Crítica: Capitales Imperiales, Viena: ‘Götterdämmerung‘, póker de ases para Wagner
Capitales Imperiales, Viena: Götterdämmerung, póker de ases para Wagner
Götterdämmerung, música y libreto de Richard Wagner. Reparto: Andreas Schager, Anja Kampe, Clemens Unterreiner, Samuel Youn, Regine Hangler, Jochen Schmeckenbecher. Wiener Staatoper Orchester, Bühnenorchester der Wiener Staatoper, orquesta(s). Chor der Wiener Staatsoper, coro. Sven-Eric Bechtolf, director de escena. Philippe Jordan, director musical. Wiener Staatoper, Viena, 15 de junio 2025.

Imagen de la producción
Con Götterdämmerung concluímos nuestra ‘gira’ por Europa Central y concluye también el ciclo El anillo del nibelungo de Wagner en Viena, un ciclo que estará sin duda asociado al nombre de Andreas Schager, protagonista y vencedor absoluto de las tres jornadas en las que ha participado (en el prólogo no había papel para él, si no, con seguridad hubiera hecho un pleno).
Y nos gusta que haya sido así, que el protagonismo se lo haya llevado uno de los intérpretes por tres actuaciones memorables, y no como sucede a menudo, un director de escena que, a falta de buenas ideas, quiere llamar la atención por un trabajo mediocre pero que incluye alguna provocación o simplemente hace algo ininteligible, que probablemente sólo su psicólogo podría descifrar.
No ha sido el caso: la producción de Sven-Eric Bechtolf, estrenada en 2011/12, ha resistido el paso del tiempo con una dignidad que no esconde sus grietas. Su enfoque escénico evita las provocaciones del regietheater y opta por una narrativa clara, simple. Es verdad que en Viena se espera una puesta en escena de alguna manera más espectacular, pero quizá esta llaneza ha sido el acierto de director, escenógrafo y resto de equipo técnico, dejar todo el protagonismo a autor, cantantes y músicos.
La escenografía de Rolf Glittenberg se construye sobre una estética de líneas limpias y espacios abiertos, con un uso eficaz de la profundidad escénica. No todo es perfecto. Hablamos con Siegfried de un bosque con animales disecados (o simulados) y ahora es un bosque de abetos que parece que vayamos a esquiar.
Tampoco creemos lo mejor la escena con las hijas del Rin, bien ambientadas en Das Rheingold pero aquí ataviadas casi como nadadoras de natación sincronizada (y lo peor es que, por la coreografía, parecía la pretensión). Y donde el escenario no llega, aparece la iluminación de Friedrich Zom y los efectos de vídeo, como el final con la gran pira funeraria. No le damos buena nota, pero aprueba sin apreturas y como hemos dicho, mejor esto que un director escénico ‘visionario’.
Ya en el primer acto tenemos, tras la aparición de las nornas un dúo monumental entre Siegfried y Brünnhilde. Schager, comienza con un timbre brillante, una proyección imponente y una total entrega física, dominando desde el primer compás. Su fraseo es claro, su línea vocal segura, y su presencia escénica magnética. Anja Kampe, no le anda a la zaga y muestra carácter y emoción. Son una gran pareja para El anillo, ya han trabajado juntos (el año pasado ya lo comentamos en el ciclo de la Staatoper Unter den Linden en Berlín) y se nota.
Con respecto a los Gibichungos, el barítono local Clemens Unterreiner ofrece un Gunther vocalmente correcto, en un papel de galán noble (tiene buen porte), aunque mentalmente influenciable y con poco carácter. La soprano Regine Hangler deslumbra como Waltraute, con gran intensidad emocional, sobre todo en la escena con Brünnhilde cuando esta la llama concubina. Eso sí, sin ser culpa suya, a veces no sabía dónde meterse. Estos silencios de personajes que siguen en la escena sin que tengan que intervenir en general no saben ser tratados por los directores y dramaturgos/coreógrafos.

Imagen de la producción
Dejamos para el final a Hagen, el bajo-barítono coreano Samuel Youn, que quizá es el punto más débil de los principales. Creemos que es realmente ‘el Malo’ de El anillo, más que su padre, y hace falta alguien con mucho carácter y una voz profunda y oscura, y no fue el caso. Parte del público llegó a abuchearlo. Ojalá hubiera sido un papel para el otro Young, Kwangchul, el fantástico gigante de los dos primeros días, pero Youn, dentro de sus limitaciones, estuvo correcto, no pensamos que mereciera los abucheos (nos pareció peor Paterson las tres obras anteriores y no los tuvo).
En la parte actoral a veces se presentaba moviendo brazos y manos como un director de orquesta, marcando quién manda en esta historia (y es cierto, es un buen punto del dramaturgo), y debemos notar también que parte su papel nos desconcertaba un poco: de vez en cuando se llevaba una petaca que llevaba encima a la boca, desconocemos si porque tenía necesidad real de beber o como parte del papel, pero en este último caso, con un significado desconocido, ni llegamos a entenderlo ni aparece en el programa… ¿bebe porque se siente solo?
Philippe Jordan, que se despide como director musical de la casa, dirige con energía, claridad y sentido del drama. La orquesta es excepcional, aportó un sonido cálido y lleno de matices. Los interludios sinfónicos (el viaje por el Rin, la marcha fúnebre, el final) los hacen verdaderos poemas sinfónicos, pero… algo pasó en los primeros compases del tercer acto porque hubo un error clamoroso en las trompas.
No queremos dejar de mencionar el coro, preparado por Thomas Lang, que canta con fuerza y precisión, siendo parte integral del dramatismo escénico.
En fin, más de 10 minutos de aplausos en un teatro que es incapaz de abrir las cortinas para que los artistas puedan saludar cómodamente y podamos también aplaudir al coro, cosa que no sucedió. Tampoco la orquesta es especialmente agradecida: tras la primera aparición del director, hacen mutis por el foro y desaparecen. Es marca de la casa: acaba la obra, y se echa el telón, sin miramientos.


























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