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Las críticas en prensa a Macbeth en el Real
Las críticas a "El gallo de oro" en el Real
Por Publicado el: 29/06/2017Categorías: Diálogos de besugos

Las críticas en prensa a “Butterfly” en el Real

Comienzan a publicarse en papel las críticas a “Butterfly” en el Teatro Real y, como habitualmente, deseamos que ustedes tengan una idea lo más completa posible de lo que son estas representaciones, comparando lo que expresan -que no siempre es lo que piensan realmente-  unos y otros críticos. Más o menos acuerdo en la notable actuación vocal y escénica de Ermonela Jaho, en la validez de la producción de Mario Gas y en la efectiva dirección orquestal de Armiliato.

Puccini: “Madama Butterfly”. Ermonela Jaho, Jorge de León, Ángel Ódena, Enkelejda Shkosa, Francisco Vas, Tomeu Bibiloni, Fernando Radó, Igor Tsenkman, Elier Muñoz, José Julio González, Marifé Nogales. Director musical: Marco Armiliato. Director de escena: Mario Gas. Escenógrafo: Ezio Frigerio. Figurinista: Franca Squarciapino. Iluninador: Vinicio Cheli. Director del coro: Andrés Máspero. Teatro Real, Madrid. 27-6-2017.

ABC

28/06/2017 

…Por decirlo sin rodeos: la temporada operística madrileña apunta a su final proclamando la apoteosis del mirón.

… «Madama Butterfly» se mantiene fiel a los hábitos cotidianos, los conformismos y los sentimientos a flor de piel, tal y como se describen en el espacio pequeño, oriental y poético donde vive Cio-Cio-San. Pero importa la multiplicación producida por las cámaras que desde en el propio escenario transmiten en tiempo real cuanto allí sucede. En verdad, Mario Gas lo hace con elegancia, haciendo creer que se filma una película y que todo se contiene en un gran plató, de manera que el espectador, sin recato ninguno, observa simultáneamente la realidad escénica y su truco (que en verdad es pura ficción) y, al tiempo, el resultado cinematográfico (que es la realidad inventada). Ni el gran hermano televisivo ha llegado nunca tan lejos.

….la joven Butterfly adquiere una madurez muy particular que la soprano Ermonela Jaho reconstruye vocalmente desde un registro grave de poca consistencia doblegado por una interpretación con encanto, filados interesantes, y una lectura cargada de determinación. El dúo con Pinkerton, acabando el primer acto, tuvo anoche una especial emotividad. La obra todavía se desenvuelve en el espacio de la extraversión y, si alguna virtud tiene Jorge de León y su ruda construcción del personaje, es la fortaleza del agudo.

…En ausencia de mayores sutilezas, Enkelejda Shkosa asumió el papel de Suzuki con una línea de canto de extraña continuidad, incluyendo arrojo en los momentos culminantes y un buen crecimiento. En paralelo la presencia escénica de Ángel Ódena apenas logra borrar la aspereza con la afronta la autoridad del cónsul americano Sharpless … el maestro Marco Armiliato quien ayer incidió en una propuesta dominada por el sentido narrativo antes que por el cuidado del efecto, por la naturalidad de una sonoridad construida con demasiada desenvoltura y desparpajo, y menos por la intención de envolver la obra con una resonancia tímbricamente refinada. Costó encontrar la cohesión de la orquesta y un volumen proporcionado. Alberto González Lapuente

EL MUNDO

28/06/2017

LA TEMPERATURA DEL AMOR

Estrenado en 2002 y repuesto en 2007, el montaje de Mario Gas, Ezio Frigerio y Franca Squarciapino opta por airear, catapultar, potenciar la minuciosa peripecia del relato desde la intimidad solitaria de la esposa abandonada a su suerte hasta una visibilidad que puede calificarse de máxima; el decorado, arquitectónico según el gusto del artífice, agranda la minúscula vivienda japonesa, que se muestra desde una completa perspectiva gracias al escenario giratorio, al tiempo que un equipo cinematográfico filma la acción, que se proyecta en una pantalla junto al techo. Es preciso reconocer que el doble artificio nada añade a la comprensión del drama, con el efecto perverso de favorecer la distracción, pues a menudo no se sabe adónde mirar.

