Crítica: Mahler, Mäkelä y el ‘Ferrari’ Concertgebouw en el Festival de Salzburgo
Mahler, Mäkelä y el ‘Ferrari’ Concertgebouw
FESTIVAL DE SALZBURGO 2025. Schubert-Berio: Rendering. Mahler: Quinta sinfonía. Orquesta del Concertgebouw de Ámsterdam. Dirección musical: Klaus Mäkelä. Lugar: Salzburgo, Grosses Festspielhaus. Entrada: 2.179 espectadores (lleno). Fecha: 21 agosto 2025.

Mäkelä triunfa al frente de la Orquesta del Concertgebouw de Ámsterdam en Salzburgo
Impresionante y arrollador Klaus Mäkelä (1996) al frente de ese pedazo de Ferrari orquestal que es la Concertgebouw de Ámsterdam. Uno y otra han recalado en el Festival de Salzburgo para mostrar y demostrar sus categorías máximas en el mapa sinfónico internacional. Fue un concierto memorable, en el que la formación holandesa desplegó su maravillosa tradición mahleriana en una Quinta sinfonía pletórica de registros y detalles. También su capacidad de respuesta al gobierno de un vertiginoso Mäkelä, cuyos tiempos rápidos parecían incluso rebasar al marcado por la propia lógica musical.
Por suerte, su sentido musical y talento en el podio se aliaron con la respuesta rápida y precisa de una orquesta, que como el mejor Ferrari, reacciona y responde con milimétrica precisión a la más somera indicación del podio. Antes, como preludio de esta apoteosis mahleriana, ofrecieron una impecable versión de Rendering, el invento sinfónico que hizo Berio entre 1989 y 1990 sobre fragmentos y esbozos dejados por Schubert de una proyectada sinfonía en Re mayor. Tres movimientos estrenados y defendidos en su día por Riccardo Chailly cuando era titular de la Concertgebouw, que tienen más de Berio que de Schubert, y que no aportan nada a la gloria de uno ni del otro.
El director finlandés, anunciado ya como próximo titular de la legendaria orquesta, bordó un Mahler de descomunales contrastes, desde el más nervioso y brillante fortísimo, a unos pianísimos abrazados al silencio. El quieto comienzo del viscontiano Adagietto fue alarde de control y lirismo por parte de una sección de cuerdas cuya intensidad y delicadeza expresiva hubieran turbado a Visconti y Dirk Bogarde.
Sorpresivamente, y frente a lo que señala partitura y sentido estético, el arpa quedó relegada casi al silencio, acaso -y a tenor de lo poco y poco grato escuchado desde el instrumento de las 47 cuerdas- en un realista criterio de Mäkelä por no embarrar la sonoridad y extremas sutilezas de una sección de cuerdas que hay que situar entre las mejores.
De las maderas del Concertgebouw, bien conocido es su caudal de colores y empastes, como la suntuosidad y redondez de los metales. Este capital de virtudes y registros lo utilizó el piloto Mäkelä para enmarcar su Mahler a flor de piel.
Incandescente y extremo ya desde los compases iniciales, planteados desde el trompeta solista -imposible tocar mejor la arriesgada llamada que abre la sinfonía- como preámbulo de los dos primeros movimientos, entendidos por el finlandés como unitaria y dramática marcha fúnebre. Luego, en el tercero, menos tempestuoso, se impuso la ligereza “menos rápida”, como pide Mahler, y más flexible, atendiendo los ramalazos de vals que animan el fragmento
Luego, la magia casi sin arpa del Adagietto y la explosión final, en la que orquesta y maestro, Ferrari y piloto, echaron el resto en una apoteosis desenfrenada y jubilosa, en la que Mäkelä encontró la horma de su zapato en la última indicación de Mahler: “Allegro molto y acelerando hasta el final”.
Fue el colofón ideal del extravertido de este Mahler en la que la solera mahleriana del Ferrari se alió con la vitalidad aún veinteañera de su inminente piloto titular. Imagínense el frenesí con que sonó el vibrante tutti que culmina la sinfonía. La interminable ovación final fue casi tan entusiasta y sonora como este Mahler en el que tradición y futuro se abrazaron en un presente que ellos hacen resplandeciente.


























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