Juan Alfonso: la escuela de Granada

Obras: Bach/Busoni/Garvayo: corales. Sánchez-Verdú: Trío III. Hidalgo: Trío esperando. García Román: De civitate cordis. Guerrero: Opus 1. Manual. Messiaen: Catálogo de pájaros. Intérpretes: Trío Arbós. Pierre-Laurent Aimard, piano. Festival de Granada. 6 y 7-VII- 2025.

Aimard en la Fundacion Rodriguez-Acosta © Festival de Granada | Fermín Rodríguez

Más que un compositor residente, el Festival de Granada ha establecido este año una ciudad residente: la propia Granada y su proyección en la escena musical contemporánea a través de Juan Alfonso García (Los Santos de Maimona, 1935 – Granada, 2015), organista, compositor y, sobre todo, maestro de compositores, que hizo de Granada un vivero. Como suele ocurrir con los maestros verdaderamente grandes, sus discípulos han seguido caminos variados, distintos del suyo, en carreras profesionales que han superado en trascendencia a la suya propia.

El Trío Arbós celebró al Juan Alfonso organista aumentando a tres colores ―violín, violonchelo y piano― los corales de Bach que Busoni había a aumentado a su vez a la sonoridad del gran piano virtuoso. Juan Carlos Garvayo, pianista del trío, es el autor de esta evocación en triple salto estético. Entre coral y coral, oímos las consecuencias de la obra del Juan Alfonso profesor, empezando por el Trío III de José María Sánchez-Verdú (Algeciras, 1968).

Como Vicente Aleixandre cuando retuerce los conceptos en los poemas en que la obra se apoya (“Ignorar es vivir. Saber, morirlo”), la obra de Verdú busca las vueltas a la escritura instrumental para desvelar (o crear, incluso) sonoridades inauditas, bienvenidas no tanto por nuevas, como por conmovedoras.  Son juegos sutiles de luz y sombra, contraposición de sonidos reales con esos otros, llamados armónicos, que se ocultan tras ellos. Se ha practicado mucho este contraste, pero pocas veces con esta eficacia sonora y expresiva. Jugar a los armónicos es mirar el sonido por detrás, una perspectiva voyeurística, cinematográfica, que abre mundos al espectador.

También hay armónicos, resonancias en el piano, en Opus 1. Manual de Francisco Guerrero (Linares, 1951-1997). Garvayo hizo de esta obra una versión impactante, retrato de las dos almas poéticas del compositor: violencia pétrea, xenakiana y, sobreviviendo bajo ella, una expresividad personal de la que Guerrero parecía siempre huir, pero no pudo nunca acallar del todo.

Oímos también el trío Esperando del enigmático Manuel Hidalgo (1951), antequerano establecido en Stuttgart. El oyente imagina en esta música referencias ocultas, claves que se le insinúan, pero no se le explicitan. Sensación de espera, de culminación que se presiente, pero no llega, desazón existencial tipo Godot.

El Trío Arbós junto a García Román © Festival de Granada | Fermín Rodríguez

José García Román (1945), el único granadino de nación de esta Escuela de Granada, inserta también en su trío De civitate cordis significados ocultos de un homenaje personal a su amigo José Luis Ocejo, organista y fundador de la Coral Salvé de Laredo. Si el contenido queda oculto, la musicalidad de su tratamiento llega con claridad al oído. Motivos sencillos, frases claras cuyo resultado emocional es luminoso, con evocación del Te Deum gregoriano.

Al día siguiente, el Festival celebró con una singular experiencia a otro gran compositor y maestro de compositores: el francés Olivier Messiaen, con quien estudiaron Boulez, Stockhausen, Xenakis… y Pierre-Laurent Aimard, el excepcional pianista, que protagonizó este día Messiaen. En cuatro lugares únicos de Granada (el Carmen Rodríguez Acosta, el de los Mártires, el Convento de San Francisco y el Patio de los Arrayanes), Aimard presentó el monumental Catálogo de pájaros, cuatro abrumadoras horas en las que Messiaen vierte en el piano el canto de setenta aves y evoca sus entornos naturales, de la alta montaña a la orilla del mar.

Fue una fantástica demostración de precisión y profundidad pianística, un “tour de force” de capacidad y concentración que la Granada musical tardará en olvidar.

Álvaro Guibert