En la primera escena, el buen cónsul Sharpless le pregunta al frívolo Pinkerton si está cotto (literalmente «cocido», en el sentido de enamorado), y éste responde con diáfana ambigüedad que Dipende dal grado di cottura. De la incandescencia de la pasión se apropia la protagonista de una de las cumbres del género operístico, retrato femenino complejo donde la entrega cohabita con la lucidez y la audacia con la delicadeza.

Ermonela Jaho hace una Butterfly superlativa; su voz plena recorre el amplio abanico de emociones, sentimientos y opiniones de un carácter a cuyo servicio se entrega la obra entera; un dominio que justifica su puesto como una de las grandes defensoras del endiablado papel; solo cabe discutir una excesiva inclinación hacia lo melindroso que en algún momento roza el peligro de la cursilería. A su lado, la también albanesa Enkelejda Shkosa la acompaña como una muy dramática Suzuki, la criada que es también cómplice y testigo impotente de la tragedia de su ama. Por ellas dos vale la pena asomarse a una función, recibida con entusiasmo por el público.

Porque el Pinkerton esforzado de Jorge de León resulta tosco y anodino el Sharpless de Ángel Ódena. Y Marco Armiliato no consigue de la orquesta la intensidad y transparencia requeridas en juna lectura epidérmica, a la que falta angustia, tensión y ese agazapado desmelenamiento que el compositor apunta en el arranque y va magistralmente desarrollando hasta el harakiri final. Álvaro del Amo

EL IMPERIALISMO, OBSERVADO POR 17 CÁMARAS

Una de las (muchas) paradojas de la ópera contemporánea es la que tiene que ver con lo multimedia. En un momento en que todo pasa por las pantallas, la experiencia de la voz humana sin amplificar en un teatro como el Real se presenta como un antídoto de humanidad a la frialdad tecnológica audiovisual. Sin embargo, para que no quede reducido a un espectáculo para unos pocos, los teatros de ópera intentan usar esa tecnología para acercar sus contenidos al mayor número de espectadores posible. Que es lo que pretende la reposición de este montaje de Madama Butterfly que desde ayer vuelve a ocupar el Teatro Real de Madrid, después de tres representaciones anteriores: dos en 2002 y otra más en 2007.

Así, este viernes se retransmitirá a toda España la representación de la ópera, vía RTVE, Facebook y la plataforma online del Real (Palco Digital) pero también en numerosos centros culturales, museos, espacios públicos y pantallas colocadas en la calle. La versión que ideó el director teatral Mario Gas, en colaboración con Ezio Frigerio (escenografía) y Franca Squarciapino (figurines), mantiene esa concepción de espectáculo meta-teatral en el que lo que ven los espectadores es la filmación de una película sobre una función de Madama Butterfly en los años 30. Un escenario dentro de otro escenario en el que no hay telón ni nada queda fuera de plano, donde las cámaras de vídeo (convertidas en cinematográficas con una bobina de celuloide de pega) se mueven entre los cantantes y proyectan sus imágenes (en blanco y negro, y con efectos de época) en la pantalla de los sobretítulos.

Si a ello se le suman las cámaras de TVE para el ensayo de la retransmisión del próximo viernes, en el estreno de ayer había hasta 17 cámaras registrando el drama de Cio-Cio-San y su amor por el miserable Benjamin Franklin Pinkerton. Quizá en el patio de butacas –en el que se pudo ver al ex presidente del Gobierno, José María Aznar, junto a su esposa, Ana Botella–, la atención quedase un poco dispersa ante tanto estímulo, pero la excelente realización de Miriam López de Haro ayudaba a reconducir al espectador entre travellings y planos aéreos de grúas sobre las arquitecturas de Frigerio.

También ayudó la interpretación de Ermonela Jaho. La soprano albanesa, a la que ya se la pudo ver brillar en una reciente Traviata, fue como una de esas actrices del cine mudo que tenían que llenar la pantalla silente con una expresividad casi sonora. A ella le tocó hacer de Cio-Cio-San, la inocente geisha entregada en matrimonio al militar estadounidense Pinkerton, al que dio vida el tenor canario (y ex policía municipal) Jorge de León. Y ella fue la que recogió la ovación final ante un apabullante despliegue emotivo.

