Crítica: La noche brilló oscura con la ORCAM y Laurence Equilbey
LA NOCHE BRILLÓ OSCURA
Obras de Schubert y Mendelssohn. Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid (ORCAM). Directora: Laurence Equilbey. Auditorio Nacional, 2 de diciembre de 2025.

Laurence Equilbey fue la directora invitada en el último concierto de la ORCAM
Una noche mágica reza el título de este concierto, aunque la magia realmente solo aparezca en la segunda obra programada, La primera noche de Walpurgis compuesta por Mendelssohn sobre texto de Goethe. Una especie de canto en torno a los ritos paganos de la Alemania Medieval. Una partitura esplendorosa cuajada de hallazgos melódicos, revestida de un ropaje orquestal y coral majestuoso, demostrativa de la habilidad del compositor para el tratamiento del claroscuro.
Tuvo una estupenda interpretación por la buena actitud de los conjuntos. El Coro, bajo la dirección del que fuera su titular hasta hace poco, Josep Vila (actualmente regidor del Coro de la WDR de Alemania), sonó empastado y redondo, bien matizado por la mano de Equilbey.
La directora francesa Laurence Equilbey (1962) sabe lo que se hace, aunque su gesto sea un tanto monótono y falto de elegancia, pero sabe conjuntar y matizar, graduar y regular, algo fundamental para que una partitura como esta llegue con nitidez al oyente-espectador. Así pudimos sumergirnos en la bienhechora música mendelssohniana que se desarrolló sin problemas apreciables. Y que contó con tres solistas discretos.
Hilary Summers, en tiempos una contralto de verdad, de la estirpe de las Ferrier o Procter, está ya para pocos trotes a los 60 años. La voz, siempre oscura, ha perdido frescura y suena más bien mate. Pero dijo sus pocas frases con verdad e intención. El tenor Sebastian Kohlhepp, un lírico-ligero de timbre poco atractivo, mantuvo el tipo y brilló en la zona alta con agudos bien asentados. Daniel Schmutzhard fue el barítono. De equipaje muy lírico, pero de tinte atractivo y expresión intensa y directa
Estas cosas positivas nos compensaron de la irregular y a veces tosca interpretación en la primera parte de la Sinfonía nº 9, La Grande, de Schubert. Equilvey se mostró aquí menos segura, menos fluyente de gesto y de expresión. Su versión fue no muy clara de planos, poco contrastada. Un ejemplo: el Andante que abre la composición ha de desembocar paulatinamente, con una insensible aceleración del tempo en el Allegro ma non troppo subsiguiente. Aquí todo sonó más o menos igual.
La progresión dinámica que en el Andante con moto nos lleva al ápice del segundo movimiento fue mal planificada, con lo que la intensidad lírico-dramática se perdió en buena parte. La Sinfonía, que emplea ritmos machacones e insistentes, que repite una y otra vez los mismos pasajes, requiere una mayor variedad expositiva que pueda conducir finalmente a la afirmación definitiva del Allegro vivace conclusivo. La Orquesta, con la base de tan solo cuatro contrabajos (situados, como los chelos, a la izquierda) tuvo una prestación digna.


























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