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Por Publicado el: 17/11/2025Categorías: En vivo

Crítica: Nelson Goerner, el sabio virtuoso, en el Orozco Piano Festival de Córdoba

Nelson Goerner, el sabio virtuoso

XXIII OROZCO PIANO FESTIVAL. Recital Nelson Goerner (piano). Obras de Bach (Tocata en do menor, BWV 911), Schumann (Fantasía en Do mayor), Chopin (Nocturno en do menor, opus 48, número 1. Fantasía en fa menor) y Liszt (Estudio de concierto La Leggierezza. Rapsodia húngara número 6). Lugar: Córdoba, Teatro Góngora. Fecha: 15 noviembre 2025.

Nelson Goerner, el sabio virtuosoXXIII OROZCO PIANO FESTIVAL. Recital Nelson Goerner (piano). Obras de Bach (Tocata en do menor, BWV 911), Schumann (Fantasía en Do mayor), Chopin (Nocturno en do menor, opus 48, número 1. Fantasía en fa menor) y Liszt (Estudio de concierto La Leggierezza. Rapsodia húngara número 6). Lugar: Córdoba, Teatro Góngora. Fecha: 15 noviembre 2025.

Nelson Goerner deslumbra en Córdoba Fotografía: Patricia Cachinero

Cumplida ya la vigésima tercera edición, el Orozco Piano Festival de Córdoba se ha consolidado como una de las mejor hilvanadas y versátiles muestras del piano contemporáneo. A la luz y bajo el aliento del recuerdo de Rafael Orozco, y de la mano de ese adalid del piano que es Juan Miguel Moreno Calderón, cada nueva edición desglosa un selecto muestrario de lo mejor y más nuevo del pianismo actual. El sábado, mientras sobre la capital cordobesa caía el diluvio universal, le tocó el turno al argentino Nelson Goerner (1969), figura consagrada del piano del siglo XXI, miembro de esa formidable familia de pianistas australes integrada por figuras como Argerich, Barenboim o Gelber.

Goerner se presentó con un programa representativo de esa condición de “sabio virtuoso” que siempre ha distinguido su carrera. Dueño, como Orozco, de un inmenso repertorio y una selecta discografía en la que no falta una viva grabación de la Iberia albeniciana, Goerner y su pianismo de altos vuelos se han presentado en Córdoba con un programa trufado de virtuosismo y de penetrantes exigencias expresivas, que surcaba las músicas de Bach, Schumann, Chopin y Liszt.

Tras una primera parte en la que se cruzaron la Tocata en do menor de Bach y la Fantasía en Do mayor de Schumann, Goerner se adentró en otro de sus grandes favoritos: Chopin. Rubato bien entendido, equilibrio, sonoridades y un fraseo matizado hasta el límite de la expresión marcaron interpretaciones a flor de piel de dos páginas tan próximas -no solo en la cronología- como el cantable Nocturno en do menor, opus 48 número 1 y la Fantasía en fa menor, opus 49, que evolucionó en los dedos del pianista argentino imbuida de ese aire de libertad, improvisación y ensueño que marca unos compases que Federico Sopeña consideraba “lo más genial de Chopin”.

Goerner en el Orozco Piano Festival de Córdoba Fotografía: Patricia Cachinero

Esa genialidad quedó latente en una visión ensoñadora y embadurnada de imaginación, cualidades propias del pianista en plenitud que hoy, a sus 56 años, es este brillante eslabón del mejor piano en habla española.

Luego, como colofón de este recital de retos y exigencias de todo tipo, Liszt, decano de los “sabios virtuosos” del teclado que fueron y son. El estudio de concierto La Leggierezza llegó contenido y sin salirse de tiesto: sin los vértigos que con frecuencia violentan sus pianísticos compases. Ligero y hasta ligerísimo, y además volátil y aéreo, pero no rápido, que eso es otro asunto.

Goerner dio en la diana con su visión incandescente, casi tanto como Vers la flamme de aquel otro “sabio virtuoso” que fue Scriabin. Fue el preludio ideal de la Sexta rapsodia húngara, escuchada ahora sí rápida y fulgurante, recreada en sus aromas populares y en un virtuosismo de alto voltaje que, en Liszt y en los dedos cercanos de Goerner, es expresión y razón de ser. Calma y cantada primero (Lassan) y luego lanzada, danzada y a corazón abierto (Friska), en la órbita de referencias tan fulgurantes como las de Argerich o Guilels.

Liszt como colofón perfecto de un recital en el que virtuosismo, expresión y estilo se confabularon a la manera ideal en que también lo hacía el inolvidable lisztiano que fue Rafael Orozco. Sus paisanos, permeables a la confabulación del sabio pianista argentino, captaron con certeza la catadura del recital que acaban de escuchar.

Pero después del fuego y la tormenta; después del diluvio universal que acaecía en las mismas puertas del Teatro Góngora, amaneció el sosiego en forma de bises muy característicos en los recitales de Goerner: el Nocturno póstumo en do sostenido menor de Chopin, y el Preludio opus 23 número 4 de Rajmáninov, convertidos en oportunos testimonios últimos de sapiencia. Dos pequeñas grandes páginas que también palpitaron entre las favoritas de Orozco. Por obvio, sería redundante hablar de éxito, palabra que se queda corta en acontecimientos como este.

Justo Romero

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