto calado como cuando pronuncia la palabra “buffone” (instante en que el sargento donizettiano parece emular al mismísimo Rigoletto). Su estupendo físico y su entrega vocal contribuyeron a acrecentar la dimensión de la interpretación.

            La en otras ocasiones formidable Orquestra de la Comunitat Valenciana sonó muy por debajo de sus posibilidades, con un sonido monocorde y rutinario. Sin énfasis ni matices. O forte o piano. Roma y sin la ligereza y frescura que requiere la partitura. Culpable de tan insuficiente prestación fue la batutera directora de orquesta canadiense Keri-Lynn Wilson, que como buena mala batuta se limitó a marcar lo obvio -es decir, lo que menos se necesita marcar- y olvidarse de buscar, matizar y convertir la inerte partitura en algo vivo y vivificante.

            Un instrumento como la Orquestra de la Comunitat Valenciana no merece estos directores de compromiso. Tampoco ha de sufrirlo el en otras ocasiones sobresaliente Cor de la Generalitat Valenciana, que cerró una de sus intervenciones más pálidas, tristes y desajustadas en su brillante trayectoria de éxito en el Palau de les Arts. Sus responsables han de tomar conciencia de la elevada entidad técnica y artística de estos dos admirables conjuntos titulares para otorgarles el tratamiento y atención que sus calidades y excelencias merecen y requieren. Gran éxito de todos al final de la representación. También de la directora de orquesta. ¡Cosas de la ópera! Justo Romero

(Publicado en Levante el 03/10/2016)

 

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