Lío en el Auditorio Nacional: Madrid necesita ya otra sala de conciertos
Lío en el Auditorio Nacional: Madrid necesita ya otra sala
En el Auditorio Nacional se bordeó el escándalo, el pasado viernes. Hubo choque de trenes entre los asistentes a dos conciertos demasiado pegados en el tiempo, pero, sobre todo, improvisación y falta de organización, que derivó en protestas. Lo cual vuelve a poner sobre la mesa un asunto urgente: Madrid necesita ya, sin más dilación, un nuevo espacio para la música, algo que los políticos no entienden ni valoran porque creen que no da suficientes votos.

Madrid necesita un espacio alternativo al Auditorio Nacional para conciertos
Se puede morir de éxito. Espectáculos como el del pasado viernes nunca deberían producirse. Lo menos relevante es que dos masas de gente se encontraran a la salida del concierto de la ONE, como durante el choque de dos manifestaciones: la marea de aficionados que abandonaban el Auditorio Nacional tras el evento de abono de la orquesta, y los espectadores, que también llenaron prácticamente la Sala Sinfónica, a la espera del concierto de La Filarmónica, con el deseado Teodor Currentzis.
El tránsito se resolvió con educación, algo de cortesía y respeto, sobre todo en los cruces de las atiborradas escaleras, que anunciaban alguna caída. El problema más relevante surgiría luego, ya en el interior.
Como era más que previsible, no hubo tiempo para desmontar el escenario y volver a prepararlo antes de las 22.30, la hora fijada para el inicio de la “Gala Haendel” de Currentzis, que incluía una semiescenificación con luminotécnia. La concurrencia accedió a la sala, para esta segunda actuación, ya con retraso y luego sucedió lo imaginable. Pasaban los minutos y aquello no comenzaba, mientras los técnicos se afanaban por disponer los atriles y sillas para MusicaEterna (eterna se les hizo a algunos la espera).
Media hora de más se tardó en iniciar la cita musical, al borde de las 23 horas, con los últimos quince minutos algo crispados por las reiteradas protestas de los asistentes: hubo palmas batidas a ritmo, silbidos, voces discrepantes… Y la explicación llegó con los ánimos casi desbordados.
Todo se resolvió en cuanto apareció Currentzis, pero estas cosas dan muy mala imagen del Auditorio, de las propias organizaciones implicadas y hasta de la ciudad (había mucho público de fuera, asiáticos y rusos).
No es la primera vez que sucede algo así. Hace muchos años, en tiempos de la gerencia de Isabel Vázquez, se pudo ver a ésta empujando literalmente a Rostropovich al terminar el concierto de la tarde para sacarle del escenario y que no concediese más propinas, porque empezaba el de la noche.

Mstislav Rostropovich vivió en primera persona la saturación de conciertos del Auditorio Nacional
Pero no sólo se trata de este problema, también existe el de la sala de ensayos. Jesús López Cobos, entonces director de la OCNE, no quiso que se construyera una sala de ensayos alternativa al escenario por razones que no es cuestión de explicar aquí y, con frecuencia, se dan problemas a la hora de poder encajar los ensayos de la Nacional con los de agrupaciones de otros ciclos en el único escenario.
El Auditorio Nacional, magnífico como es, ya no da más de sí. Hay que buscar alternativas urgentes para dar salida a la ingente programación musical madrileña, o se acabará matando a la gallina de los huevos de oro. No es de recibido convocar a la gente a un concierto a las 22.30, y que al final deba abandonar el recinto de madrugada. Pero, sobre todo, no se puede tener al público esperando a que, los técnicos trabajando a destajo, preparen el escenario.
El Palacio de la Música, en plena Gran Vía, pudo haber sido una solución, la lógica alternativa. Pero parece que se ha tratado de un espejismo. ¿Habrá que pensar en un nuevo auditorio a las afueras de la capital, como hizo París, para atender, además, las demandas de la gente que vive en el Sur de Madrid, que apenas goza de infraestructuras relevantes para la música clásica, y donde cada vez se concentra más población?
Esa necesidad de un nuevo espacio que libere de carga al Auditorio Nacional (y no solo a este recinto), tiene también otra cara, como resumía con propiedad el comentario de un aficionado de los que aguardaban en la calle el inicio del concierto de Currentzis.
Decía ese señor, para que le escuchara todo el que estaba a su alrededor, que las entradas para asistir al Teatro Real tienen precios prohibitivos, y que a él y a su señora le salía más a cuenta viajar a otras ciudades europeas, donde hay más teatros, con localidades asequibles y a veces hasta mejores cantantes, que intentar procurarse una para la Carmen de diciembre.
También Madrid necesitaría otro teatro de ópera, uno donde poder mostrar producciones quizá más modestas (nunca se sabe), de títulos de repertorio (los que crean afición) y a precios populares (para renovar el público).
Justo lo que en otro tiempo hizo el Teatro Calderón, en tiempos de José Luis Moreno, donde se podía escuchar a una joven María José Moreno cantando Rigoletto, poco antes de hacerlo en La Scala.
Una alternativa podría encontrarse en los Teatros del Canal, pero su oferta, también saturada, no hace muy viable esa posibilidad, que no parece tener muchos partidarios en una Administración que tampoco atiende otra demanda urgente: la de ópera en Madrid durante el verano, en espacios abiertos, como ocurre en otros lugares.


























Hay una sala en la Gran Vía, el Palacio de la Música, que lleva en obras demasiado tiempo. Se podría usar como sala alternativa de conciertos.
La cuestión también afecta a algunos ciclos del CNDM. No es aceptable que se agoten en minutos las entradas de los ciclos de cámara y que nadie se plantee que esos conciertos puedan ofrecerse dos o incluso tres veces en días sucesivos.