Además de en este aspecto audiovisual, el montaje de Gas subraya este aspecto que la ópera de Puccini dejaba caer entre la supuesta fascinación por la cultura japonesa que empezaba a llegar a Europa a comienzos del siglo XX: la denuncia del colonialismo y el imperialismo. Bien es cierto que Italia, como otras muchas potencias europeas, convertía África en su jardín particular para jugar a la guerra y esquilmar riquezas. Pero el retrato de Pinkerton como despreocupado conquistador que ya piensa en cómo abandonará a Cio-Cio-San, una niña de 15 años que viene de una familia empobrecida, antes incluso de conocerla, recuerda a tantas otras historias de expolio y violación. Estupro, abandono y muerte como representación de esa historia que ha marcado el rumbo de Occidente durante siglos. Dario Prieto

 

EL PAÍS

28/06/2017

La programación de cada nueva temporada de un teatro de ópera es —o debería ser— un delicado juego de equilibrios: hay que saber conjugar riesgo y bazas seguras, cantantes foráneos y nacionales, producciones nuevas y reposiciones, ajenas y propias, títulos orillados y trillados, progresistas y conservadores. El Teatro Real echa el cierre de su oferta escénica de esta temporada con una ópera, Madama Butterfly, que participa de todos los segundos elementos de estas dicotomías: el éxito está garantizado de antemano, permite incluir en sus tres repartos a un buen número de cantantes españoles, se recupera una producción propia que ya ha demostrado doble y sobradamente sus bondades, es una de las óperas más representadas del repertorio (aunque Puccini no estuvo bien visto en este teatro en tiempos recientes) y se sitúa en las antípodas de muchas de las grandes apuestas de este año (Billy Budd, Rodelinda, Bomarzo, El gallo de oro), primicias sobresalientes y muy reveladoras de su rumbo actual. Ahora, con nada menos que 16 funciones programadas, al tiempo que se minimizan costes, se hace caja. Lucio Silla, anunciado en septiembre como pórtico de la próxima temporada, volverá a instalarse en gran medida al otro lado de esas eternas dicotomías.

El fondo de armario está para recurrir a él, y más si es bueno. El traje que diseñó Mario Gas para Madama Butterfly conserva sus hechuras perfectas y, a poco que se elijan bien los cantantes y sepa dar la talla la dirección musical, el triunfo es inesquivable. Buena parte del peso recae en la pareja protagonista, y muy especialmente en la soprano, que es quien hace desbocarse al final las empatías del público y a quien Puccini confía, con su habilidad innata para tener nuestras emociones a su merced, la música que esparce nudos en la garganta a diestro y siniestro.

Ermonela Jaho, que ha encarnado recientemente en este mismo teatro a la Violetta de La Traviata y, hace tan solo unos meses, a la Desdemona de Otello, es una Cio-Cio-San de ensueño. Cuando dio vida a esas otras dos mujeres sufrientes pudieron percibirse algunas carencias y ella reservó su mejor versión para los últimos actos de una y otra ópera. En su Butterfly, un personaje igualmente malhadado y de final trágico, pero de menor recorrido psicológico y exigencias vocales más homogéneas, confluyen, sin embargo, todas las virtudes, sin faltar una, y vuelven a verse acrecentadas en el cierre de la ópera: quien más, quien menos, la albanesa nos tenía a todos con el corazón en un puño. Y de eso se trata, al fin y al cabo. Podrían plantearse reparos menores —una tendencia quizás excesiva a los filati, o una dicción no siempre diáfana, por ejemplo—, pero su admirable línea de canto, sus soberbias condiciones como actriz y su plena asunción del personaje los relegan de inmediato a un plano muy secundario. Fue la gran triunfadora de la noche, como no podía ser de otra manera, y no solo porque su papel —y en este caso, paradójicamente, no el del tenor— se lleva, gracias a su relevancia y centralidad en el segundo acto, la parte del león.

Jorge de León va ascendiendo peldaños en su carrera, pero no ha podido o sabido estar a la altura de su compañera. Como actor, resulta algo envarado y como cantante echa el resto en las frases largas y líricas, que sabe coronar con agudos luminosos y fáciles, pero también hay que lograr decir y colocar las frases cortas, puntuales y exclamativas, que es donde más se resiente su emisión desigual. Enkelejda Shkosa sí compuso una Suzuki de enorme entidad vocal (y teatral), mientras que Ángel Ódena fue un cónsul noble y de excelente línea de canto.

