Una reflexión sobre la vida, en FeMAP

Obras de T. Hume, R. Nicholson, G. Farnaby, R. Johnson, R. Johnson II, T. Morley, H. Purcell, W. Byrd, J. Coperario, T. Ravenscroft, Th. Tomkins, W. White, J. Dowland, E. Gibbons, N. Carlston y autores anónimos. Les Timbres (Yoko Kawakubo, Myriam Rignol, Julien Wolfs) y Harmonia Lenis (Kenichi Mizuuchi, Akemi Murakami). Festival de Música Antigua de los Pirineos (FeMAP). Espot: Iglesia de Santa Llogaia, 28 de julio de 2025.

Imagen del concierto de FeMAP en Espot (Lleida)

Que los Pirineos son un espacio lleno de patrimonio artístico y natural, es algo bien conocido por todo el mundo. Si a ello, le añades música, el círculo, de algún modo, se completa. El Festival de Música Antigua de los Pirineos (FeMAP) llegó hace casi tres lustros a estas zonas del norte de la península con el objetivo de ofrecer una programación de calidad con grandes intérpretes en el marco del movimiento denominado como Early Music. La presente crítica, además de ser una reseña de lo vivido en Espot, al norte de la provincia de Lleida, es la constatación de que las intenciones de esta cita veraniega se han cumplido con creces.

El pasado 27 de julio, llegaba a la mencionada localización pirenaica la unión de dos grupos especializados en repertorio renacentista y barroco como son Les Timbres y Harmonia Lenis. Francia y Japón, dos países tan lejanos, pero que durante el concierto se convirtieron en un único corazón que reflexionó sobre la vida a través de un extenso repertorio de autores de los siglos XVI y XVII, todos de ellos procedentes de Inglaterra. Para ello, además, recurrieron a uno de los literatos más importantes de las islas británicas, como es William Shakespeare, el cual fue la inspiración absoluta para la creación de este programa.

Con este pretexto, ambas formaciones ofrecieron un programa que se dividía en diferentes secciones, inspiradas en le paso de las estaciones, pero que incluían una pregunta inicial y una respuesta final, ambas del compositor Tobias Hume. Entre medias, un despliegue de ingenio que fue del uso de diferentes complementos y vestuarios en cada una de las secciones, a recrear escenas tabernarias con botellas afinadas, algo que se mostró en las dos piezas escritas por Thomas Ravenscroft, lo que permitió a los intépretes conectar más aun con el público que llenaba el espacio.

Mención a parte requiere la interpretación de fragmentos de The Fairy Queen, de Purcell, momento en el que los músicos demostraron sus habilidades virtuosísticas, así como la más que sobresaliente lectura del texto musical a través de un buen manejo de la diferenciación de cada uno de los planos sonoros. Este hecho se acentuó con la interpretación de What is Life, de William Byrd, donde cada línea fue protagonista a lo largo de la partitura.

Destacable es el uso del espacio como parte del hecho sonoro, viendo como los músicos se movían por este, algo que se vio reforzado por el uso de una iluminación especial en cada una de las partes, reafirmando el mensaje del pretexto del concierto.

Si bien todos ellos fueron más que sobresalientes, es preciso destacar la labor de Myriam Rignol en la viola da gamba y de Yoko Kawabuko en el violín, quienes ofrecieron su virtuosismo con el arco. Kenichi Mizuuchi abordó una gran interpretación con las diferentes flautas de pico, destacando en la ejecución de su papel protagonista en la obra Cukoo de Richard Nicholson. Julien Wolfs y Akemi Murakam, que se movieron entre el clave y el órgano, fueron una más que sólida base musical.

Con todo ello, la pregunta planteada al inicio sobre la vida, acaba resolviéndose con el último paseo de los intérpretes, que cuadra perfectamente con el avance del concierto, desde que el flautista comenzó el programa entre el público. Y es que, la cuestión lanzada, se responde de forma sencilla con estos ejemplos. ¿Qué es la vida? Un constante discurrir, pero esta vez, con música y en el Pirineo.

Javier González