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Por Publicado el: 11/02/2020Categorías: Artículos de Gonzalo Alonso, Colaboraciones

Fallece «La Mirella»

“La Mirella”

“La Mirella” para algunos -sus allegados- y “La Freni” para los millones de melómanos que la adoraban desde hace décadas, Mirella Freni era inmensamente apreciada por todos. Su figura y su pose, sencilla y tan natural como su canto sin artificios, la acercaba a unos y otros. La eterna Mimì, la dramática Adriana, la ingenua Cio-Cio San de Karajan, la Susanna pizpireta de Ponelle, Fedora, la Tatiana o la Doncella de Orleáns de madurez…¡Tantos y tantos personajes que han quedado marcados por esta artista irrepetible, profesional, exigente, alejada de cualquier estupidez mercadotécnica, compañera generosa y protagonista de una carrera ejemplar, larga y que ella, inteligente y sensata, supo parar cuando vio que ya no era posible mantener el nivel de exigencia y rigor que siempre fue santo y seña del hacer de la diva más antidiva de la escena internacional.

Adorada y respetada por todos, la Freni falleció el domingo, con 84 años de edad, en su Módena natal, donde había nacido en 1935, dos semanas después que su paisano querido Luciano Pavarotti, del que fue hermana de leche (las madres de ambos eran amigas y compañeras de trabajo). Muy pronto –con 10 años- ganó un concurso de radio, en el que cantó un aria que años después sería clave en su se repertorio: “Un bel di vedremo”, de Madama Butterfly. Gracias al gran Beniamino Gigli, que la escuchó entonces, su familia decidió interrumpir tal disparate. A la sensata edad de 17 años retomó los estudios de canto y conoció al que pronto se convertiría en su marido y brújula artística, el pianista Leone Magiera, con quien mantuvo al final una relación tormentosa.

En 1963 debutó en la Scala de Milán e inmediatamente se convirtió en estrella internacional, con una carrera muy bien planificada artísticamente, marcada siempre por el respeto escrupuloso a la evolución natural de su voz de lírica pura, que paulatinamente y sin pasos en falso se oscureció y dramatizó para desembocar en roles puramente veristas e incluso, de la mano de su segundo marido, el legendario bajo búlgaro Nikolái Ghiaurov, en el repertorio ruso, con incursiones sobresalientes en personajes como la Tatiana de Yévgueni Oneguin, de Chaikovski, o La Doncella de Orleáns, también de Chaikovski, papel en el que se la pudo escuchar en el Teatro Massimo de Palermo en junio de 2003, y que supuso unos de sus últimos grandes personajes.

La Freni representaba la italianità por antonomasia, aunque también triunfó en otros roles y repertorios, como la ópera francesa e incluso la música barroca. Legendaria es su grabación del Stabat Mater de Pergolesi junto a su amiga Teresa Berganza, quien ayer afectadísima recordaba con Gonzalo Alonso el momento, ella presente, en que Ghiaurov se le declaró: “Dí que sí, dí que sí, que es muy guapo y tiene una voz estupenda”.  Y también la última vez que hablaron: “Estoy muy mal, Teresa, estoy muy mal”. No fue capaz de decir nada más pero, al menos reconoció la voz de Teresa, porque había perdido casi toda la memoria. Por cierto, Gonzalo Alonso y yo compartimos desayuno con el matrimonio en el hotel de Palermo donde coincidimos años ha.