La mayor virtud de la dirección de Marco Armiliato, muy en línea con las que nos ha regalado Ivor Bolton esta temporada, es que posee en todo momento pulso e intención teatral. Rehúye los extremos y no es un dechado de sutileza en los timbres orientalistas de la ópera, pero sabe respirar con los cantantes, arroparlos, empujarlos, amansarlos. Hizo sonar muy bien a la orquesta y, al igual que Jaho, y con idéntica entrega, activó todos los eficacísimos resortes emocionales puccinianos. El artificio del cine dentro de la ópera —o viceversa— funciona bien, aunque agota pronto su potencial de sugerencias y su carga autorreferencial. La escenografía de Ezio Frigerio y el soberbio vestuario de Franca Squarciapino prestan un gran empaque a la producción.

Quien, aprovechando las facilidades que proporcionan tantas funciones y el aliciente de la llamada Semana de la Ópera (que comienza el viernes), tenga su primer contacto con el género con esta Madama Butterfly, se convertirá para siempre a la causa. Fue el caso del gran crítico Andrew Porter, quien muchísimos años después se mostraba dispuesto a “seguir alabando su estructura formal, orquestación, sutileza, honestidad emocional y relevancia para la vida moderna”. Amén. Luis Gago

LA RAZÓN

        LA GRAN ESTRELLA CIO-CIO-SAN      

            No menos de 15 años tiene a sus espaldas esta producción de Mario Gas, que se repone por cuarta vez en el Teatro Real y que, aún de manera indirecta, corre en paralelo con lo subrayado de manera magistral por la partitura, de una riqueza y cuidado de elaboración impresionantes; más allá de lo que de fácil pueda ser el orientalismo o de que sea consecuencia de una moda determinada; de lo que de cargadas puedan estar las tintas; de lo sensiblero de algunas de las situaciones; de lo decorativo o efectista de ciertos pasajes musicales o teatrales.

            Mario Gas ideó en su día un ingenioso mecanismo, aunque no del todo original: teatro dentro del teatro o, mejor, teatro (operístico) dentro del cine. Se rueda una película y los cantantes-actores entran y salen, se maquillan y hablan entre bastidores rodeados de un amplio equipo de técnicos. Varias cámaras –las del escenario, con apariencia de antiguas- van tomando la acción que se proyecta, mediante un sistema de video, en una pantalla en blanco y negro. Desde luego esta manera de rodar, sin un solo corte, es irreal, aunque todo está hecho con cuidado, sobre un decorado, muy de superproducción hollywoodense, de unos estudios de cine de los años treinta donde se mueven con propiedad los figurantes. En lo puramente dramático, esta disposición no aporta en verdad nada nuevo, a no ser la posibilidad de acercarnos a la tragedia de Cio-Cio-San a través de primeros planos, lo que no deja de ser algo postizo, eso sí, muy bien organizado y movido. El que la joven vista ropas occidentales en el segundo acto es un buen detalle.

            Aunque suele ser lo normal, en este caso ha estado justificado el éxito de la protagonista porque Ermonela Jaho –a quien aplaudimos hace unas temporadas en “La Traviata”- es una estupenda actriz-cantante. Su voz no es nada especial: de volumen limitado, bien que sepa crecer y regular sabiamente, de metal pasajeramente opaco, de agudos a veces calantes, a veces destemplados, o ambas cosas a la vez-… Pero sabe frasear, filar, cambiar de registro, emocionarse, mantener una línea de canto muy pura, puede que demasiado frágil para un personaje que requeriría quizá un instrumento de mayores quilates dramáticos. Cantó exquisitamente su salida y se fue al do sostenido sobreagudo optativo, dijo magníficamente, en el dúo con Pinkerton, la emotiva “Vogliatemi bene”, acertó en el aria “Che tua madre”, fúnebre canto sincopado de monocorde tristeza, que exige de la soprano unos difíciles saltos de octava, y compuso una muerte creíble, con harakiri muy particular.

