Comentarios en prensa: ‘Adriana Lecouvreur’ de Cilea, en ABAO
Comentarios en prensa: Adriana Lecouvreur de Cilea, en ABAO
Adriana Lecouvreur de Francesco Cilea. Intérpretes: María Agresta, Silvia Tro Santafé, Jorge de León, Carlos Álvarez, Olga Revuelta, Anna Gomà, José Manuel Díaz, Josu Cabrero, Martín Barcelona. Coro de Ópera de Bilbao. Orquesta Sinfónica de Bilbao. Director de escena: Mario Pontiglia. Director musical: Marco Armiliato. Producción: Abao y Teatro Lirico di Cagliari. Palacio Euskalduna, Bilbao.

Comentarios en prensa sobra la ópera Adriana Lecouvreur en ABAO
ABAO recibe uno de los títulos más destacados del repertorio verista italiano. Inspirado en la vida de una actriz francesa de igual nombre, la ópera Adriana Lecouvreur de Francesco Cilea supone un auténtico reto para sus intérpretes a causa de las exigencias de los papeles escritos por su autor. Tras más de 10 años de ausencia, vuelve a Bilbao este título con un cartel de solistas entre los que destacan las voces de María Agresta, Jorge de León o Carlos Álvarez entre otros.
En conjunto, las críticas publicadas alaban las cualidades vocales de los papeles protagonistas, así como su desarrollo en el escenario del Palacio Euskalduna vizcaíno. La dirección de Marco Armiliato en el foso destaca por su seguridad, ofreciendo una versión de la ópera de Cilea sin riesgos, pero con un éxito de público asegurado, ofreciendo una lectura más que correcta que llegó a trascender la propia escenografía.
EL PAÍS (23/11/2025/)
(Selección)
Marco Armiliato traza el rumbo hacia una brillante ‘Adriana Lecouvreur’ en ABAO Bilbao Opera
El maestro italiano, en su regreso al Euskalduna, depuró las inflexiones posrománticas de Cilea con un sólido elenco encabezado por Maria Agresta y una discreta propuesta escénica
Sería injusto reducir Adriana Lecouvreur de Francesco Cilea a un simple verismo lacrimógeno. Quien se adentra en esta partitura (…) descubre a un compositor hondamente fascinado por el refinamiento tímbrico. Una orquesta más volcada en la atmósfera y la psicología que en el efecto inmediato. Y unas voces que despliegan una gama inagotable de colores y matices (…).
Cilea guía de la mano a su protagonista, la insigne actriz dieciochesca de la Comédie-Française, y escribe sobre sus notas musicales un abanico inagotable de inflexiones para acentuar la dulzura o la vehemencia de su canto: malinconicamente, con voce stridula, con soave tristezza… Esta última indicación introduce el dueto final con Maurizio, “No, la mia fronte”, que constituyó el momento musical culminante el pasado sábado 22 de noviembre, en el retorno de este título 11 años después a ABAO Bilbao Opera.
Adriana se aferra al amor de su amante, que acaba de pedirle matrimonio, aunque el veneno aspirado de un ramo de violetas que la matará ya fluye por sus venas. Sin embargo, el compositor evita caer en un patetismo fácil y reviste la música de un refinamiento posromántico (…) invitando a los cantantes a saborearlo. Así lo hicieron la soprano Maria Agresta y el tenor Jorge de León con exquisita morbidezza, antes de coronar juntos el si bemol, la nota más aguda escrita para ambos por Cilea (…).
Marco Armiliato, que regresaba al foso de Euskalduna 15 años después, la transformó en un trazo etéreo, un gesto abiertamente simbolista que enlaza con el desenlace de la ópera y la muerte de la protagonista, donde nada apunta a un clímax dramático y ensordecedor, sino a una dulzura casi irreal. El eficiente y sólido director de orquesta genovés (…) fue el auténtico artífice del éxito de la función.
Armiliato trazó el camino para que las voces exploraran a fondo las sutiles inflexiones características de Cilea. Su dirección logró superar un primer acto algo monótono, elevando el cuarto a una experiencia verdaderamente memorable. (…) Para ello se apoyó en la brillante Bilbao Orkestra Sinfonikoa (BOS), cuya notable evolución en los últimos años fue relacionada por el propio director italiano (…) con la espectacular transformación urbana de la capital vizcaína.
