Crítica: La ORCAM y Alondra de la Parra: un Mahler valioso, pero sin aristas
La ORCAM y Alondra de la Parra: un Mahler valioso, pero sin aristas
Gustav Mahler, Sinfonía nº 2, Resurrección. Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid. Joven Orquesta de la Comunidad de Madrid. Coro RTVE. Ciclo Sinfónico X. Alfa y Omega. Directora titular y artística Alondra de la Parra. Serena Sáenz, soprano. Fleur Barron, mezzosoprano. Josep Vila i Casañas, Director Coro ORCAM. Marc Korovitch, Director Coro RTVE. Auditorio Nacional, 02-06-2025. Aforo completo.

La ORCAM junto a su titular, Alondra de la Parra
Ustedes me van a perdonar si empiezo con una broma. Se trata de una conversación escuchada hace años en el mostrador de una tienda de discos: Cliente: “Voy a abrir un restaurante y tengo que comprar discos para amenizar el ambiente. Tengo una lista de sugerencias. ¿Qué tal Mahler? ¿Es buena música para comer?” Vendedor de discos: “Es mejor música para ahorcarse”.
Ni música sonajero ni música para suicidarse, lo cierto es que hay algo en Mahler que, agotado ya el primer cuarto del siglo XXI, sigue apelando a nuestra sensibilidad musical, una mezcla de sentimentalidad fin de siglo y vanguardismo que encuentra eco en un ciego optimismo actual (tecnología, ecologismo, sociedad del bienestar) que se da la mano con amenazas de involución democrática e incluso de III Guerra Mundial.
En el caso de la 2ª Sinfonía Resurrección, mientras los aspectos sentimentales pueden sentirse, para unos, como positiva afirmación de fe religiosa (ayer, un grupo de unos veinte hombres, con llamativos crucifijos al cuello, esperaban la hora charlando animadamente a la puerta del Auditorio), para otros pueden percibirse como un falso consuelo estético.
Pero vamos al asunto. Tras quince minutos de charla introductoria, la competente y vital directora mexicana Alondra de la Parra dio comienzo a la última actuación de su primera temporada al frente de la ORCAM, sin dejarse intimidar por el éxito contundente de Currentzis hace apenas unas semanas, en este mismo lugar y con la misma obra.
Hizo bien, aunque de la Parra optó por una lectura amable y efectista de esta obra maestra, en busca de momentos de clímax muy conseguidos a lo largo de toda la partitura (buen ejemplo de esta planificación fueron el Scherzo y el último movimiento), pero dando prioridad al pulso dramático frente a la nitidez del discurso puramente musical.
Una lectura que evitó las aristas más amargas de la partitura para centrarse en sus aspectos más sentimentales. Desde el blando trémolo de cuerdas en el inicio de la Marcha Fúnebre, con sus tempi algo morosos, al aire de soirée, sin rastro de sarcasmo, en el sermón dirigido a los peces de San Antonio de Padua, en el Scherzo, todo apuntaba más a una celebración de la creencia que a hacer sangre con las aristas del absurdo y el sinsentido que también están presentes en la partitura.
Cierto que la Orquesta condicionaba y mucho la tarea de la directora. La débil proyección de su sección de cuerda no pudo imponerse, salvo en momentos puntuales, a la sonoridad, ayer reforzada, de las secciones de viento. Faltó expresividad y presencia, una vieja falta de esta orquesta, si bien en sostenido proceso de mejora.
Sirva como ejemplo la falta de relieve en el contratema de los cellos al tema principal de los violines en el delicioso segundo movimiento (una celebración vitalista), en general poco respirado, o el hecho de que una flauta y un flautín literalmente se comiesen con simples acentos la presentación final del tema en pizzicato. Un movimiento que por cierto De la Parra, siguiendo las indicaciones de la partitura, separó de la Marcha Fúnebre con cuatro minutos de silencio, sentada frente al público.

Alondra de la Parra
Nos gustó más, a pesar de sus imprecisiones de ataque (por ejemplo, en el coral de inicio de “Urlicht”), la sección de metal (bien los trombones y solista de trompeta) y viento madera (bien el clarinete principal), que se impusieron siempre en esos momentos culminantes, tan buscados por la dirección. De la Parra siguió también las indicaciones de la partitura en lo que se refiere a la ubicación fuera de escenario de los grupos de viento indicados por Mahler, si bien fue por momentos excesivo el trasiego de músicos, que distraían de lo esencial, que siempre debe discurrir en el escenario.
Solvente resultó la intervención de la mezzosoprano Fleur Barron (estaba anunciada sin embargo Ekaterina Semenchuk), de voz carnosa y amplio registro medio, en ese milagro de expresividad que es el cuarto movimiento, “Urlicht” (“Luz Primordial”, extraída, al igual que “El sermón de San Antonio de Padua”, base del Scherzo, del ciclo de lieder El cuerno mágico de la juventud). Cumplieron también dignamente con su cometido la soprano Serena Sáenz, algo más tapada por la orquesta, y el coro de la ORCAM, reforzado con el de RTVE, ambos en progresión ascendente bajo la dirección, respectivamente, de Josep Vila i Casañas y Marc Korovitch.
Un asistente olvidó silenciar su móvil, que ladró sin misericordia sobre las palabras del último y emocionante movimiento: un sarcasmo ante las dulces palabras de esperanza e inmortalidad que venían del escenario, sarcasmo que tal vez no hubiera disgustado a Mahler, siempre dichoso con este tipo de colisiones entre lo vulgar y lo sublime. En fin, no hay un santo sin pasado ni un pecador sin futuro.
Por otra parte el público, que llenó el Auditorio, escuchó siempre con respeto, consciente de la grandeza de la obra, y agradeció el esfuerzo de directora y Orquesta con siete minutos de ardientes aplausos, que servirán sin duda para reforzar el ánimo y proseguir la tarea de mejora iniciada esta temporada bajo la solvente y rica en gestualidad batuta de Alondra de la Parra.


























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