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Por Publicado el: 29/12/2017Categorías: Recomendación

Recomendación: Los Strauss cabalgan de nuevo en Viena

Los Strauss cabalgan de nuevo

Con una velocidad que se aproxima a la de la luz tendremos en nuestras tiendas la grabación del Concierto de Año Nuevo, que pasado mañana nos congregará frente a la caja tonta a unos cuantos millones de espectadores insomnes. Como ya he dicho desde esta página en más de una ocasión, el evento tenía un enorme interés para el espectador (al menos europeo) en los tiempos de Boskovsky o Maazel, porque eran tiempos de reivindicación discográfica para una música con la que habían comulgado maestros como Hans Knappertsbush, Carl Schurich o Karl Böhm, y a la que solo unos pocos chalados prestaban la atención debida. Pero directores de técnica elaborada y perfeccionista hasta lo enfermizo (Carlos Kleiber, Herbert von Karjan)  se cargaron el ´kitsch´de la parada para convertir el asunto en una exhibición de sinfonismo de altos vuelos. Lo ancestral –esa marca vienesa un tanto pastelera y de una limpieza de poner de los nervios-, la tradición dancística, el perfume popular, la acerada belleza de los bosques del Salzkammergut, el ladrillo apple strudel, etc. desaparecieron, para convertir un espectáculo único en el mundo en una indisimulada campaña turística acerca de las bondades de la Viena moderna, o lo que es lo mismo la que poco a  poco ha logrado, no sin muchos esfuerzos, que la derecha más derecha del lugar, sin duda la más lustrosa, llegara al Poder. Esa Viena moderna (en realidad políticamente heredera directa  de la que tuvieron que padecer Beethoven o Rossini) se ha ido mostrando al mundo a través de sucesivas retransmisiones televisivas adobadas por  directores como Zubin Mehta, Nikolaus Harnoncourt, Franz-Welser Möst o el mismo Riccardo Muti. Tan aseados todos ellos. Tan políticamente correctos, tan buenos directores todos ellos (con excepciones contadas). Y con alguna que otra excepción reveladora  como hayan podido ser los casos de Daniel Barenboim o Georges Prêtre. Y es lo que queda hoy: un bellísimo y áureo angar de flores frescas, pasto de retorcidos planos de cámara cada vez más difíciles y acobráticos, para que los espectadores suspiremos ante tanto lugar común,  y podamos así alcanzar el auténtico nirvana de las modernas versiones de los Strauss: un feroz aburrimiento.

Muti es un excelso director. Veremos para que le da esta vez el genio. Por lo pronto, vemos que en el programa no hay inflación de obras desconocidas, auténtico cáncer de las últimas entregas. Hay títulos de peso, para que el sinfonista Muti se luzca. Habría que pedirle, igualmente, que se olvidara de la trascendencia de la cosa y utilizara una de las armas que mejor sabe usar: el sentido del humor. Todo lo demás lo tendrá asegurado ante su amada Filarmónica de Viena, una institución que es necesario amar como a la amante más secreta, a pesar de sus muchos devaneos. Pondré unas velas a mi santo Johann, para que no le hagan ningún roto y pueda llegar a todo el mundo tal y como es: un viejo canalla al que les salen las notas por todos los orificios del cuerpo. Amén. Pedro González Mira

 

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