Crítica: Barroco depurado y sensible. Emmanuelle Haïm y Le Concert d’Astrée, en Ibermúsica
BARROCO DEPURADO Y SENSIBLE
Obras de Durante, Scarlatti, Leo, Locatelli y Pergolesi. Le Concert d’Astrée. Carlo Vistoli, contratenor mezzo. Emöke Baráth, soprano. Emmanuelle Haïm, directora. Ibermúsica serie Arriaga. Auditorio Nacional, Madrid, 3 de diciembre de 2025.

Emmanuelle Haïm © Antoni Bofill / BCN Clàssics
Un concierto tranquilo, de suaves contornos mecido en las musicales ondas de un conjunto pequeño y bien sonante de instrumentos de época. Catorce instrumentistas de cuerda más un laúd y un órgano positivo, este último en manos de la directora, Emmanuelle Haïm. Una disposición equilibrada a la que el último instrumento otorgaba un mágico encanto que contribuía a redondear, sin aristas, el espectro.
Desde el principio, con el Concierto a cuatro nº 5 en La mayor de Durante, nos vimos envueltos en esas cálidas y muelles sonoridades. Ligereza, acentuación, afinación, naturalidad en el fraseo. Cualidades extensibles al Salve Regina de Domenico Scarlatti en el que fue solista el contratenor mezzosoprano italiano Carlo Vistoli (1987), de timbre ligeramente nasal, de amplio y bien asentado centro, de grave escaso y de agudo bien proyectado, en emisión más bien fija. Poco preciso en los trinos, pero musical y caluroso.
Otro Stabat Mater, el de Leonardo Leo, dio el paso a la soprano húngara Emöke Barath (1985), una lírica de emisión homogénea y bien centrada, de timbre cálido y perfumado. Se defendió estupendamente en las agilidades y no tuvo problemas en la zona aguda. Tras el descanso se nos ofreció la Sinfonía Fúnebre en Fa menor de Pietro Antonio Locatelli. Cinco breves movimientos unidos. El último, La Consolazione, un exquisito Andante, puso de manifiesto de nuevo la calidad de los instrumentistas y la unidad y sonoridad que extrae de ellos la flexible y elegante Haïm, de movimientos bien controlados y acompasados de su rojiza melena.
El fin de fiesta venía constituido por el maravilloso Stabat Mater de Pergolesi, que exige dos solistas vocales de altura. Los tuvo en Barath y Vistoli, que supieron mezclar sus timbres de manera natural, aunque el de él, con aplicación de dinámicas en exceso contrastadas, determinara en ciertos momentos una evidente destemplanza. Pero todo se encauzó por la mejor senda gracias a la aterciopelada sonoridad del grupo y a la detallada pulsación de Haïm. El buen acoplamiento general se advirtió nada más empezar en el Stabat Mater dolorosa. Singular y viveza y acentuación la del Quis est homo qui non fieret, con excelente acentuación de la parte Allegro.
Bellos reguladores los de Vistoli en Fac ut portem Christi mortem. La lentitud en Quando corpus morietur encajó bien en el planteamiento de la directora. Un marchoso Amen cerró en belleza la sesión. Que, ante los cálidos aplausos de un público atento, que casi llenaba la sala, se amplió con dos regalos haendelianos: uno procedente de la etapa italiana del compositor; otro firmado en Londres, un fragmento de la Pasión de Brockes. Un concierto, pues acogedor, musical, íntimo, cordial. Un buen contraste a las imponentes sesiones sinfónicas de días atrás.


























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