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Por Publicado el: 21/12/2025Categorías: En vivo

Crítica: Xabier Anduaga en el Teatro Real, la exuberancia controlada y el trono del bel canto

Xabier Anduaga: La exuberancia controlada y el trono del bel canto

Obras de Bellini, Tosti, Liszt, Donizetti, Verdi, Schubert, Hahn, Guerrero y Sorozábal. Recital de Xabier Anduaga, tenor y Maciej Pikulski, piano. Teatro Real. Madrid, 18 de dicembre de 2025.

Hay noches en el Teatro Real en las que el presente dialoga ineludíblemente con la memoria. Ayer fue una de ellas. El retorno de Xabier Anduaga al coliseo madrileño, esta vez en formato de recital y acompañado por el pianista polaco Maciej Pikulski, no fue solo una exhibición de facultades -que lo fue, y de qué manera-, sino una confirmación de que el tenor donostiarra ha ingresado por derecho propio en esa estirpe de voces ibéricas que han definido la lírica del último medio siglo.

Crítica: Xabier Anduaga

Escuchando a Anduaga este diciembre de 2025, uno no puede evitar que la mente viaje hacia atrás, porque en la garganta de este joven hay una síntesis de virtudes que creíamos perdidas. Hay en su canto el eco inconfundible de José Carreras: esa efusividad latina, ese timbre que enamoraba desde la primera nota y una entrega que bordea el peligro, dándolo todo sin reservarse. Pero si cerramos los ojos en los pasajes más líricos, en la zona central, asoma la nobleza aterciopelada de Jaime Aragall, ese color viril y melancólico que convertía cada frase en una caricia auditiva, aunque Anduaga, afortunadamente, posee unos nervios de acero de los que a veces carecía el tenor catalán. En otros momentos quien se nos aparece es el fantasma glorioso de Pedro Lavirgen. Anduaga comparte con el cordobés ese squillo metálico, penetrante y valiente, esa capacidad de proyectar la voz hasta la última fila con una insolencia y una generosidad que levantan al público de sus asientos. No es un tenor de laboratorio; es un tenor de raza, de los que muerden la nota.

El programa, exigente y variado, sirvió para testar estas cualidades, para satisfacer los gustos más variopintos y para demostrar que Anduaga quiere -y, probablemente, pueda- dominar todos los terrenos. Empezó con canciones de Bellini y Tosti, territorio ideal para despertar al Carreras que Anduaga lleva dentro en piezas como L’ultima canzone. Cantó con el corazón, con esa generosidad desbordante y directa que busca la emoción. La voz corrió libre, ancha, con un centro carnoso y unos agudos luminosos. El color de esos agudos no recordó que su voz empezó siendo la de un tenor ligero, aunque ahora ya haya ensanchado y crecido. También es verdad que en algunos oídos aún resonó la voz soleada de Pavarotti en el mismo escenario en 1990.

Xabier Anduaga y Maciej Pikulski saludos Real

Pero un recital es cosa de dos, y ayer Maciej Pikulski se mostró, no ya como acompañante, sino como concertista de nivel. Su intervención en solitario con la Paráfrasis de concierto sobre Rigoletto de Liszt fue admirable. Pikulski abordó la endiablada escritura lisztiana con una limpieza técnica impecable y un sentido teatral abrumador que arrancó aplausos propios de un solista. Magnífico que las piezas del acompañante tuviesen que ver con el canto, porque luego vendrían ecos de Schubert.

La parte operíatica comenzó con el Tombe degli avi miei de “Lucia di Lammermoor”. Anduaga expuso un recitativo dramático, pesando cada palabra, lejos del mero tenor ligero, acercándose a un Edgardo más lírico. Pikulski supo dar el soporte necesario para que el tenor pudiera apianar sin perder el apoyo. El contraste llegó con Verdi y La donna è mobile. Si en Tosti buscamos el pathos de Carreras, aquí afloró la chulería vocal de Lavirgen, aunque el Si natural final -¿o fue un do?- casi le puso en apuros al tenor.

El inicio de la segunda parte, con los Tre sonetti di Petrarca de Liszt, fue la prueba de fuego musical. Son obras complejas, donde la voz debe navegar por tesituras incómodas y el piano tiene una escritura casi orquestal. Anduaga resolvió Pace non trovo con autoridad y reflejando el recogimiento íntimo que piden algunos versos. Pikulski creó atmósferas densas, tormentosas, dialogando de tú a tú con el cantante. Fue otro acierto programático dejar respirar al tenor con la transcripción de Liszt del Ständchen de Schubert, donde Pikulski nos regaló un momento de lirismo puro, con un canto legato en la mano derecha que nada tuvo que envidiar a la voz humana.

La incursión francesa con Reynaldo Hahn planteaba una duda razonable, pero Anduaga la resolvió esforzándose en aligerar la emisión, buscando la media voz y el matiz. Hubo momentos de gran belleza, aunque se nota que su naturaleza tiende a la expansión y Si mes vers avaient des ailes tuvo un vuelo poético que demostró que el cantante está madurando a pasos agigantados.

Pero seamos sinceros: el teatro se vino abajo con la Zarzuela. Es en el repertorio español donde la síntesis de Carreras, Aragall y Lavirgen cobra todo su sentido en Anduaga. La Flor roja de “Los Gavilanes” fue dicha con un casticismo y pasión arrebatadora. Y el final con No puede ser de “La tabernera del puerto” fue lo esperado. Ahí estaba todo: el dolor, la fuerza, el agudo percutiente y timbrado de Lavirgen y la entrega casi suicida de Carreras. El público, entregado desde el primer minuto, estalló en una ovación que hacía temblar la lámpara del Real y, por una vez, hizo sonreír al cantante.

Hubo propinas – Adiós Granada, adiós y Júrame– y podrían haber sido muchas si el tenor hubiese podido aguantar y si empleados del teatro no hubiesen invadido el escenario para retirar el piano y preparar la cena a los muchos asistentes de pajarita que esta noche visitaron el Real. Se respiraba dinero, pero un penoso programa de mano, incluso en la web, no fue de recibo. Gonzalo Alonso

2 Comments

  1. Jesús Escondrillas 21/12/2025 a las 08:57 - Responder

    Serán Giuseppe Carreras y Pietro Lavirgen

    • SpR 21/12/2025 a las 09:42 - Responder

      No, más bien Jaime Aragall

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