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LOS SCHUMANN: AMOR EN MÚSICA
Por Publicado el: 24/01/2014Categorías: Recomendación

WYOMING, A ESCENA

 

                                                                 Fotografía: Javier del Real

WYOMIMG, A ESCENA

Independientemente de que el resultado final en un estreno musical sea estéticamente más o menos interesante, hay géneros en los que el asunto adquiere tintes especiales. Sin duda, y por todo tipo de razones, que no solo musicales, y aun teatrales, la ópera es uno de esos géneros. Si no el que más: esto sucede desde que Monteverdi logró estrenar Orfeo hasta que se haya podido contemplar óperas como El Minotauro, de Harrison Birtwistle, o Nixon en China, de John Adams, por citar solo dos ejemplos de clara contemporaneidad.

La música clásica nunca va a morir. Tal afirmación no está apoyada en presupuestos estéticos puros –o dogmáticos- , sino en la complejidad, y por consiguiente extraordinaria riqueza, del lenguaje que sustenta este tipo de creación. Pero el caso de la ópera –con respecto a la abstracción pura del sonido, que es lo que da vida a la música-  es distinto. En ópera hay que contar una historia utilizando palabras. Y aquí surge el problema, porque la manera en que se puede contar una historia en imágenes y sonido ha evolucionado una barbaridad desde el día que se representó la primera ópera. Y los gustos y necesidades del público. Y los subgéneros de la misma. Y la valoración que se puede hacer de la capacidad expresiva de la voz, y sus técnicas, como elemento integrante del todo. Y un montón de cosas más…

Todo ello convierte al espectáculo operístico en una actividad creativa polémica, cuando no inadaptada a su tiempo, como es el caso de muchas de las obras salidas de la mente de los más grandes compositores en el género (recuérdese, por ejemplo, que sucedió con La traviata el día de su estreno). Esta polémica sigue a día de hoy abierta -gracias a Dios- , y el crítico, comentarista o como se le quiera llamar, está moral y éticamente obligado a formar parte de ella. No solo cuando se representa un título de repertorio, sino cuando, y sobre todo, se trata de un estreno absoluto. La polémica en el primer caso está –dentro de un cierto orden-  controlada –no sé si soy un poco generoso con la apreciación- , pues el asunto suele centrarse en las puestas en escena; y nada en el segundo, porque en la lista de razonamientos se cuela siempre el más espurio y miedoso: ¿qué pasará, servirá esto para algo, con tantas óperas buenas como hay para qué gastarse el dinero en estos ´lujos´, etc.? Pues bien, en este estado de cosas llega al Teatro Real una ópera nueva, un estreno del que no lo sabremos todo hasta el martes 28, pero ante el que podemos –y debemos- tomar partido, partiendo de consideraciones generales, pero también de algún que otro dato contrastable.

Como todo el mundo sabe Brokeback Mountain es el título de una película de Ang Lee, cuyo guión –escrito por Diana Ossana y Larry McMurtry-  está basado en una pequeña novela de Annie Proulx, publicada en la revista The  New Yorker en 1997 . Y todo el mundo sabe también que el film obtuvo tres oscar de la Academia, uno de ellos precisamente al Mejor Guión Adaptado (Pedro Almodóvar estuvo interesado en el asunto, pero le quemó demasiado las manos). También, claro, que se trata de una historia de amor entre dos aguerridos vaqueros (impresionantes Heath Ledger y Jake Gyllenhaal en la película; el primero falleció en 2008, tres años después del estreno de la película, y después de su histórico Joker en el film de Nolan, por el que recibió un oscar póstumo),  relatada en medio de las montañas del estado de Wyoming, en plena América profunda.  Ang Lee se lo pensó dos veces antes de acometer su trabajo, pues el tema era peliagudo. De hecho, las productoras grandes le cerraron las puertas, pues eso de “hacer una película en la que dos vaqueros se pasan el tiempo besándose” no parecía un tema apropiado para el público norteamericano.  Pero como el mundo es de los valientes, Lee se arriesgó y… el resto de la historia es conocido.

El mundo del arte es de los valientes. Eso debió pensar Mortier cuando se fijó en el relato de Proulx para ponerle música y convertir en ópera el best seller cinematográfico. Lo hizo en su efímera etapa de director de la New York City Opera, pero como de allí salió como salió, recuperó el proyecto para el Real  ¿A quién llamar  para abordar la tarea? Pues a la propia Proulx (que en principio se negó, porque no le había gustado mucho la película),  para que se encargara  del libreto, y a un músico de enorme interés, del que por cierto no hace mucho he leído cosas tan lindas como “el joven compositor Charles Wuorinen… “. Este señor acaba de cumplir 75 años. Y, hay que apresurase a decirlo, es un soberbio compositor, que muestra una impecable y honesta trayectoria, y que está en posesión de una importante Obra en los géneros más comunes. Wuorinen  es hijo renegado del dodecafonismo, y del serialismo, cosa que, por haberlo declarado sin el más mínimo pudor y sin ningún miedo, le honra.  Como deja entrever Juan Carlos Moreno en un indispensable artículo publicado en el número de enero de la revista RITMO, hay en Wuorinen una rara y muy atractiva mezcla ente Stravisnky y Schoenberg. Lo que, añado, es como ir contra la naturaleza de las cosas con la fuerza del intelecto, la profundidad de la regla matemática, la magia del ritmo y la expresión de los colores orquestales.  Si el lector quiere conocer mejor a este compositor, el sello Naxos tiene unos cuantos discos en su catálogo. Se llevará más de una sorpresa.

Hay una gran expectación ante este estreno. O por mejor decir, o una gran indiferencia, según en qué bando se miulite. Por ejemplo, hay una enorme demanda de información entre la prensa extranjera, que va a desembarcar en masa en el Real para el estreno, y, salvo alguna excepción, bastante indiferencia en la prensa nacional. Por lo que al público se refiere, parece que todavía no se ha animado mucho para adquirir sus entradas. Van a ser ocho funciones, y yo, desde ya, recomiendo la asistencia. Mis razones atienden a mi propia manera de ver la cosa operística. Soy el primero en ponerme a la cola para asistir a la representación de un Rigoletto o un Ocaso de los dioses, pero siento al menos el mismo interés cuando se me muestra algo nuevo con ciertas garantías. Personalmente confío en el trabajo de Wuorinen, y el tema no me espanta. Como además soy de los que piensan que si no se escribe ópera nueva el género, preñado de experimentos cargantes y gratuitos, va a ir muriendo poco a poco, no tengo dudas. En otras palabras: no solo es necesario dar un aspecto nuevo a las óperas de repertorio –nuevo no quiere decir idiota- para mantener vivo el género, sino que este debe saber encontrar respuesta a los asuntos de hoy, en sentido amplio, es decir buscando la nueva creación. Por eso insisto, cuando algo promete, hay que apoyarlo, y que nadie se asuste: lo que va a escuchar es una música tan buena como perfectamente asumible. Pedro González Mira

WUORINEN: Brokeback Mountain. Tom Randele, Daniel Okulicht; Heather Buck, Hannah Esther Minutillo, Ethan Herschenfeld, Hilary Summers, Jane Henschel, Ryan MacPherson, Lettia Singleton. Coro y Orquesta del Teatro Real. Dirección musical: Titus Engel. Dirección escénica: Ivo van Hove. 28 y 30 de enero; 1,3,5,7,9 y 11 de febrero, 20.00 (domingos: 18.00) Entre 10 y 363 €. (día 28); entre 10 y 203 €. (resto)

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