Maria Agresta fue, sin duda, la gran triunfadora del reparto, encarnando a una Adriana en constante crecimiento musical (…). Tras el intermedio, Agresta impresionó con la declamación del melodramático monólogo de Fedra al final del tercer acto, y brilló en el acto final con “Poveri fiori”, interpretado con infinita tristezza y sutiles inflexiones en pianísimo.
El resto del reparto fue íntegramente español, con tres protagonistas de gran solidez. El tenor canario Jorge de León desplegó su poderío vocal como Maurizio, aunque no alcanzó de inicio las sutilezas del personaje (…). Brilló en el segundo acto con “L’anima ho stanca” y ofreció agudos firmes en la marcial “Il russo Mencikoff”, pero fue en el cuarto acto cuando integró plenamente las precisas inflexiones expresivas de Cilea.
La mezzosoprano valenciana Silvia Tro Santafé tampoco alcanzó la autoridad requerida en las altivas imprecaciones de “Acerba voluttà” (…). No obstante, su encarnación de la malvada Princesa de Bouillon, rival de Adriana en el amor de Maurizio y responsable de su envenenamiento, ofreció agudos poderosos y graves rotundos.
(…)
El barítono malagueño Carlos Álvarez otorgó nobleza al entrañable Michonnet, el regidor enamorado en secreto y protector de Adriana. Su voz resultó algo monótona en la célebre aria del primer acto “Ecco il monologo”, aunque su interpretación fue de menos a más, alcanzando un nivel sobresaliente en el acto final. Los seis papeles secundarios quedaron un peldaño por debajo.
El bajo Luis López encarnó a un Príncipe de Bouillon falto de cinismo y autoridad, mientras que al tenor Jorge Rodríguez-Norton le faltó una dicción más precisa y una comicidad más refinada como Abate di Chazeuil.
(…)
La producción escénica de Marco Pontiggia, estrenada al inicio de la pasada temporada en el Teatro Lirico di Cagliari, se basa en una brillante concepción metateatral. Traslada la acción del siglo XVIII a los albores del siglo XX para rendir homenaje a Sarah Bernhardt, la célebre actriz francesa que triunfó en 1907 interpretando Adriana Lecouvreur, de Eugène Scribe y Ernest Legouvé (…).
Sin embargo, la realización de dicha propuesta resulta bastante pobre. Antonella Conte concibe una escenografía tradicional, compuesta por un armazón modernista y telones de fondo, aunque el vestuario de Marco Nateri aporta ciertos guiños modernistas, como los vestidos de Adriana y de las integrantes del coro en el tercer acto. (…) Y el ballet del tercer acto constituye un modesto pastiche dieciochesco sin mayores aspiraciones.
Pablo L. Rodríguez

Jorge de León y Maria Agresta interpretan el dúo principal de la ópera de Cilea
EL CORREO (23/11/2025)
(Selección)
Una ‘Adriana Lecouvreur’ sin riesgos se adueña de la escena
El Euskalduna acoge la ópera de Cilea con Maria Agresta, Jorge de León, Silvia Tro Santafé y Carlos Álvarez, arropados por la BOS con Marco Armiliato al frente.
No es una ópera habitual en los teatros así que más vale aprovechar la oportunidad. Adriana Lecouvreur tiene arias y dúos de alto voltaje, además de un argumento sumamente perverso y artificioso, con amistades peligrosas, vicios y crímenes fuera y dentro de las alcobas. (…) La historia tiene cabos sueltos y hace aguas por todas partes. Sin embargo, hay que reconocer que no está exenta de emoción, igual que la música de Francesco Cilea (1866-1950).
Anoche se ofreció una función en el Euskalduna que mantuvo el interés sin recurrir a golpes de efecto. En Adriana Lecouvreur más vale pecar de sobrio. Desde el minuto cero, al ritmo de un ‘allegro vivo e deciso’, con trinos distinguidos y revoloteantes, arranca la acción y el parloteo. La música es un ‘continuum’ con aires de pastiche y hay que llevarla con mano firme.
