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Por Publicado el: 13/07/2013Categorías: Crítica

CRÍTICA: «Tristán e Isolda»

WAGNER, R.: Tristan und Isolde
Nationaltheater de Munich. 11 Julio 2013.

Tristan und Isolde es uno de los títulos más atractivos para la taquilla en Munich. Cualquiera que sea el reparto, el lleno está asegurado. Hay una muy larga tradición muniquesa con esta ópera de Wagner, ya que no hay que olvidar que precisamente aquí tuvo lugar su estreno en 1865. Por otro lado, la calidad musical de esta magna obra siempre está garantizada en este teatro. En esta ocasión he podido asistir a una notable versión musical, con un reparto vocal, en el que no todo ha funcionado a la altura exigible en un teatro de primer orden.

La producción ofrecida es la de Peter Konwitschny, producción propia de la Bayerische Staatsoper y que se estrenara en 1998 bajo la dirección de Zubin Mehta, entonces director musical de la compañía.

Konwitschny hace un trabajo curioso, que redesarrolla en un reducido escenario, detrás una reproducción del telón del propio teatro de Munich.  Sus dos primeros actos son un tanto naíf y hasta infantiles, como si nos contaran un cuento, desarrollándose el primer acto en la cubierta de un barco, con  hamacas modernas y vestuario de época, mientras que en el  segundo  nos traslada a un escenario cerrado por unos telones pintados con árboles, que me recordaban mucho a la producción de Steingraber,  que se pudo ver en el Liceu de Barcelona.  En el último acto pasamos del ambiente naíf a una habitación reducida, donde se desarrolla todo el monólogo de Tristán. La llegada de Isolde la resuelve Konwitschny de una manera un tanto discutible, en función de la interpretación que se le quiera dar, pero siempre interesante. Efectivamente, Tristán muere en brazos de la recién llegada Isolde, para poco más tarde incorporarse y salir del escenario reducido con ella, quedándose en la parte delantera, mientras que detrás se desarrolla la lucha de los recién llegados y el perdón del Rey Marke. Yo entiendo que lo que Konwitschny hace es que muera también Isolde y que ambos protagonistas  abandonen el mundo (el escenario reducido), cerrando ellos mismos el telón, ya que han dejado de pertenecer al mismo, siendo el Liebestod un canto desde el otro lado de la muerte, tan ansiada por otro lado por los protagonistas. De hecho, en los últimos compases vuelve a abrirse el teloncito para mostrarnos al Rey Marke y a Brangaene velando dos ataúdes. Es una producción que tiene interés, aunque resulta un tanto anticuada escénicamente.

La dirección escénica no es tan brillante como en otras producciones de Konwitschny. La escenografía y el adecuado vestuario son de Johannes Leiacker, contando con una iluminación correcta de Michael Bauer.

La dirección musical estuvo en manos del titular de la compañía, Kent Nagano, quien deja su puesto a Kirill Petrenko al finalizar el Festival de Julio. No sé si se le echará de menos, pero no cabe duda de que Nagano se ha ido ganando el favor del público de Munich año a año y hoy su labor es mucho apreciada que al principio. La lectura de Nagano ha sido francamente buena, haciendo justicia a una obra tan difícil de interpretar. Si aceptamos que son tres las partes que componen una ópera (escénica, musical y vocal), ha sido la parte musical la más lograda de esta representación. Kent Nagano ha obtenido un magnífico rendimiento de la Bayerische Staatorchester, que tuvo momentos gloriosos, especialmente el Preludio y el inicio del tercer acto.

Es una obviedad que esta ópera tiene dos protagonistas principales y que el fallo o la falta de adecuación de cualquiera de ellos tiene consecuencias muy negativas en el resultado final. Aquí los protagonistas han sido Peter Seiffert y Petra Maria Schnitzer, marido y mujer en la vida real. Digo lo de su situación en la vida real, porque estoy convencido de que ha sido precisamente esto lo que ha hecho que hayan sido ellos los protagonistas de la ópera. Es perfectamente entendible la presencia de Seiffert en la parte de Tristán, ya que es uno de los más solventes intérpretes del personaje, pero no puedo decir lo mismo de Petra Maria Schnitzer, cuya presencia en Isolde en un teatro tan importante como Munich no está justificada.

Peter Seiffert no está en su mejor momento, ya que el tiempo no pasa en vano para los cantantes, pero mantiene un timbre poderoso y atractivo y puede con las dificultades del personaje de Tristán, aunque pasa sus apuros en el tercer acto. Son muy pocos los grandes Tristanes de la actualidad y las virtudes de unos van acompañadas de carencias en otros aspectos. Seiffert sigue siendo un Tristán de garantía y plena solvencia, aunque esté afligido de un vibrato, que en esta ocasión ha sido más notorio que en otras anteriores.

Petra Maria Schnitzer es una soprano que puede cantar sin problemas otros roles wagnerianos acompañando a su marido, como puede ser Elsa o Elizabeth, pero Isolde tiene unas exigencias vocales que superan a  la soprano austriaca. Para empezar es una soprano lírica y no es la dramática que requiere el personaje. Su centro es escaso, sus graves resultan insuficientes, cuando no inaudibles, y el hecho de forzar en el centro le lleva a producir sonidos descontrolados y gritados en la parte alta de la tesitura. Podría decir que su actuación fue decepcionante, pero para ello habría hecho falta que mis expectativas hubieran sido altas y no era éste el caso. Como diría el castizo, lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible.

René Pape fue un esplendoroso Rey Marke. Nunca podrá criticarse de manera suficiente a  Richard Wagner por el hecho de haberle dedicado a este personaje una parte tan breve, aunque hay que reconocer que el monólogo es una auténtica maravilla musical.  Pape no tiene rival en este personaje y puso a todo el resto del reparto en la sombra. No se puede cantar mejor que lo que él lo hizo.

Ekaterina Gubanova fue una buena Brangaene, que resultaba un tanto insuficiente en el primer acto, en el que la voz no llegaba con mucha claridad a la sala. La voz es atractiva y es una buena intérprete, que no está muy sobrada de graves.

Markus Eiche dio toda la nobleza que requiere el personaje de Kurwenal y mostró una voz atractiva y bien timbrada.

Los personajes secundarios fueron bien cubiertos, como es habitual en este teatro. Eran Francesco Petrozzi (Melot), Kevin Conners (Pastor), Christian Rieger (Timonel) y Ulrich Ress (Marinero).

Una vez más el Nacionaltheater ofrecía un lleno completo. El público dedicó una recepción auténticamente triunfalista, en mi opinión excesiva, a los artistas, siendo el gran triunfador merecidamente René Pape. Triunfo también para Kent Nagano y Peter Seiffert.

La representación comenzó con los consabidos 6 minutos de retraso y tuvo una duración total de 5 horas y 45 minutos, incluyendo dos intermedios. La duración musical fue de 3 horas y 52 minutos, unos 15 minutos más larga que la de Donald Runnicles en Berlín y la de Sebastian Weigle en Frankfurt, y algo más rápida que de Peter Schneider en el Liceu hace unos meses. Los triunfales aplausos finales se prolongaron durante 11 minutos.

El precio de la localidad más cara era 193 euros, habiendo butacas de platea desde 117 euros. En los pisos superiores había localidades entre 90 y 64 euros. Las había también sin práctica visibilidad por 14 euros. José M. Irurzun 

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