Su sencillez familiar, entrañable, la convertía en un personaje próximo y alejado del prototipo de la diva en plan Maria Callas. Parecía más bien la tía entrañable que todos tenemos. Era directa, franca y también tozuda, convencida de sus razones. Quien esto escribe recuerda un ensayo general en la Philharmonie de Berlín, con Abbado y la Filarmónica de Berlín. Corría el 30 de diciembre de 1998, y estaban preparando el aria de la carta de Tatiana para el Concierto de San Silvestre (en el que también tenía que haber cantando su hermano de leche Pavarotti, pero éste hubo de cancelar por sus problemas con el fisco alemán; fue sustituido por Marcelo Álvarez). En un momento dado, la Freni no dudó en parar a la orquesta en mitad del ensayo y gritar: “¡Claudio, Claudio! ¿No te das cuenta de que los trombones están tocando muy fuerte y así es imposible cantar?”. Abbado le respondió: “No te preocupes, luego, con el público, el balance quedará perfecto”. “¡Un corno! ¡Así no canto!”. Y la Freni pasó de Abbado y de María Santísima, y se fue derechita y sin vacilar a la sección de trombones y les dijo: “Ustedes saben que están tocando muy fuerte, así que, por favor, háganlo más piano, háganme caso, y díganselo al maestro”. Abbado, alucinado pero sonriente, se doblegó con elegancia a las órdenes de la antidiva y pidió a los trombones que tocarán algo más piano.

Tuvo equivocaciones que la hicieron sufrir. El mundo de la lírica recuerda su fracaso en la Scala al intentar resucitar el personaje y la producción de Visconti para «Traviata» que hizo célebre Callas. También la Elvira de «Ernani» en el mismo escenario junto a Plácido Domingo, donde se la vio llorar en el camerino al percatarse del error de ese repertorio.

Era una artista de raza, de la antigua generación. Como ha reconocido Plácido Domingo, “el último exponente del legado de la ópera italiana”. Por fortuna, queda su legado discográfico. Enorme. Testimonio eterno de una las grandes divas de la ópera. De hoy y de siempre. Que transitó desde los grandes personajes verdianos (Violetta, que grabó en 1973 con Bonisolli y Bruscantini, dirigida por Gardelli; Leonore de La forza, con Domingo y Muti en la Scala; legendaria es su filmación de Desdemona  junto al Otello de Vickers y dirección de Karajan; Amelia de Simon Boccanegra –para la historia queda su grabación en la Scala de Milán, con Cappuccilli, Ghiaurov, Carreras y dirección de Abbado, enero de 1977, o, por supuesto, la Alice Ford y también la Nanetta de Falstaff), a los más representativos de Puccini (Mimì de referencia, tantas veces con Pavarotti, pero también con todos los grandes tenores de su tiempo, desde Plácido a Gianni Raimondi, con el que protagonizó la famosa película de Zeffirelli, dirigida por Karajan), o incursiones puntuales pero siempre sobresalientes en el repertorio francés, como en la Carmen de Bizet (ópera en la que debutó en su Módena natal en 1955, con veinte años, a la Marguerite del Faust de Gounod, de la que se conservan dos referenciales documentos en vivo de actuaciones en la Ópera de París (con Nicolai Gedda y Charles Mackerras en el foso) y, sobre todo, el prodigio grabado en la Scala de Milán, el 4 de marzo de 1977, junto a Alfredo Kraus y la batuta de Georges Prêtre, con un reparto de ensueño en el que también figuraban Ghiaurov y Cappuccilli.

Sentó cátedra en el repertorio mozartiano con su desenvuelta Susanna, pero también como una Zerlina ingenua y picarona, personaje joven que interpretó en el Festival de Salzburgo en 1969, con Karajan y otro elenco hoy inimaginable: Ghiaurov, Janowitz, Zylis-Gara, el recientemente fallecido Rolando Panerai y el insuperable Don Ottavio de Alfredo Kraus. Emocionó en Sevilla, cuando muchos años después, en el ciclo de conciertos organizado por Lluís Andreu en mayo y junio de 1991 con motivo de la inauguración del Teatro Maestranza, volvió a ser la jovencita campesina el 19 de mayo para cantar con su ya esposo Ghiaurov el dueto Là ci darem la mano. Descanse en paz La Mirella. La Freni. ¡Mirella Freni!    Justo Romero/ G.A.  

Un comentario

  1. Gino 04/03/2020 a las 15:07 - Responder

    Me van a permitir que lamente ciertos detalles morbosos y cotillas del artículo.

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