Crítica: Festival de Marvão, Wolfgang Rihm en la mazmorra del Castillo, con Schubert y Haydn
Crítica: Festival de Marvão, Wolfgang Rihm en la mazmorra del Castillo
XI FESTIVAL INTERNACIONAL DE MÚSICA DE MARVÃO. Obras de Wolfgang Rihm, Haydn y Schubert. Intérpretes: Christoph Poppen y Muriel Cantoreggi (violines), Francisco Lourenço (viola), Aurélien Pascal y Jérémy Garbarg (violonchelos), Paulo Jorge Ferreira (acordeón). Lugar: Mazmorra del Castillo de Marvão. Fecha: Sábado, 26 de julio.

Festival Internacional de Música de Marvao
Concierto estremecedor y único, de esos que jamás se olvidan. En el misterio de la madrugada, impresionaba descender entre angostas y oscuras escaleras de piedra a la tenebrosa mazmorra del Castillo de Marvão, un lugar alucinante y húmedo que hubiera sido marco ideal para la tortura de Cavaradossi en el segundo acto de Tosca, o la cueva de Florestán en el inicio del acto segundo de Fidelio.
Pero no, el Festival ha tenido las luces y el coraje de utilizar este espacio hoy sin grilletes para albergar un emotivo y fascinante recuerdo a Wolfgang Rihm cuando se cumple exactamente el primer aniversario de su prematura muerte, el 27 de julio de 2024. Inolvidable el marco, desde luego, pero aún más lo fue sentir y escuchar en semejante ambiente las músicas del gran compositor alemán contemporáneo hermanadas con las de Haydn y Schubert en versiones que derrocharon emoción, verdad y calidad. Inenarrable.
Christoph Poppen, director del festival y primer violín del excepcional conjunto de intérpretes del concierto, pidió al comienzo del mismo que no se aplaudiera. E hizo muy requetebién. Músicas lentas y enfocadas directamente al alma, que reclaman silencio absoluto. Y en silencio casi absoluto revivió en la madrugada del domingo la obra de Rihm, grande de la música alemana y de todas las músicas.
Con sus contrastes, largos silencios, sus armonías -tan clásicas y avanzadas a un tiempo- y ese universo de sonoridades y sorpresas que caracteriza su subjetivo universo de síntesis y concisión, de exploración de una semántica musical propia, pero arraigada en sus sucesivamente admirados Henze, Berg, Webern, Stockhausen o finalmente Nono.
Pero también Haydn y Schubert son ancestros cardinales en la obra y las maneras del genio de Karlsruhe. Y así, en la mazmorra inolvidable de Marvão, ante apenas cien espectadores apiñados entre piedra y evocaciones, fragmentos de Rihm como la Canzona III de Música para tres instrumentistas, el inquietante Am Horizont, para acordeón, violín y violonchelo, o el emocionante (no lo duden: la emoción no es patrimonio único del romanticismo) Adagio del Cuarto cuarteto para cuerdas, cohabitaron y se potenciaron en la convivencia fraternal con dos prodigios tan sublimes y quietos de la historia de la música como la tercera de las Siete palabras de Cristo en la Cruz, de Haydn, y el Adagio del Quinteto para cuerdas, D 956, de Schubert.
La excelencia de estas músicas prodigiosas encontró en su materialización la excelencia de intérpretes que se metieron hasta el tuétano en la entraña expresiva que requieren estos pentagramas exigentes en todos los sentidos, cuyo dominio técnico es tan preciso y complementario como la elocuencia palpitante que habita más allá del pentagrama y de la solfa.
Luego al final del concierto sin aplausos ni pausa, llegaron aplausos bravos. Pero en el fondo de alma, quedaba el silencio y la meditación que propiciaban la música, su interpretación excepcional y su marco incomparable. Para el recuerdo.
Antes, en la agenda agotadora del Festival, que toca ya a su fin -ayer domingo fue la clausura-, se vivió y disfrutó un programa monográfico Schubert en el espacio propicio de la abarrotada Iglesia de la Estrella. El Rondó para violín y quinteto de cuerdas, D 438 encontró brillante solista en Jordan Victoria, mientras que los seis movimientos del extenso Octeto en Fa mayor, D 803, encontró versión estilizada y vibrante en un conjunto de instrumentistas de campanillas, con Poppen, el propio Jordan Victoria, el clarinetista Horácio Ferreira o el trompa Abel Pereira entre sus selectas filas.
En medio, El pastor en la roca, D 965, el maravilloso Lied para soprano, clarinete y piano que compone Schubert en 1828, ya al final de sus cortos años, cantado con intención y voz ligera por la soprano surcoreana Sunhae Im, pero también por el clarinete de Horácio Ferreira y el piano de Marcelo Amaral.
En la misma jornada festivalera, por la mañana, se celebraron un concierto a cargo del Coro del propio Festival, dirigido por Pedro Teixeira, y un homenaje al compositor Luis Tinoco. Pero el crítico -que no es Galdós ni Corín Tellado– no da abasto y se quedó en el hotel escribiendo para usted estas crónicas portuguesas casi a vuela pluma. ¡Que las disfruten!

























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