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Por Publicado el: 19/08/2025Categorías: En vivo, Sin categoría

Crítica:  Pablo Heras Casado en Bayreuth, cuando Parsifal cohabita consigo mismo

 Pablo Heras Casado en Bayreuth: Cuando Parsifal cohabita consigo mismo

Wagner: Parsifal. Andreas Schager (Parsifal), Ekaterina Gubanova (Kundry), Günther Groissbëck (Gurnemanz), Michael Volle (Amfortas), Tobias Kehrer (Titurel), Jordan Shanahan (Klingsor), etcétera. Dirección de escena: Jay Sheib. Escenogra­fía: Mimi Lien. Vestuario: Meentje Nielsen. Iluminación: Rainer Casper. Dirección musi­cal: Pablo Heras Casado. Lugar: Festspielhaus de Bayreuth. Fechas: 17 agosto 2025.

 Pablo Heras Casado en Bayreuth: Cuando Parsifal cohabita consigo mismoWagner: Parsifal. Andreas Schager (Parsifal), Ekaterina Gubanova (Kundry), Günther Groissbëck (Gurnemanz), Michael Volle (Amfortas), Tobias Kehrer (Titurel), Jordan Shanahan (Klingsor), etcétera. Dirección de escena: Jay Sheib. Escenogra­fía: Mimi Lien. Vestuario: Meentje Nielsen. Iluminación: Rainer Casper. Dirección musi­cal: Pablo Heras Casado. Lugar: Festspielhaus de Bayreuth. Fechas: 17 agosto 2025.

Imagen de la producción de Parsifal

Después de la pesadilla del Ring de Valentin Schwarz en Bayreuth, el Parsifal de Pablo Heras Casado se antoja como un bálsamo que ni el que le trae Kundry a Amfortas desde “lejanas tierras de Arabia”. Tras tres años de efectiva lealtad a Wagner, a su festival y a su directora, la bisnietísima Katharina Wagner, el maestro granadino se ha coronado en la meca de Bayreuth como pope del mundo wagneriano contemporáneo. Y lo ha hecho transfigurado él mismo en Parsifal.

Como el redentor del Grial, Heras Casado ha recalado con arrojo, ilusión, talento, humildad y cercanía a todos. Ello revierte y palpita en su interpretación de Parsifal, que el domingo se sintió henchido de registros, de armonías tan a flor de piel como la herida de Amfortas y con un sentido del tiempo, del balance sonoro y de la mística wagneriana exento de artificio.

En un Bayreuth cuyo podio ha recuperado el esplendor de antaño -batutas de esta edición, además del granadino que dirige sin batuta, son Thielemann, Bichkov, Gatti y Young-, Heras Casado se ha instalado como uno más en el Olimpo wagneriano. Las largas respiraciones, marcadas por el pulso mismo de la música, y de su sentido narrativo, y las atmósferas que genera en la acústica difícil pero incomparable del Festspielhaus, son claves de esta función en las que Parsifal cohabitaba consigo mismo en el escenario y en el podio invisible de Bayreuth.

Heras Casado, que ha crecido mamado y amando las antiguas músicas corales renacentistas y barrocas, la polifonía y el contrapunto, habita los compases místicos de Parsifal con naturalidad y desenvoltura. No los infla ni hace demagogia. Tampoco renuncia a obtener y matizar detalles inéditos; de hecho, hay texturas, inflexiones y frases que suenan “nuevas” y hasta distintas. Deja que la música marque su tiempo, sus respiraciones, cesuras y silencios.

Un Parsifal que no es ni lento ni rápido. ¡Es! Tiene aire y aura, y sus tres actos transcurren en un decurso en el que el equilibrio entre melodía y armonía es proverbial en el peculiar sentido narrativo del “festival escénico sacro” que compone Wagner al borde del final.

Un Parsifal, en fin, sin prisas ni reloj. El preludio, la “Música de transformación” del primer acto, o los “Encantamientos de Viernes Santo” (estupendo el oboe)  en el tercero, fueron episodios sinfónicos de espiritualidad a flor de piel, tan en carne viva como la herida sin fin de Amfortas. Una representación de festival “escénico sacro” cargada de templanza y solera, en la que la orquesta invisible de Bayreuth -toda la representación estupenda, muy crecida respecto a la que el día antes tocó La Valquiria-, y el hoy menguado pero siempre legendario coro encontraron la horma de su zapato en las manos involucradas y hoy más parsifalianas que nunca del maestro granadino.

