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Por Publicado el: 26/07/2018Categorías: En vivo

Crítica: Kaufmann, de lo puro y lo impuro

Kaufmann-saluda

Kaufmann saluda

KAUFMANN, DE LO PURO Y DE LO IMPURO

Arias y fragmentos orquestales de Sain-Saëns, Gounod, Bizet, Chabrier, Halévy, Massenet y Wagner. Jonas Kaufmann, tenor. Director: Jochen Rieder. Orquesta Titular del Teatro Real. Teatro Real, Madrid. 25 de julio de 2018.

Apareció, por fin, Jonas Kaufmann, uno de los tenores de moda, el más solicitado de la actualidad, en el escenario del Teatro Real tras dos intentos fallidos en años anteriores a causa de sendas indisposiciones, una circunstancia que acecha al divo constantemente en virtud, al parecer, de una cierta predisposición a los catarros. También, aventuramos nosotros, a su ya tradicional tendencia, una vez que dio el salto de la cuerda de tenor lírico-ligero a la de tenor lírico-spinto, en la que se viene desempeñando hace ya varios años, de recurrir, en busca de apoyo y asentamiento, al empleo de la gola.

El reforzamiento de las sonoridades de pecho, de las resonancias buco-faríngeas, la voluntad de oscurecer, de ensanchar el caudal le ha llevado en los últimos años a la pérdida de flexibilidad, de luminosidad, de vibración superior. Su técnica, que tiene sólidas bases y que se basa un en correcto manejo del juego respiratorio, impide que el sonido prospere y que se desarrolle libremente en la máscara. Por el contrario, busca la amplitud por el camino del ensanchamiento espurio, de tal manera que el timbre, seductor, sensual, pastoso, agradable, no termina de poseer el brillo y los armónicos enriquecedores deseados, lo que desluce el resultado musical y perjudica la expresión, subrayada permanentemente por el empleo de un falsete opaco y de unas medias voces que no terminan de prosperar.

Y es lástima, porque Kaufmann es un pedazo de músico, un intérprete de raza, un cantante que tiene cosas que decir, pero que en muchas ocasiones no llegan a tomar cuerpo por las circunstancias apuntadas; aunque eso al público, al menos al asistente a esta velada, se la trae al fresco, dado el éxito absoluto, acrecido en la segunda parte del recital, al que se incorporaron tres generosos bises, premiados por algunas espectadoras con regalos florales y paquetitos. Ya se sabe: el culto al divo, el triunfo de la mercadotecnia. A lo que hay que sumar, claro es, las propias virtudes que en todo caso, salvado lo dicho, adornan al artista. Analicemos ahora, un poco pormenorizadamente, la interpretación de cada una de las páginas constitutivas del programa, separado claramente en dos mitades: una primera centrada en el repertorio francés y una segunda orientada al germano. Mucho mejor ésta que aquélla.

Kaufmann-en-concierto

Kaufmann en concierto

Empezamos con un Ah, lève-toi, soleil de Romeo y Julieta de Gounod, iniciada con un juicioso y bien matizado recitativo en el que ya advertimos la defectuosa emisión y las veladuras de la peculiar técnica canora. Primer si bemol agudo –la pieza se cantó en la versión tradicional, un tono más grave que la original- con aplicación de ese recurso non sancto y tan recurrente del ataque con portamento inferior (attacco di sotto) en busca de la colocación en un salto que hace feo, aunque Kaufmann lo disimula discretamente. Una técnica que no se cansó de utilizar en todo el recital. Cierre con otro si bemol, sorprendentemente en pianísimo, con falsete roto a medias.

Engolamiento total en el Aria de la flor de Carmen, en la que el tenor matizó adecuadamente, aunque, como le sucede de continuo, con escasos resultados positivos: sus claroscuros no establecen en verdad una coloración variada y resultan monocromos. Al final, en otro si bemol agudo, nuevo piano, éste sí consignado en la partitura, aunque realizado en ese falsete áfono de gola. La voz no vibra arriba, sino abajo. Aunque la gola no dejó de funcionar, con mayor o menor presencia, en todo el concierto, la verdad es que, aun así, encontramos muy plausible la interpretación del aria de La juive, Rachel quand du Seigneur, de Halévy, en la que, como en la de Le Cid de Massenet, teniendo en cuenta la penumbrosidad del timbre, evocamos, sólo en eso, a Caruso, encontramos muy buenos efectos expresivos –portamentos aparte- e incluso delicadezas muy sutiles.

