Teatro de la Scala: Música frente a escena en la ópera “Lady Macbeth de Mtsensk” de Shostakovich
Teatro de la Scala: Música frente a escena en la ópera “Lady Mtsensk” de Shostakovich
La inauguración de la temporada de La Scala, esa liturgia laica milanesa que mezcla ópera, política y sociedad, eligió este año un título tan explosivo como simbólico: Lady Macbeth de Mtsensk de Dmitri Shostakóvich.

Dirección de escena: Vasily Barkatov. Dirección de orquesta: Riccardo Chailly
Concebida por el compositor ruso como un grito de libertad artística y censurada por Stalin en 1936, la obra regresó al escenario con su fuerza intacta. Pero en esta prima, mientras la batuta de Riccardo Chailly alcanzaba cotas altísimas de lucidez y control, la escena firmada por Vasily Barkhatov naufragaba en la confusión estética, y mostraba una vez más el divorcio entre excelencia musical y la confusa miseria escénica que asola buena parte del teatro europeo.
Chailly, en su penúltima apertura antes de ceder el testigo en 2027 a Myung-Whun Chung, ofreció una lección de dirección orquestal. Ante una partitura brutal, sarcástica y de escritura endiablada, el maestro desplegó un dominio absoluto. Su lectura equilibró precisión musical y tensión dramática. Nada fue superficial: los contrastes entre lirismo y violencia mostraron una lógica, el sarcasmo surgió donde debía y el lirismo respiró sin concesión sentimental. Chailly supo dibujar con claridad desde el sarcasmo punzante de los interludios hasta el lirismo trágico y desesperado de Katerina.
La Orquesta de la Scala respondió a su Maestro con una limpieza y potencia que justificó por sí sola el elevadísimo precio de las localidades. Su sonido fue limpio y de una potencia al borde del vértigo, pero controlada y sin ocultar jamás la transparencia general. No hubo complacencia: se trataba de una interpretación áspera sin actores secundarios: la orquesta protagonizó el drama junto con Katerina. El largo y unánime aplauso al final de su dirección reconoció no solo el triunfo de la noche, sino también el fin de una década de magisterio musical en la Scala.
En el reparto destacó Sara Jakubiak como Katerina Ismailova de admirable resistencia y entrega emocional. Su canto potente, sostenido por un centro carnoso y una dicción impecable, tradujo la opresión y el deseo con veracidad. Supo ser víctima y verdugo, y sobre todo, una mujer que elige la violencia como único medio de afirmación. Jakubiak no impostó nada; su interpretación, humanísima, concentró lo que la puesta en escena negaba. A su lado, Alexander Roslavets construyó un Boris de acento brutal y gesto teatral eficaz a tenor del personaje detonante del drama. Najmiddin Mavlyanov, como Sergej, aportó presencia escénica y voz lírica de bello esmalte, insuficiente a veces para sobrevolar la densidad del foso.
Barkhatov intentó plasmar la brutalidad y la sordidez de la trama sin caer en el naturalismo fácil, utilizando una estética sombría y moderna para reflejar la opresión psicológica de Katerina, llevando la acción a un ambiente atemporal y genérico (a menudo interpretado como un almacén o un entorno industrial), buscando que ello subrayase la universalidad de la historia sobre el poder, la codicia y el crimen, trascendiendo el contexto histórico ruso. Manejó con soltura las multitudes y las escenas de masas, especialmente en los interludios, con una coreografía funcional y un fuerte impacto visual que captó la claustrofobia y el ambiente carcelario.
Se trataba de conseguir algo muy cinematográfico y con un cierto sabor a superproducción, pero buena parte quedó deslavazada. Se perdió el relato en favor de una imaginería moderna, que si bien estéticamente pulcra, resultó vacua y ajena al drama que iba planteando poco a poco en la partitura. La escena final, en la que Katerina se suicida quemándose junto con Sonetka, transformando el asesinato-suicidio en una hoguera simbólica, podría impresionar pero rozó la parodia. Así, y con sus más y sus menos, logró que el público, tradicionalmente despiadado, fuese cortés: el equipo escénico salió indemne más por diplomacia que por convicción y once minutos de aplausos recompensaron a Chailly, Jakubiak y el resto del reparto.
En suma, Lady Macbeth de Mtsensk en La Scala fue un espejo implacable de nuestra época: excelencia musical, ideas escénicas discutibles y la constatación de que la ópera moderna resiste pese a quienes pretenden reinventarla. La música volvió a vencer al teatro. Gonzalo Alonso
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