            La voz de De León cautiva por su color broncíneo, por lo restallante de sus agudos, por lo correcto de una emisión que a veces se bambolea un poco. Le falta el ideal refinamiento lírico para las más dulces frases del dúo, para apianar y conseguir medias tintas. A Ódena lo encontramos algo bajo; sólido y caudaloso como siempre, pero con un trémolo en exceso acusado y una afinación problemática. Potente y oscura, desigual de timbre, Shkosa (albanesa, como Jaho) en Suzuki. Eficaz, como es habitual, algo exagerado –cosa de la dirección escénica-, Vas como Goro. A buen nivel el resto del reparto.

La función discurrió por seguros cauces bajo la batuta móvil, ágil, vigorosa –más que delicada- de Armiliato, que marco “tempi” adecuados y se dejó mecer en algún instante –principio del gran dúo- por la belleza de la melodía. Supo esperar, apoyado en una buena Sinfónica, en los “rubati” peligrosos de Jaho. El Coro se desempeñó a satisfacción, aunque nos dio la impresión de que el famoso número a boca cerrada del tercer acto era cantado casi a boca abierta. Arturo Reverter

Y, seguidamente, una más amplia de Arturo Reverter publicada en Pleamar, suplemento cultural de Canarias 7

RECREACIÓN HOLLYWOODENSE

No menos de 15 años tiene a sus espaldas esta producción de Mario Gas, que se repone por cuarta vez en el Teatro Real. Sigue conservando su atractivo y su estupenda organización escénica, aunque, por su factura, pueda orillar o dejar al margen ciertos matices intimistas y poéticos de una partitura formidable en la que Puccini puso de manifiesto, una vez más, su habilidad para construir atmósferas, para edificar un espacio dramático ad hoc, el preciso para describir unos seres y unos comportamientos. Como por un arte mágico, que es el del gran hombre de teatro, los personajes quedan atrapados, subsumidos en una tupida red de acontecimientos perfectamente subrayados por la música.

Es singular la figura de Cio-Cio-San. Aun aceptando que se identifica las más de las veces con su exótico entorno y que es su propia presencia la que crea atmósfera, lo innegable es que el crecimiento, por decirlo así, de su figura femenina está plenamente conseguido y subrayado de manera magistral por la partitura, de una riqueza y cuidado de elaboración impresionantes; más allá sin duda de lo que de fácil pueda ser el orientalismo o de que sea consecuencia de una moda determinada; de lo que de cargadas puedan estar las tintas; de lo sensiblero o ridículo de algunas de las situaciones; de lo decorativo o efectista de ciertos pasajes musicales o teatrales.

Estamos ante una obra que hoy podría considerarse machista. A despecho de su delicadeza de trazo, de su episódico acuarelismo, de ciertos toques impresionistas, Madama Butterfly entra de lleno en la estética verista, aunque el verismo de Puccini fuera, por decirlo así, bastante menos agresivo y sórdido que el de otros autores. Tras escucharla en Viena, a poco de su estreno milanés, Busoni la calificó de “indecente”; lo que para Rubens Tedeschi, ya en 1978, no había de extrañar considerando su “lacrimógeno patetismo”. El mismo Puccini renegó de esta ópera –claro que también de las demás debidas a su pluma- cuando manifestó mientras componía su última e inacabada partitura escénica, Turandot: “Toda la música que he hecho hasta ahora me parece una simple farsa en comparación con la que tengo entre manos”.

Podríamos mencionar muchos motivos, casi siempre reconocibles, que pululan a lo largo y a lo ancho de los pentagramas y que Carner contabiliza en torno a 60, aunque algunos son meras insinuaciones. Pero conceden a la textura general una agilidad, una urgencia y una transparencia incuestionables. Ahí tenemos, por ejemplo, el diseño protagonista del fugato con el que prácticamente se abre la obra, un breve dibujo, nervioso e inquieto mezcla de corcheas y semicorcheas, que estará presente en toda la mitad inicial del acto y, en breves instantes, del siguiente; un motivo que describe el ir y venir, el ajetreo de los preparativos de la boda.

