Crítica: Mikhail Pletnev, obstinación y lirismo
Mikhail Pletnev, obstinación y lirismo
Pletnev en el Auditorio Nacional, con Bach, Schumann y Grieg
J.S. Bach, Preludios y Fugas de El Clave bien temperado (Re mayor, nº 5 del Libro II; Sol menor, nº 16 del Libro I; Sol mayor, nº 15 del Libro II; Si bemol menor, nº 22 Libro I). Robert Schumann, Kreisleriana op. 16. Edvard Grieg, Piezas líricas (Selección). Mikhail Pletnev, piano. Ciclo de Grandes Intérpretes 2025-2026 de la Fundación Scherzo. Auditorio Nacional, Madrid. 04-11-2025. Algo menos de tres cuartos de aforo.

Mikhail Pletnev en el Auditorio Nacional, con Bach, Schumann y Grieg
Sin abandonar ni por un momento su gesto adusto y sus sobrias maneras de maestro rodado en todos los avatares de la fortuna, salió Pletnev al escenario del Auditorio para ofrecernos un recital basado no en las grandes formas, sino en lo que Ortega Basagoiti, en sus pertinentes notas al programa, califica como homenaje a la fantasía, categoría volandera que encuentra su hogar natural en las formas breves de cualquier época musical.
Caminar a paso de veterano hasta su Shigeru Kawai (que, es de suponer también en esta visita, le acompaña siempre en sus giras) y atacar las primeras notas de un Preludio del Clave bien temperado sin hacer demasiado caso a los aplausos de bienvenida del público, fue todo uno y lo mismo.
Hay artistas que, una vez alcanzada la excelencia técnica, privilegian la expresión personal sobre la celebración del canon heredado, y subrayan el valor de sus propios hallazgos frente a la huera subordinación a la autoridad del autor. Pletnev es un ejemplar egregio de esta raza de artistas, un enérgico, un obstinado capaz de encontrar una melodía interesante donde los demás sólo vemos una figuración de corcheas, de acelerar o congelar los tempi hasta extremos delirantes, de congelar las cadencias en ritardandos sin fin o de exagerar el rubato hasta que lo interpretado encaja, lo quiera o no, en su versión personal del fraseo.
No es, desde luego, el carácter idóneo para dejarse influir por una interpretación de Bach históricamente informada. Frente a los que intentan hacer que un piano de concierto se parezca a un clave (pongamos Angela Hewitt), o los que desean hacerlo pero sin perder la ventaja de su sonoridad y el caleidoscopio de sus colores cambiantes (András Schiff, por ejemplo), están los que, como Pletnev, menosprecian a estos peces guía (precursores, comentaristas, divulgadores) que nadan al lado del gran tiburón negro, y tocan sus preludios y fugas con frases de largo aliento, predominantemente legato, y sin la ayuda de una articulación barroca apropiada, idiomática.
Si además no se excluye un cierto uso del rubato, el resultado es un discurso basado no en la articulación del lenguaje humano, sino en una expresividad de cuño romántico, y en cierta falta de claridad y transparencia en las voces contrapuntísticas que devalúa, a pesar de la indiscutible pericia técnica, la gracia y la majestad del idioma musical barroco. Curioso en un artista, como Pletnev, que ha grabado con tanto acierto a Scarlatti. Debe señalarse, de paso, un cambio no anunciado en la programación: el par 22 del Libro II, BWV 891, por el anunciado par 22 del Libro I, BWV 867, en la misma tonalidad de Si bemol menor.
Algo más moderado que en sus grabaciones anteriores (es una obra para él muy rodada) parecieron las ocho piezas que componen la Kreisleriana de Schumann.
No hubo esta vez, para describir el carácter bipolar de Kreisler/Schumann, acentos extraños, motivos subrayados ni ritmos alterados, y sí tempi ralentizados al máximo (nº 8), una voluntad consciente de variar la repetición de una misma frase (nº 2, motivo pentatónico), series de acordes con el balance adecuado entre sus notas y variedad y buen equilibrio de dinámicas, si bien en ocasiones pudo comprobarse una falta de claridad en las texturas y un abuso del pedal que se tradujo en una sensación de pesadez del conjunto.
Buen ejemplo de ello fue el nº 7, en el que el contrapunto de la sección final quedó confuso, y la coda a modo de coral, tan maravillosamente cantada en su día por Sviatoslav Richter, pasó casi desapercibida.
Lo mejor de la tarde llegó, en nuestra opinión, con la selección de Piezas líricas de Grieg, miniaturas sin el tono ni la ambición artística de las otras obras del programa, pero sinceras y bellas en su profunda calidez humana, una simpatía instintiva que las hacen idóneas para el lirismo de Pletnev, que aquí, como en sus grabaciones de referencia de estas piezas, destapó el tarro de las esencias.
Su tono cálido, herencia de la escuela rusa de piano, su inclinación natural por un fraseo expresivo, moldeado en la sensualidad de la dinámica, sus frases bien respiradas, sus tempi lentos hasta el exceso, que aquí dan hondura sin extravagancia, su clara distinción de planos y sus pianissimos de orfebre disiparon todas las dudas. También hubo aquí algunos cambios respecto a las piezas anunciadas, sin afectar al conjunto. Bellísimos su “Días idos” y su “Notturno”.
El público, que se mostró frío e indeciso al final de la primera parte, agradeció la segunda con una fuerte oleada de cálidos aplausos, que el maestro agradeció con dos propinas: la primera, una de las Escenas campesinas, del propio Grieg (“Del carnaval”), y la segunda el chopiniano Nocturno op. 9, nº 2, uno de sus caballos de batalla en estos lances. Con ambas, el maestro dio nuevos ejemplos de su peculiar personalidad musical. Los aplausos del público fueron, ahora sí, entusiastas.


























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