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varvaraFedoseyev, ruso, puro de oliva
Por Publicado el: 05/05/2017Categorías: Recomendación

Nos visitan los cofrades de David

Nos visitan los cofrades de David

Christian Zacharias es un asiduo del Ciclo de Grandes Intérpretes, de la Fundación Scherzo. Su primera visita a este se produjo en 1998, y desde entonces ha reincidido más de una decena de veces, para alegría y disfrute de sus admiradores en Madrid, auténtica legión. Zacharias es un pianista que combina el instrumento con la dirección  orquestal, de la que se sirve para abordar  grandes ciclos, una de sus pasiones. Schubert es –dentro del piano solo-  uno de ellos, y quizá el más celebrado. En esta ocasión no presenta un programa monográfico, otra de sus señas de identidad, sino que bucea en el último clasicismo de Schubert y Beethoven para abrir una ventana a Schumann, un romántico de pro. Sin duda, como veremos, un hermoso programa.

Se puede decir que Zacharias practica un pianismo hecho de finura y carácter a partes iguales. No es un pianista extremo, ni atronador, como se llevan ahora (aunque algo despistados entre tanto glamur), sino lo que podríamos llamar un intelectual del instrumento. Porque su manera de explicar la música se basa más en la reflexión que en la pura exposición de lo obvio, de lo que está claro que existe, no en vano su arte habita repertorios de extrema grandeza. Por ejemplo, es admirable su Schubert, que goza de un maravilloso equilibrio entre lo lúdico y lo dramático. Su recital de esta semana  da comienzo  precisamente con la Sonata en La menor D 357, primera de las tres que escribió el austriaco en 1817. Es la más interesante del grupo, a pesar de su aparente bisoñez. Es una buena pieza para empezar. Pero el corazón del recital late desde dos obras de bandera, dos hitos del último Beethoven: las Sonatas en Mi menor y Mi mayor, respectivamente numeradas con el 27 y  el 30. Aquí el compromiso es máximo. Música de repertorio que todos los pianistas quieren tocar alguna vez, cosa que hacen, y que pocos logran interpretar como es debido. La integral bethoveniana quizá sea la más llevada al disco de cuantas son, y también la que más historias frustrantes encierra, incluso para pianistas de mucho calado que se estrellan estrepitosamente contra cada una de las piezas que la integran. He hablado de esto con más de pianista –y sin embargo, a veces, amigos- y parecen estar de acuerdo: el piano de Beethoven es el más difícil de ´decir´ . A mí me parece que esto es así porque seguramente en ningún otro la riqueza de matices es tan extrema. Por rica y variada: es la obra de un compositor que en realidad es un pianista que quiere convertir el instrumento en una orquesta. Claro, que para eso necesita un solista que esté en disposición de hacer tal cosa. Muy complicado.

Otra de las claras especialidades de Zacharias es Schumann. Y por eso es una suerte que haya decidido finalizar el recital con una obra del autor de Kreisleriana. Pero mucho menos conocida y tocada que esta, aunque quizá más imaginativa y musicalmente más genial: las llamadas Davidsbündlertänze op.6, un conjunto de 18 piezas características que encierran una historia. La Cofradía de David fue un grupo de jóvenes amigos idealistas  que se reunían en un café para discutir sobre música desde una postura militante, contraria a la, según ellos, rutina existente que protagonizaban los que de manera despectiva ellos llamaban filisteos. Había que luchar contra estos, y fue así como nació la Cofradía, que  inspira estos bailes de cofrades. Las piezas son como diálogos en los que especulan no solo el compositor Schumann, sino sus dos personalidades ocultas, Eusebio y Florestán: la impetuosidad y el lirismo como caras distintas de una misma moneda.  La obra resultante de este juego –muy propio de una cierta ingenuidad de lo romántico- es un alarde de creatividad, imaginación y fantasía pianísticas. Una auténtica cumbre del piano romántico, que eeperamos que en manos de Zacharias se convierta en fuente de auténtico placer. Pedro González Mira

Christian Zacharias, piano. Obras de Schubert, Beethoven y Schumann. Auditorio Nacional de Música, sala sinfónica. Martes 9, 19.30. Entre 25 y 57 €.

 

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