Crítica: Mozart en otoño. “La finta semplice” en A Coruña
Mozart en otoño
La finta semplice, de Wolfgang Amadeus Mozart, ópera bufa en tres actos. Libreto de Carlo Goldoni, adaptado por M. Coltellini. Reparto: Diana Alexe (Rosina); Christian Pursell (Cassandro); Anthony Webb (Polidoro); Angela Schisano (Giacinta); Marina Zyatkova (Ninetta); Caio Duran (Fracasso); David Cervera (Simone). Orquesta Sinfónica de Galicia; director musical, Giuseppe Sabatini. Dirección de escena, Gianmaria Aliverta; Diseño de iluminación, Darío Autrán; Diseño de vestuario y utilería, Eli Siles; Regidor, Jaime Rodríguez Roa; Maestro repetidor, Ernesto Alemán. Producción de Amigos da Ópera de A Coruña. Palacio de la Ópera de A Coruña, 26 de septiembre.

La finta semplice, de Mozart, en A Coruña
In illo tempore…
Un viejo amigo respondía siempre “buena hora para recibir un giro” cuando se hablaba de la hora que era. De Mozart siempre se podrá decir lo mismo: bienvenido sea, siempre y en cualquiera de sus formas de manifestarse. Pero hubo un tiempo en que Mozart florecía en A Coruña al final de la primavera: tres lustros “bien servidos”, de 1998 a 2014, de Festival Mozart que dejaron una huella imborrable en la afición coruñesa.
Y en la Orquesta Sinfónica de Galicia. Que gracias a aquella experiencia y su participación como orquesta residente del Festival Rossini de Pésaro, esta de la mano del inolvidable Alberto Zedda, se convirtió en una soberbia orquesta de foso. Es indudable que toda capacidad se beneficia del ejercicio de la actividad y que algo puede haberse perdido en años de escasez mozartiana.
Pero como quien tuvo retuvo, la afinidad por la música del de Salzburgo y la calidad operística de la OSG regresan a nada que haya en el podio un director que comprenda al compositor y sepa motivar a la orquesta. Que es precisamente lo que sucedió en la primera función de esta Finta semplice desde la obertura -en tres movimientos como era moda y/o norma en los tiempos de su estreno-.
Bien es verdad que antes de empezar a gozar de la música hubo que hacer algo parecido a lo que pasa cuando se quiere escuchar una grabación antigua de una versión de referencia. En este caso, un proceso de adaptación a la extraña acústica del Teatro Colón y a su reducido foso, que obliga a reducir los efectivos de cuerdas y proyecta de forma extraña e irregular el sonido, aunque una vez adaptado a esto el oído, solo quedaba disfrutar de lo que allí sonaba.
Y se pudo disfrutar, vaya si se pudo. El desempeño de la Sinfónica y de Sabatini fue seguramente lo mejor de la noche en el lo que respecta a la música, con una interpretación totalmente en estilo que supo llevar a sonido la corrección y los ramalazos de genio que ya le asomaban a su preadolescente autor..
Un mundo de color celeste y chicle
Vocalmente, por voz y por interpretación tanto musical como teatral, Diana Alexe brilló con luz propia, con una Rosina muy de carne y hueso, incluso dentro de las limitaciones del libreto y los límites marcados por la dirección escénica. Esta, firmada por Gianmaria Aliverta, es una proyección del universo Barbie creado por Greta Gerwig, con el mismo tipo de autocomplacencia pero bastante menos carga de profundidad. Que no es lo mismo escribir un guion para un filme a estrenar en 2023 que el libreto para una ópera estrenada en 1769 (por cierto, las fechas de nacimiento y muerte de Mozart en la ficha del programa de mano están totalmente equivocadas).
La escenografía está dominada por lo que podríamos llamar una sencillez a mínimos. La poquedad de elementos facilitaría el movimiento de los cantantes, reducido en la práctica a movimientos laterales sin apenas ninguno de la línea de candilejas al foro y viceversa. Esto produce una sensación de planitud, que no plenitud, muy adecuada al ambiente de tira dibujada que posiblemente haya estado en la intención del regista.
El color, producido por una iluminación más que eficaz y con un total predominio de los tonos pastel, refuerza el sentido de cada escena y forma parte de lo que podríamos llamar el decorado. Hay unos cuantos cambios que le dan a la obra el poco sentido dramático que permite el libreto: sobresale entre ellos el previo a Senti l’ecco, que ayuda, y cómo, a comprender y sentir la emoción del canto de la Rosina de Alexe.
Esta expresó con una gran interpretación, voz limpia y brillante y gran gestualidad facial y corporal. Y esto pese a tener los pies “atornillados” al suelo, lo que daba a sus movimientos un carácter casi de marioneta de guante. Destacó por frescura de voz y línea de canto el Polidoro de Anthony Webb y cumplió con corrección el resto del reparto.
La función fue a más desde una primera parte más plana – más que plana, podríamos decir incluso- a una segunda con mayor dinamismo teatral dentro, insisto, de las limitaciones del libreto. Quedará en mi memoria la repercusión de la iluminación como elemento dramático y los destellos del genio apenas vislumbrados en la traducción a sonido de la partitura. Sobre todo, esos concertantes que “suenan a Mozart” y, en especial, el que cierra la obra.


























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