La Orquesta Sinfónica de Bilbao, bajo la dirección de Marco Armiliato, navegó por aguas turbulentas con destreza. Fue delicada y refinada, con momentos de tensión dramática que no descuidaron los matices. (…)
El público disfrutó del espectáculo, con un montaje de estética convencional y un reparto que actuó en beneficio del conjunto. La soprano Maria Agresta (…), con un esmalte menos refulgente que antaño, tuvo una progresión ascendente, convenció y no se amilanó en los dúos con la mezzo Silvia Tro Santafé (…), que derrochó temperamento y agudos impecables. El dúo/duelo entre tigresas del segundo acto (…) y el colofón de la ópera (…), que recrea la agonía de la protagonista, se quedaron impresos a fuego.
La sección masculina tampoco se durmió en los laureles, máxime porque debutaban en sus respectivos papeles y había expectación: el tenor Jorge de León (…) echó mano de su habitual arrojo, a costa eventualmente del legato y la afinación, y despertó el entusiasmo con las espléndidas arias del militar polaco (…), mientras que el barítono Carlos Álvarez (…) hizo gala de una nobleza vocal y dramática que hizo justicia al devoto y sacrificado amigo de Adriana (…).
A destacar asimismo, pese a que tienen roles secundarios, el empaque escénico y la frescura de las voces del tenor Jorge Rodríguez-Norton (…) y el bajo Luis López Navarro (…). Los suyos son personajes sibilinos y frívolos, que no cesan de espolvorear chismes y manipular a unos y otros. Conviene no quitarles el ojo (y el oído), porque tienen un papel clave en el desenlace de la tragedia.
(…)
Menos mal que el núcleo del drama se sostiene por sí mismo y la puesta en escena de Mario Pontiggia (…) estuvo a la altura de las circunstancias. El montaje es funcional, vistoso y con un aprovechamiento muy correcto del espacio. Si bien se traslada la acción original de 1730 a 1902, que es cuando se estrenó la ópera, se impone la lógica y fluidez de conceptos. Es un montaje que discurre sin tropiezos. Se trata de una coproducción con el Teatro Lirico di Cagliari, que no incordia y tampoco sorprende.
(…)
Siempre hay margen para rizar el rizo. El director de escena argentino se lo permite porque la trama es tan endeble que la suma de incoherencias no hace daño. (…)Es inevitable que haya contradicciones cuando se descontextualizan los argumentos, pero en este caso no cuesta entrar en el juego. (…) Muy acertado el telón pintado sobre un panel fijo al fondo del escenario que enmarca la acción en una fijeza simbólica.
(…)
El final de este montaje tiene, además, una dimensión muy interesante. Es reivindicativo y protector, porque el conde de Sajonia (que existió en la vida real y era un libertino desatado) se queda al margen cuando expira Adriana. El joven hace el amago de acercarse pero el viejo director de escena lo frena. El foco se pone en Adriana y su fiel amigo, que la mece entre sus brazos, con Maurizio cabizbajo y en la sombra. Es una sentencia escénica sin palabras. No hay perdón para el conde.
Isabel Urrutia Cabrera

Adriana Lecouvreur vuelve a ABAO tras una década de ausencia
LA RAZÓN
Adriana Lecouvreur en Bilbao, el triunfo de la corrección
Hay óperas que resisten el tiempo más por oficio que por ingenio. Adriana Lecouvreur es una de ellas. Francesco Cilea, al que tantos musicólogos miran con displicencia, vuelve a cobrar vida cada vez que una buena soprano decide morir oliendo violetas. No será un revolucionario, pero sí un orfebre del teatro musical. Y cuando la ABAO recupera su obra con un reparto de este calibre -Agresta, De León, Álvarez, Tro- bajo la batuta de Marco Armiliato y la puesta en escena de Mario Pontigia, dignifica a Cilea.
Su partitura no busca logros sinfónicos monumentales. Es un verismo de cámara, tejido con melodías atractivas y mucho sentimentalismo. Marco Armiliato lo sabe y por eso dirige como lo harían los viejos maestros concertadores: respirando con las voces, subiendo la orquesta cuando debe y retirándose a tiempo para que la palabra cante. La Orquesta Sinfónica de Bilbao respondió con flexibilidad, mostrando uno de sus mejores momentos. Hubo algunos de trazo grueso -algún tutti que anuló la voz o clímax más ruidoso que intenso-, pero el italiano domina el estilo.
