Festival de Bayreuth: “Lohengrin” y el “apóstol” Thielemann
Festival de Bayreuth: “Lohengrin” y el “apóstol” Thielemann
Wagner: Lohengrin, de Richard Wagner. Ópera en tres actos, con libreto de Wagner. Reparto: Klaus Florian Vogt (Lohengrin), Elza van den Heever (Elsa), Olafur Sigurdarson (Friedrich von Telramund), Miina-Liisa Värelä (Ortrud), Mika Kares (Rey Heinrich), Michael Kupfer-Radecky (Heraldo del rey), etcétera. Dirección de escena: Yuval Sharon. Escenografía y vestuario: Neo Rauch y Rosa Loy. Iluminación: Reinhard Traub. Dirección musical: Christian Thielemann. Lugar: Festspielhaus de Bayreuth. Entrada: 1974 espectadores (lleno). Fecha: 9 agosto 2025.
LohengrinI. Akt. Elza van den Heever (Elsa von Brabant)©EnricoNawrath
“Bayreuth: amarás a Wagner con los ojos cerrados”. Así titulaba el siempre visionario Rubén Amón su crítica de este Lohengrin bayreuthiano. Efectivamente, y como tantas veces en el nuevo Bayreuth -y en el resto de escenarios del mundo- casi es mejor no mirar al escenario y sumergirse en el prodigio sonoro y acústico del Festspielhaus del foso invisible y de sus músicos.
Ojos que no ven, corazón que no siente. Por repetido en reposiciones anteriores, sobra extenderse y tiempo y espacio acerca de esta añeja, ramplona y fallida producción firmada por el estadounidense Yuval Sharon con impresentable escenografía y vestuario ad hoc de Neo Rauch y Rosa Loy. El engendro nació en 2018 ya tan obsoleto y naíf como hoy. No cabe redundar sobre sus estupideces, caprichos e ingenuidades. Apenas el siguiente párrafo y punto y aparte.
La inexpresividad es tediosa y hasta fastidiosa. Bayreuth, el santuario wagneriano, queda inmerso en la rutina de un pequeño teatro de provincias con este Lohengrin carcomido que supone el más pobre y ramplón trabajo presentado en Bayreuth en las tres últimas décadas. La fea y más que fea escenografía se muestra a tono con el párvulo concepto dramático. Asombra que el exigente Christian Thielemann –director musical de este escénicamente fallido Lohengrin– haya transigido semejante bisoñez escénica. El denostado Lohengrin de las “ratas”, de Hans Neuenfels, es filosofía pura al lado de este desaliño, más azul que la camisa de José Antonio o la Rapsodia de Gershwin, en el que los personajes aparecen ridículamente caracterizados, como la pobre Ortrud, transfigurada en una esperpéntica mezcolanza de cretina de Nonell y La Chata borbónica.
Cosas de otro cantar ha sido el tema musical. Y no precisamente por el discreto reparto vocal, encabezado por el superocupado Klaus Florian Vogt quien, metido como ya anda entre Loges, Siegmunds y Siegfrieds, cantó sobre la marcha su tropecientos mil Lohengrin para salvar la función en SOS ante la “repentinísima” indisposición por una “gripe de verano” del previsto Piotr Beczała. Cantó con su voz aún transparente, siempre refinadamente proyectada y tan propia para el enigmático “Caballero de hojalata” (Stravinski dixit), pero ya marcada por los nuevos y pesados roles en los que ha embarcado su carrera. Con todo, con sus más y menos, fue lo mejor del reparto, y cerró la noche con un “In fernem Land” entonado y dicho desde de esa particular vocalidad que tanto distingue su carrera, desde que debutó en Bayreuth en 2007, con el Walther de Los maestros cantores.
Lohengrin.©EnricoNawrath
El resto del reparto, salvo el bajo Mika Kares y su notable pero no más Heinrich der Vogler, y el barítono islandés Olafur Sigurdarson -discreto Friedrich von Telramund toda la tarde, salvo en su crucial escena del comienzo del segundo acto, donde sí apareció el sólido cantante que es-, más propio de teatro de provincias que del santuario wagneriano ubicado en la soleada “Colina sagrada”. La soprano sudafricana Elza van den Heever no pasará a las anales wagnerianos por su (canosa) Elsa de andar por casa. Menos aún la mezzo finlandesa Miina-Liisa Värelä (Ortrud), de potente voz, sí, pero que se rompe hasta el grito en cuanto sube al registro agudo. Con más pena que gloria el Heraldo de Michael Kupfer-Radecky.
Pero por lo que este Lohengrin si pasará a los anales de Bayreuth y de la interpretación wagneriana es por la dirección “de otro mundo” de Christian Thielemann, en día de particular gloria. Cantó con la orquesta mientras dictaba lección a los propios cantantes, y creó tejidos y magmas sonoros y acústicos cargados de perspectivas más sensoriales que espaciales o dinámicas. Cuando el Heraldo llama a por primera, segunda y hasta tercera vez a Lohengrin, las respuestas sucesivas y sin palabras de la orquesta dicen más que toda la palabrería del universo. Paradójicamente, hubo en el foso más y mejor teatro que en la escena.
Por supuesto, la orquesta sonó de maravilla, y el apóstol de Wagner en la tierra la elevó a la gloria, con una expresión natural sin espacio a la alternativa. Todo transcurre de forma natural, en un decurso en el que la música respira por sí misma, como si fuera ella misma la que marcara métricas y dinámicas, como si el “apóstol” se limitará a encauzar lo que desde siempre es. Todo fluye desde el foso invisible con opulencia y naturalidad.
Los tutti (como en el preludio del tercer acto) son tan vigorosos redondos o contundentes como los pianísimos extremos de una orquesta sin fisuras. A pesar de la escandalera de un sector del público durante el comienzo silencioso del primer acto, se pudo sentir el latido de una cuerda en el borde del sonido y de un fraseo cantado y matizado por los violines con la unicidad y empaste de un único latir. Inolvidable. Algo que solo se puede producir en la acústica, complicada pero ideal, de Bayreuth y sus vibraciones curtidas por la memoria.
A nivel parejo se mostró el menguado -solo en número- coro titular del Festival, que supo desentenderse de la incomodidad escénica -incluido el vestuario, tan estúpido y antimusical como el movimiento escénico- para imponer la ley de la esencial presencia coral que vuelca Wagner en el título en el que -junto con Parsifal y Los maestros cantores– mayor desempeño cumple. La representación concluyó cuando ya rondaban las nueve y media de la noche (había comenzado a las cuatro de la tarde). Se produjo entonces una explosión de aplausos y bravos particularmente unánime del público que atestaba las 1974 incomodísimas y estrechas localidades.
Los aplausos, bravos y taconazos en la tarima, se dirigían a todos y todas las voces sin discriminación, pero arreciaban con particular énfasis cada vez que irrumpía en solitario el sustituto Vogt. La intensidad se tornó entusiasmo y trueno cuando era Thielemann el que irrumpía en el proscenio. Y más aún cuando se abrió la cortina del telón y apareció el “apóstol” rodeado de todos los músicos de la orquesta hasta entonces invisible. Con sus instrumentos y de calle y hasta pantalón corto, como invita el foso oculto. Muchos, en la calle, los “Suche karte” (busco entrada), se lo perdieron. A tenor de lo visto dentro y fuera del Festspielhaus, Bayreuth y su festival retoman el vuelo. Pero, definitivamente, mejor “con los ojos cerrados”.
Esta es la producción, en su estreno:
https://www.youtube.com/watch?v=QKm4QLDSTuM&list=RDQKm4QLDSTuM&start_radio=1&t=810s


























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