Crítica: Buen cierre con esperanza de la Euskadiko Orkestra
BUEN CIERRE CON ESPERANZA
Euskadiko Orkestra. Sinfonía nº 7 en Mi menor, Canción de la noche, de Gustav Mahler. Alexandre Bloch. Auditorio Kursaal. 30-V-25.

Alexandre Bloch
Desde que el Consejo de Administración de la Orquesta de Euskadi / Euskadiko Orkestra, allá por finales del mes de enero próximo pasado, acordase la rescisión del contrato que le unía con el director de orquesta norteamericano Robert Treviño, hasta el momento en que este concierto se celebra, se desconoce aún quien será elegido como su sustituto, en atención a que el nuevo Director General, tras el también cese fulminante de Oriol Roch, está en pleno periodo de búsqueda de la nueva batuta.
Ese interregno no beneficia a los músicos, pues carecen del liderato necesario cara a la temporada 2025/2027 que se iniciará en el venidero septiembre. El evento que en estas líneas se analiza pondrá cierre, en San Sebastián, el día 5 de junio, a la temporada orquestal.
Cuando Mahler inició el 1904 la composición de su séptima sinfonía, estaba sumido en una situación emocional donde las turbulencias grises de su doliente cultura judía de exilio le llevaban, en su quehacer artístico, por senderos de especial pesimismo en búsqueda de una paz espiritual. Ese tortuoso intimismo le arrastra durante un año por senderos en los que la música, su música, transitan por caminos de volcánica expresividad de vocabulario sonoro, de armonías disonantes o de dolor.
Estamos ante una obra que requiere, para su interpretación, el formato de gran orquesta. Y así la institucional vasca presentó su mejores galas cumpliendo con todas las exigencias sonoras que obran en la partitura, ofreciendo un trabajo lleno de rico colorido, explosiones sonoras y sutiles dulzuras. Ese hermoso trabajo fue fruto de la tronante y puntillosa concertación que ofreció la experta batuta de Alexandre Bloch, que se embridó de memoria, sin partitura ante él, con los tensos cinco movimientos malherianos. Su mano izquierda, de ampuloso braceo, estuvo siempre dentro de la depurada técnica de marcar matices en ese medio segundo de anticipación para fijar las entradas que significa a un gran director de orquesta.
Los movimientos segundo y cuarto Nachtmusik (música nocturna) en tiempos Allegro moderato-Molto moderato y Andante amoroso, Ausfchwung (con impulso), respectivamente, fueron, en dirección y orquesta, la pura sensualidad de alma errante del compositor. Todo fluyó con elegancia sin ninguna discordancia en la expresividad rítmica del sonido, donde los rasgueos de la guitarra y de la mandolina crearon una amorosa idealización del tránsito nocturno.
En el Scherzo: Schattenhalf (juego fantasmagórico) del tercero movimiento Bloch acertó de pleno con la exposición sonora a modo de noche de Walpurgis o baile idealizado del Sabbat hebreo en el ocaso, resaltando el tétrico colorido de la sección de viento con el empleo de sordinas. El absorto silencio ante tal magnificencia durante los 79 minutos que duró la función se volvió en una explosión de aplausos, bravos y silbidos (ahora también se silva en señal de satisfacción) al finalizar la grandiosidad de quinto movimiento Rondo finale, allegro ordinario, que toma el leitmotiv del primero Langsam, allegro risoluto, ma non tropo, con todo el equipaje -hermosamente presentado- que encierra su complejidad de polifonía temática.
Concierto de no fácil olvido, en la espera que la Euskadiko Orkestra encuentre, ¡pronto!, al idóneo patrón que la lleve por la mejor bonanza. “Al final siempre queda la esperanza”, escribió Miguel Hernández. ¡Pues eso!


























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