En lo escénico, Mario Pontiggia optó por lo prudente: prácticamente la literalidad del libreto y procurando no atosigar con la escena o sus decorados. En tiempos de registas que sitúan el barroco en naves espaciales o sótanos industriales, su clasicismo se agradece. La historia se entiende, los cantantes se mueven, el teatro dentro del teatro está ahí. Pontiggia firma un espectáculo pulcro y elegante, con un cuidado y eficaz manejo actoral.
Y en el centro, María Agresta. Su Adriana mostró contención y estilo, yendo de menos a más. Voz timbrada, centro carnoso, agudos bien sostenidos y una musicalidad que evita el histrionismo fácil. Con un timbre algo más oscuro una Adriana redonda. Agresta representó a una actriz que se desmorona sin perder la dignidad desde su Io son l’umile ancella, dicha conociendo lo que es la modestia fingida pero un punto a falta de ese un soffio è la mia voce que figura en su texto, pasando por el tenso monólogo de Fedra hasta un emotivo Poveri fiori . Su muerte -entre susurros, casi sin levantar la voz- recordó que la emoción no necesita volumen sino autenticidad.
Jorge de León, por su parte, impone presencia, tesitura y decibelios. Su Maurizio brilla con ese squillo heroico que el público adora. Debutaba -se notó particularmente en el aria inicial La dolcissima effigieque– en un personaje que pide más color, menos músculo. Cuando el tenor canario frasea, matiza y logra apianar, el papel adquiere profundidad; cuando se entrega al brillo, la nobleza se confunde con los decibelios. En cualquier caso, es un lujo escuchar un instrumento de semejante potencia y proyección y ya irá perfeccionando el personaje. Brilló en L’anima ho stanca y el dúo final de ambos fue el momento culminante de la noche.
Y luego está Carlos Álvarez. Su Michonnet concentra lo que “Adriana Lecouvreur” tiene de verdadero: humanidad, ternura, discreción. Con apenas dos gestos y una media sonrisa, el barítono malagueño dibuja la soledad de un hombre que ama en silencio. Su canto sul fiato, la articulación cristalina y el fraseo flexible recordaron lo que significa cantar “a la italiana”: servir al texto con belleza y emoción, sin que se note el esfuerzo. Cuando Álvarez observa desde bambalinas a la actriz que ama, uno comprende de golpe qué es eso de teatro dentro del teatro. Pontiglia y él lograron un modélico Michonnet escénico.
A la Princesa de Bouillon de Silvia Tro Santafé le faltó algo de nobleza para no caer en el cliché de la villana desatada. Mostró su clase, graves y agudos, pero su Acerba voluttà vino a evidenciar que una cosa es sobresalir en el belcantismo y otra en el verismo. Cumplió el resto del reparto.
En suma, una Adriana Lecouvreur de notable alto: musicalmente sólida, y escénicamente bien resuelta. No hubo riesgo ni hallazgos, pero sí un respeto tangible por la partitura y una elegancia que, en tiempos de provocación vacía, casi se convierte en rebeldía. El público, obviamente, aplaudió con entusiasmo.
Gonzalo Alonso

Puesta en escena de Mario Pontiggia
BECKMESSER (25/11/2025)
Una noche disfrutona. Adriana Lecouvreur de Cilea en ABAO
Adriana Lecouvreur no es una ópera de repertorio. ABAO Bilbao Opera solo la ha programado en tres ocasiones anteriores. En 1962 con Renata Tebaldi, en 1992 con Mirella Freni y en 2014 con Ainhoa Arteta. Las exigencias vocales de la partitura son motivos poderosos para evidenciar dicha falta de asiduidad, amén de que en la obra mana una apabullante hermosura, que se deja escuchar con evidente emotividad, donde el recurso del leitmotiv facilita el recuerdo de los personajes principales. También la orquestación tiene su enjundia, con fluctuantes y rotundas intensidades sonoras que, súbitamente, pasan al más delicado expresionismo apianado.
