Crítica: Beethoven, ayer, hoy… La OSG recibe al director Dima Slobodeniouk
Beethoven, ayer, hoy…
Mera-Oleiros, 16 de septiembre de 2025, Auditorio Gabriel García Márquez; A Coruña, 17 de septiembre de 2025, Palacio de la Ópera. Programa: Ludwig van Beethoven, Sinfonía nº 4 en si bemol mayor, Op. 60, y Sinfonía nº 7 en la mayor, Op.92. Orquesta Sinfónica de Galicia (OSG). Dima Slobodeniouk, director.

Dima Slobodeniouk, al frente de la OSG
…y siempre
Quienes nacimos a la melomanía en los años 60 del s. XX lo hicimos sometidos a una serie de tópicos y criterios -o, más probablemente, modas- que circulaban por aquel entonces. Lo hacían como vagones de ferrocarril, sin que se nos permitiera a los neófitos salirnos de los raíles establecidos. Es decir, que incluso en la música se (de)formaba a la población (la consideración de ciudadanía quedaba aún muuuy, muy lejos) imperando la rigidez propia de aquellos grises años de hierro y plomo.
También, por supuesto, en la consideración de los compositores y sus obras. Y así, había que comulgar con ruedas de molino: como que entre las sinfonías de Beethoven las verdaderamente grandes eran las que tenían número impar -con la excepción de la Pastoral-, siendo consideradas obras menores la Segunda, Cuarta y Octava.
Que la Séptima fuera generalmente tenida por la mejor interpretada por Herbert von Karajan, dada consideración y reverencia general al imperio de este en conciertos y grabaciones, contribuyó no poco a que el público se tragara (nos tragáramos) tales losas como quien lava. Y, por experiencia propia, doy fe de que tener como favorita una obra como la Octava era considerado entre signo de rareza y poco menos que digno de anatema.
Navegando por océanos de música…
…hace décadas que se pasó el Cabo de las Tormentas de la interpretación históricamente informada, antes llamada historicista –otra moda-criterio que ha crecido en importancia cuanto ha perdido de rigidez-. Y casi pasado el primer cuarto del s. XXI, editadas y extendidas las mejores ediciones críticas sobre la música de los ss. XVIII y XIX, directores e intérpretes hacen hoy música más cercana al espíritu de sus autores. Por su parte, público y crítica -no todo ni toda, claro está- han amoldado sus gustos o criterios a las actuales tendencias interpretativas. Tal vez, otra moda; chi lo sa!
Volvía Dima Slobodeniouk al podio de la orquesta de la que fue titular durante nueve años, la Sinfónica de Galicia, y fue recibido con algo más que un fuerte aplauso, que en esto de las palmas hay que distinguir entre cantidad y calidad. Es algo muy sutil, que no siempre se puede distinguir, pero que en este caso lo fue por la unidad de su inicio -como una entrada de orquesta muy precisa-, el calor y hasta el color: una especie de rumor apenas perceptible, pero en cierto modo muy contagioso. En esa ovación de saludo hubo cariño, y merecido, del público al maestro ruso-finlandés. Buen principio para un buen concierto.
Dima Slobodeniouk es un director formado en Rusia y Finlandia ya en tiempos de posrigidez. Por ello, su visión de la música de los periodos clásico y prerromántico se beneficia de todos los criterios y tendencias, asimilados con naturalidad y sin extremismos.
Su interpretación de la Cuarta comenzó con la introducción (Adagio) tocada lenta y llena de claridad. Muy bien planteada, por su naturalidad, la transición al Allegro, que tuvo buena fuerza interior y gran claridad de líneas. Aquí comenzó la gran serie de solos que habría de caracterizar todo el concierto, con los de flauta de M.ª José Ortuño, el oboe de David Villa y el fagot de Steve Harriswangler. La lectura de la Slobodeniouk tuvo gran contraste dinámico, pero también buena matización y regulación, con un adecuado manejo de las oleadas de fuerza beethovenianas. En el Adagio destacaron el canto de las maderas sobre cuerdas y metales, el solo de Joan Ferrer al clarinete y el color de los violines.