El extraordinario tema de presentación de la protagonista merece también comentario. Es a medias una tonada japonesa, un canto a la primavera y una idea del propio autor. Es escuchado primero desde dentro (efecto que en esta ópera parecía obsesionar a Puccini: hay otros pasajes en los que lo que se canta viene de fuera del escenario) y constituye una de las secuencias más inspiradas: una melodía larga, de carácter extrañamente sinuoso encomendada a los arcos y al arpa (muy activa en toda la composición) y a las trompas con sordina, con tríadas aumentadas del coro femenino al que se suma la radiante línea de la voz de la soprano, que asciende por lentas y envolventes oleadas plenas de sensualidad.

La misma que poco después, al final del extenso acto inicial, embargará a la totalidad del dúo amoroso y cuya admirable estructura y elocuente línea melódica merecerían un espacio del que no disponemos. Solamente anotemos la efusión lírica casi celestial que posee la frase de la soprano Vogliatemi bene, a la que acompaña un acariciador violín solista. Y la parte postrera en la que reaparece, esplendoroso, el tema de Butterfly completando una página maravillosa por la belleza de las melodías, lo vaporoso de las armonías, la singularidad de los timbres y lo magistral del tratamiento de las líneas vocales, que cantan embebidas en sí mismas.

Mario Gas, siempre imaginativo, ha dejado su huella personal en este espectáculo mediante la ideación de un ingenioso mecanismo, no del todo original: teatro dentro del teatro o, mejor, teatro (operístico) dentro del cine. Se rueda una película, evidentemente en la década de los treinta, y los cantantes-actores entran y salen, se maquillan y hablan entre bastidores rodeados de un amplio equipo de técnicos. Varias cámaras –las del escenario, con apariencia de antiguas- van tomando la acción que se proyecta, mediante un sistema de video, en una pantalla en blanco y negro. Algo que, por cierto, viene muy bien a los espectadores de las localidades sin visibilidad, que, como se sabe, son muchas en el Real.

Desde luego esta manera de rodar, sin un solo corte, es irreal, aunque todo está hecho con cuidado, en el decorado realista, muy de superproducción hollywoodense, de unos estudios de cine donde se mueven con propiedad los figurantes. En lo puramente dramático, esta disposición no aporta en verdad nada, a no ser la posibilidad de acercarnos a la tragedia de Cio-Cio-San a través de primeros planos, lo que no deja de ser algo postizo, eso sí, muy bien organizado y movido.

Es frecuente que, dado su casi absoluto protagonismo, la gran triunfadora de una representación de esta ópera sea la núbil japonesita; aunque no siempre ese éxito esté justificado. En este caso sí lo ha estado porque Ermonela Jaho –a quien aplaudimos hace unas temporadas en La Traviata y al principio de ésta en Otello- es una magnífica artista, una estupenda actriz-cantante. Su voz no es nada especial: de volumen limitado, bien que sepa crecer y regular sabiamente, de metal pasajeramente opaco, de agudos a veces calantes, a veces destemplados, o ambas cosas a la vez-… Pero sabe frasear, filar, cambiar de registros, emocionarse hasta las cachas, mantener una línea de canto muy pura, puede que demasiado frágil para un personaje que requeriría quizá un instrumento de mayores quilates dramáticos. Cantó exquisitamente su salida y se fue al do sostenido optativo. Acertó en el aria Che tua madre, fúnebre canto sincopado de monocorde tristeza, que exige de la soprano unos difíciles saltos de octava, y compuso una muerte creíble, con harakiri muy particular y realista.

La espléndida voz de Jorge de León cautiva por su color broncíneo, por lo restallante de sus agudos, por lo correcto de una emisión que a veces se bambolea un poco. Le falta el ideal refinamiento lírico para las más dulces frases del dúo, para apianar y conseguir medias tintas. A Angel Ódena lo encontramos algo bajo; sólido y caudaloso como siempre, pero con un trémolo en exceso acusado y una afinación problemática. Potente y oscura, desigual de timbre, Enkelejda Shkosa (albanesa, como Jaho) en Suzuki. Eficaz, como es habitual, algo exagerado –cosa de la dirección escénica-, Francisco Vas como Goro. A buen nivel el resto del reparto. Al tío bonzo de Fernando Radó se le podía haber pedido mayor robustez y negrura.