Cuando aparece escrito que en los últimos años de la temporada lírica estable bilbaína “se contrata a segundones para cantar cosas importantes”, ha de exhibirse plena disconformidad, como en el presente caso, a la vista del elenco canoro compuesto por María Agresta, Silvia Tro Santafé, Jorge de León, Carlos Álvarez, voces que se prodigan en los mejores foros nacionales y extranjeros, amén de la internacional batuta de Marco Armiliato o la acreditadísima capacidad escénica de Mario Pontiggia. Sus currículos artísticos acreditan lo contrario al precedente entrecomillado.
En la representación que aquí se valora se disfrutó con ganas en todos los puntos de la rosa de los vientos. Bonita, cuidada y sin estridencias escénicas es la puesta en escena que realiza el arquitecto argentino Mario Pontiggia, imbuida en unos paramentos de agradable plasticidad, principalmente en cuajado empaste de la iluminación, sobresaliendo el efecto, casi nunca visto, que causan las candilejas.
Los conocimientos musicales de Esteban Urcelay quedaron perfectamente expuestos en la intervención del coro durante el tercer acto, en que se desarrolla la fiesta en la casa del príncipe de Bouillon. Se apreció un cuidado empaste, así como el notorio rejuvenecimiento de las voces que lo integran. La coreógrafa italiana Luigia Frattaroli se lució con sus cinco bailarines en ‘El Juicio de Paris’ que da inicio al precitado acto.
Cierto que en la partitura de Cilea existe una puntillosa especificación de las indicaciones sonoras y, por ende, cierto también es que estamos ante un complejo diseño musical, constituyendo todo ello un entramado en el que resalta la importante belleza de esta ópera. Pues bien, todo ello, gracias al magisterio de Marco Armiliato se pudo disfrutar de una emotividad incuestionable. Su batuta no manda, acaricia a la orquesta. Nunca he escuchado a la Orquesta Sinfónica de Bilbao en semejantes niveles de muy alta calidad, merced a este internacional genovés.
Ni una sola mácula de polvo sobre el trabajo de las voces de Olga Revuelta, Anna Gomá, José Manuel Díaz, Josu Cabrero y Martín Barcelona. En la ópera no hay cantantes segundarios, todos son importantes, amén de siempre necesarios.
Aún recuerdo a aquella joven mezzosoprano valenciana participado, en el París de 1993, en la fase final del primer certamen de Operalia, creado por Plácido Domingo. Ella, Silvia Tro Santafé, es hoy una sólida cantante que en esta ocasión nos ha regalado una gozosa Principessa di Bouillon con los registros central y agudo bien asentados, como fue notorio en el dúo del acto tercero con Adriana.
En quien escribe no existen dudas sobre si el barítono malagueño, Carlos Álvarez, es tan buen cantante como actor. Quedan despejadas, una vez más, al verle y escucharle en escena durante esta ocasión. En el acto cuarto su refulgente versatilidad en ambas facetas fue palmaria, llenando de expresividad corpórea cada momento y mostrando verdad en el calor y color de su voz. Precioso su Ecco il monologo.
El tenor tinerfeño Jorge de León, que debuta el personaje de Maurizio, hizo verdad la grandeza de su voz al acometer este empeño -tan deseado por él para incorporarlo a su mochila lírica- desarrollado con absoluta entrega. Su voz de incuestionado tenor spinto se adecua, en bruñido encaje, con cuanto le requiere la partitura, como quedó demostrado en el exigente dúo final No, la mia fronte.
Si en la lírica escénica actual hay una Adriana de referencia ella es la italiana Maria Agresta, como ha demostrado en teatros de relieve internacional. Amén de generosa actriz, el lirismo de su canto, tanto en potencia volumétrica como en la expresividad de su dicción llegaron, hizo verdad hasta en las costuras del Euskalduna. Esa verdad quedó impresa en la emotividad de su aria final Poveri fiori. El respetable, como juez supremo, le regaló una larga ovación final (la mayor), con rotundos aplausos y bravos.
Siempre la música fue el imán de mis sentidos. Pedro Calderón de la Barca.

























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