A los tres años de su estreno, la producción del estadounidense Jay Sheib (director de escena y escenógrafo) gana enteros. Se aprecia más y mejor su fidelidad al libreto. Escénica y conceptual. Encauza bien la acción y la envuelve en una escenografía pertinente y bien planteada. Sin sorpresas ni irritantes “genialidades” propias de quien no sabe qué hacer.

Sheib atiende, escucha y se deja llevar por la música. Precioso, el exuberante y sugerente bosque del segundo acto, un “Jardín encantado” de Klingsor cuyas deformaciones y tonalidades verdes dejan entrever tintes entre Dalí y Rousseau.

Por otra parte, Dalí, Buñuel y la insoportable escena del ojo de El perro andaluz aparecen retratados en la persistente visión amplifica de la herida de Amfortas y la aguja que atraviesa los puntos de sutura, que tanto recuerda a la hoja de afeitar que secciona el ojo en la famosa escena de Buñuel/Dalí. El invento en declive de las sofisticadas gafas para completar la escena a base de “realidad virtual” sigue siendo quizá la única majadería de este Parsifal cargado de excelencia y razones.

 Pablo Heras Casado en Bayreuth: Cuando Parsifal cohabita consigo mismoWagner: Parsifal. Andreas Schager (Parsifal), Ekaterina Gubanova (Kundry), Günther Groissbëck (Gurnemanz), Michael Volle (Amfortas), Tobias Kehrer (Titurel), Jordan Shanahan (Klingsor), etcétera. Dirección de escena: Jay Sheib. Escenogra­fía: Mimi Lien. Vestuario: Meentje Nielsen. Iluminación: Rainer Casper. Dirección musi­cal: Pablo Heras Casado. Lugar: Festspielhaus de Bayreuth. Fechas: 17 agosto 2025.

Imagen de la producción

Vocalmente, como en las ediciones anteriores, el nivel ha sido sobresaliente, con la única fisura de un Günther Groissböck que ya no está para muchos trotes, y que reemplazaba como Gurnemanz al en última hora indispuesto Georg Zeppenfeld. Brillaron con genio vocal y dramático la pareja protagonista. Andreas Schager revalidó su condición del tenor wagneriano por excelencia de nuestro tiempo. Su fraseo, potencia, frescura vocal, entrega y carácter le convierten en el Parsifal ideal. En la memoria queda su estremecedor y herido “Amfortas! Die Wunde!” del segundo acto como síntesis de una actuación hoy sin otro parangón que él mismo.

Excepcionales igualmente la seductora y cuajada Kundry de Ekaterina Gubanova (que alterna el rol con Elina Garanča)  y el Amfortas torrencial y dolido de Michael Volle. Artistas curtidos en el universo wagneriano, una y otro se mostraron intérpretes ideales de sus respectivos roles. Notable y sin desmerecer del calibrado reparto el barítono Jordan Shanahan como libidinoso y perverso Klingsor y el bajo Tobias Kehrer, que puso su voz profunda y poderosa al servicio de un conmovedor y terminal Titurel. Imposible no destacar entre tanta excelencia el tasado, coloreado y bien empastado conjunto de las “Muchachas-flor”.

Una vez más éxito atronador de casi todos, con esos entusiasmos y bravos que distinguen las mejores tardes de Bayreuth. No los disfrutó el pobre Günther Groissbëck, que tuvo que soportar una pitada inmerecida: no por haber cantado mejor o peor, sino por haber salvado la situación al reemplazar al colega indispuesto. Cuando en el turno de saludos finales, “Parsifal Heras Casado” irrumpió en solitario en la inmensa escena del Festspielhaus, volvió a escucharse el escandaloso “pateo” al que ya está acostumbrado.

Pero, como recordaba Antonio Moral en su crítica de este mismo espectáculo, el “pateo” en Bayreuth es signo del máximo reconocimiento. Ni que decir tiene que ya nadie se acuerda de cuando en el santuario wagneriano, cuando se oficiaba Parsifal, la única alternativa era el silencio.

Justo Romero

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