La función discurrió por seguros cauces bajo la batuta, móvil, ágil, vigorosa –más que delicada- de Armiliato, que marco, en una línea quizá un tanto epidérmica, tempi adecuados y se dejó mecer en algún instante –principio del gran dúo- por la belleza de la melodía. Supo esperar, apoyado en una buena Sinfónica, los rubati en ocasiones peligrosos de Jaho. El Coro se desempeñó a satisfacción, aunque nos dio la impresión de que el famoso número a boca cerrada del tercer acto era cantado casi a boca abierta. Arturo Reverter

 

Arturo Reverter

11 Comments

  1. Eulogio 01/07/2017 a las 02:12 - Responder

    A mi me gustó muchísimo la Mandame Buterfly que se televisó esta noche por la 2, para mi ha sido una puesta teatral maravillosa, con unas excelentes voces y una orquesta estupenda. Todo lo que pudiera decir de esta representación es muy bueno. Gracias.

  2. Chantal 01/07/2017 a las 13:06 - Responder

    Disfruté con la Butterly de ayer en La2. Me suele aburrir inmensamente la ópera en TV pero esta vez Mario Gas le dio un formato perfecto para la pequeña pantalla. Felicidades

  3. Elías 01/07/2017 a las 17:28 - Responder

    Jaho es una actriz como la copa un pino. Y su bel canto, extraordinario, nada que envidiar a la más grande. Me conmovió.

  4. Juan 02/07/2017 a las 14:34 - Responder

    Hay algunas críticas que me llaman la atención: agudos calantes y destemplados (?). Creo que Jaho ha protagonizado la mejor entrada de Butterfly que he escuchado en mi vida en directo. Además es una soberbia actriz que imprime al personaje los caracteres que va desarrollando. Alguien dice por ahí, también, que el personaje es estático. Me gustaría que revisara el concepto de estatismo porque si un personaje que inicia una historia con 15 años, se enamora, es repudiada por su comunidad, es madre, y al final abandonada hasta decidir el suicidio es estático… pues no sé. Creo que psicológicamente es un personaje muy duro de afrontar. En mi opinión Ermonela Jaho es la mejor Cio Cio San con la que un teatro puede contar hoy en día, mucho más completa que Opolais (que sí que tiene infinitos problemas técnicos). Para mí, el gran problema de cualquier producción de Butterfly es la poca importancia que le ponen al resto de personajes y que son claves en el desarrollo de la ópera Lo de Ódena es de catástrofe. Esa voz no acusa vibrato; baila más que las piernas de Rosario Flores. Igual ha pasado en la producción de la ROH de este año con Scott Hendricks. Es un personaje clave en la ópera, al igual que Goro. Así que no entiendo que siempre se escoja una voz que no está a la altura. En el caso de esta producción madrileña, Jorge de León tampoco ha estado a la altura de la soprano titular. Una línea de canto sin elegancia, muy calante en la primera mitad del primer acto, y actoralmente nada entregado en la escena. Armiliato se ha convertido, lamentablemente, en un director de relleno. Ya no es aquel joven del que disfruté en una maravillosa Chenier en Tenerife hace 20 años. Lástima.

  5. Marie-Claude Auray 04/07/2017 a las 12:53 - Responder

    ¿Para cuando las criticas a los otros reparto?
    Creo que Hui He merecería un comentario.

    • SpR 04/07/2017 a las 20:44 - Responder

      Lamentablemente no suelen escribirse. Aquí publicamos algunas…

    • Margaret 23/07/2017 a las 01:54 - Responder

      Hui He, impresionate! Fantastica interpretación y su voz ancha y carnosa, con un agudo solvente. Su escena final hipnotiza. Se sabe ganadora en sus bazas y las aprovecha de buena manera, por ello fue braveada, con el entero público en pie con un aplauso excepcional.

  6. Pedro Bofill 08/07/2017 a las 10:34 - Responder

    Sería conveniente hacer críticas también a los segundos repartos. Hui He, Coma-Alabert y Luis Cansino creo que se merecen un comentario. Gracias

    • SpR 08/07/2017 a las 12:13 - Responder

      Sin duda, pero los diarios en papel no tienen espacio y los digitales no siempre pueden disponer de entradas

    • SpR 18/07/2017 a las 10:34 - Responder

      Ya puede consultar la crítica al segundo reparto en la misma página del primero

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