Crítica: Hasse, el hombre que siempre estuvo allí, en Universo Barroco del CNDM
Hasse, el hombre que siempre estuvo allí
Serpentes ignei in deserto de J. A. Hasse. Carlo Vistoli, Bruno de Sá, David Hansen, Christophe Dumaux, Paul-Antoine Bénos-Djian y Mélissa Petit. Les Accents. Dirección musical y concertino: Thibault Noally. Ciclo Universo Barroco 24/25 del CNDM. Sala Sinfónica. 25 de mayo

Melissa Petit en una imagen de archivo
Cuando ya todo Händel anda grabado y con múltiples versiones, el Vivaldi operístico a punto de completarse y hay hasta una cierta normalidad con sus presencia en los teatros y auditorios, le llega el momento a todos esos compositores que serán los protagonistas de la siguiente generación de recuperaciones, para que poco a poco el gran público entienda como cotidianos a los Porpora, Caldara, Galuppi y, sobre todo, al genial Alessandro Scarlatti, al que le debemos buena parte del milagro de la la ópera seria barroca tal y como la entendemos.
Entre estos compositores más que reivindicables se eligió para clausurar la temporada del CNDM al genial Johann Adolf Hasse, un músico epicentro de su época, al que podríamos subtitular —parafraseando a los Coen— como “el hombre que siempre estuvo allí”: amigo de Bach, de Metastasio, compañero en la Venecia de los orfanatos de Vivaldi, rival sin pretenderlo de Händel, marido de la gran mezzosoprano Faustina Bordoni, compositor favorito de Farinelli… En fin, protagonista de la primera mitad del siglo XVIII viviendo su vida en mitad del huracán.
De sus encargos para el Ospedalle degli Incurabili llega este hermosísimo oratorio, Serpentes ignei in deserto, que es más una ópera sacra con todo lo que se le puede pedir al género: seducción melódica, emoción, sentido de la belleza y el oleaje continuo de los afectos barrocos.
No es una obra larga, cerca de noventa minutos, con ocho arias y una idiosincrasia particular: estar compuesto para la congregación femenina del orfanato, con lo que todos los personajes estuvieron cantados en su día por mujeres, entre sopranos y contraltos. Su traducción a la sala de concierto de hoy se ha hecho con una soprano y cinco contratenores, con lo que el punto de partida era doblemente sugerente y complejo por tener que buscar en las voces caracterizaciones muy diferentes para mecánicas vocales más o menos similares.

Bruno de Sá, en una imagen de archivo
Y ahí radicó precisamente el éxito: en el gran nivel general. Aunque prácticamente todo el reparto estuvo a un altísimo nivel, dos intervenciones fueron extraordinarias: la de la soprano Mélissa Petit, con tal vez el aria más bella de todo el oratorio (“Caeli, audite, deplorate”), y la del sopranista Bruno de Sá, un prodigio de emisión, timbre y registro demostrado en el dúo final o en “Spera, o cor, spera”, arias todas ellas de hedonismo puro y larguísimos melismas.
El otro gran triunfo de la velada —además de la propia música de Hasse— fueron los integrantes de Les Accents, a un nivel extraordinario, sujetando esta música compleja que requiere caracterizaciones sutiles a cuenta de su formato reducido, con cuerdas omnipresentes y sin vientos más allá del fagot. Supieron acompañar antes que a los cantantes a las emociones que pretendía Hasse, a esa búsqueda de confianza perdida de la que habla el libreto de Bonomo, con sensibilidad y sentido del contraste. Inmejorable fin de fiesta, síntesis de una temporada con muchas alegrías e itinerarios nuevos. Cuánto por hacer, cuánto por escuchar…


























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