Lo mejor de la segunda parte, y seguramente de todo el concierto, se dio en el monólogo de Siegmund de La walkiria de Wagner, Ein Schwert verhiess mir der Vater, bien expuesto en su meditativo inicio y bien resuelto en el imponente ápice sobre la palabra Wälse!, lanzada a los cuatro vientos por dos veces sobre sol bemol y sol natural. Kaufmann aguantó varios segundos, más de lo normal, las largas notas y concluyó suavemente, en un nuevo e íntimo recitativo. Aquellas notas agudas estuvieron en su sitio y nimbadas del timbre peculiar del cantante, sin el metal idóneo pero en el fulcro y, evidentemente, alcanzadas a partir de sutil portamento. La voz del tenor alemán conviene a este personaje de Heldentenor lírico, podríamos decir: un heroico de menor amplitud que Siegfried o Tannhäuser (partes que creemos no ha abordado y que suponemos no abordará; aunque vaya usted a saber).

La Canción del premio de Maestros cantores comenzó con un interesante y conveniente toque poético, Pero no es pieza para Kaufmann. Su voz oscura, que los antiguos quizá denominarían de baritenore, no posee la luz que se supone ha de adornar al personaje del juvenil y revolucionario cantor. Su tesitura le queda demasiado elevada a juzgar por el esfuerzo desplegado, la incomodidad de los apoyos, lo destemplado de algunos ataques y lo imperfecto del legato. El melos que envuelve a la página estuvo ausente. La guinda la puso In fernem Land, la despedida de Lohengrin, un momento preferido de Kaufmann, que siempre se ha encontrado ahí muy a gusto y donde acierta a desplegar su falsete engolado, lo que quizá otorga al aria un tono excesivamente edulcorado. Y hubo aquí una novedad, apuntada en sus excelentes notas al programa por Miguel Ángel González Barrio –aunque en ellas da a entender que no se produciría-: la inclusión de una segunda estrofa (que debería incluir la presencia del coro), que Wagner cortó y que no suele cantarse. Para ello Kaufmann salió provisto de una tablet.

Como aclamados bises: el tan krausiano Pourquoi me revéiller de Werther de Massenet, de si bemoles forzados, aunque de línea pausible; la Canción de la Primavera de La Walkiria, poéticamente expuesta, y Träume, de los Wesendonck lieder del propio Wagner, dicho de forma íntima, soñadora… y engolada. El tenor tuvo en todo momento el apoyo puntual de Jochen Rieder, un director aseado que colabora con él desde hace tiempo y que gobernó a una disciplinada y atenta Sinfónica de Madrid. Los planos, en especial en la Bacanal de Sansón y Dalila de Saint-Saëns o en el tejido contrapuntístico del Preludio de Maestros Cantores, nos parecieron embarullados y el equilibrio general discutible y desigual. Pero tampoco podemos afirmarlo con certeza: desde la fila dos de las llamadas butacas de orquesta, en donde se situó a la crítica, es muy difícil apreciar, discernir y juzgar con claridad.  Arturo Reverter

Fotos: Javier del Real

2 Comments

  1. Osvaldo Ugarte 27/07/2018 a las 12:19 - Responder

    Al Sr. que comenta el recital del tenor Kaufmann le digo que si no le gusta como canta, con todas las observaciones, segùn èl, se trata de una persona muy entendida, dèjelo de ver y escuchar. No sufrirà contratiempos. Buen dìa.

  2. Roberto 27/07/2018 a las 16:26 - Responder

    Aunque soy desde sus comienzos gran admirador y seguidor de Kaufmann (tantas veces frustrado por sus incomparecencias en Londres, Viena o Milán) , este recital me dejó bastante insatisfecho, por no decir medio abochornado en las dos primeras arias… Coincido bastante con la crítica, y pienso que el cantante se esforzó poco. Pero lo que fue verdaderamente lamentable (desde el segundo piso) fue la orquesta, ruidosa, desordenada, ratonera, en una palabra: pésimamente dirigida.

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