El Allegro vivace se caracterizó por el buen decir de las maderas en el Trio y ese crescendo tan progresivo de las cuerdas desde el trino de la cuerda grave, en el que se percibía cuánto y qué buen Rossini ha hecho esta orquesta. El Finale; Alegro, ma non troppo tuvo la calidad de ese fondo inicial de las cuerdas. Slobodeniouk manejó excelentemente los reguladores, que actuaron como las compuertas de una central mareomotriz en la gestión de las oleadas de fuerza de Beethoven. Más solos y dúo de oboes, solos de fagot y, en todo momento un sonido tan bien empastado como diferenciado.
En la segunda parte del concierto, la Sinfonía nº 7 en la mayor, op. 92, Un aumento de efectivos de las cuerdas hasta llegar a 12 violines primeros, 10 segundos, 7 violas, 6 chelos y 4 contrabajos; en los vientos, los prescritos: maderas a dos (aquí, como solista, Claudia Walker Moore), 2 trompas tocadas en este concierto por tres instrumentistas, 2 trompetas y juego de dos timbales frente a los 3 de la Segunda. A vuelapluma, creo recordar que se tocaron todas las repeticiones.
Pero, hablando de repeticiones en esta sinfonía, hay que mentar las escritas por Beethoven: desde las 61 veces que se suena la nota mi en la melodía de la introducción, Poco sostenuto, del primer movimiento hasta las más de doscientas que se repite “el dáctilo largo-corto-corto” a lo largo de toda la obra. Dato este último que destaca Teresa Cascudo en sus documentadas notas al programa de mano; e impreso: perdonen mi insistencia, pero recuperarlo en los conciertos de la Sinfónica ha sido como el reencuentro con un querido amigo después de años de ausencia.
Спасибо, учитель (1).
La introducción, Poco sostenuto, se mostró clara y bien articulada. En el Vivace volvieron los excelentes solos del oboe de Villa. Se tocó la repetición inicial y los crescendi estuvieron, una vez más, muy bien regulados. La gran intervención final de las trompas parecía anunciar algo grande en los siguientes movimientos (lo anunció y se cumplió, por cierto).
El Allegretto, otra vez con gran claridad de líneas, tuvo una especie de crescendo emocional, pese quizás a parecerme por momentos algo falto de vibración interna. Y a resultar algo lento para los criterios actuales, con una cierta reminiscencia de aquellas versiones de Kemplerer, o Karajan.
El Presto, presto: con un tempo, energía y dinámica perfectamente adecuadas. El Trio, también algo lento, con unas trompetas brillantes y timbales tocados con precisión rítmica, hermoso color y poderío dinámico por el principal de percusión, Fernando Llopis. También en este movimiento se hicieron todas las repeticiones.
En el Allegro con brio pareció como si Slobodeniouk volviera a su costumbre, “marca de la casa”, de hacer en el concierto algo no precisamente ensayado, para así aumentar la concentración de sus músicos.
El caso es que desde el inicio el tempo fue rapidísimo con una velocidad que en el tránsito rodado tal vez se pudiera multar; y que, aunque no llegue a “derrapar”, en algunas curvas (léase pasajes de mayor dificultad mecánica de ejecución) se sale del trazado más habitual y a veces no puede apreciarse el sonido de todas las notas. Gran claridad de líneas melódicas y muy buena disposición de planos sonoros, aun con el extraño predominio del fondo de los contrabajos sobre la melodía de la cuerda aguda.
Al final, gran ovación del público de ambos auditorios y múltiples saludos de orquesta y director. El público es agradecido y guarda cariño a quienes han trabajado mucho y bien por la orquesta; como Dima Slobodeniouk.
(1) Gracias, maestro.


























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