Crítica: Un ‘Mesías’ fallido y sin médula en el Palau de la Música de València
Mesías fallido y sin médula
TEMPORADA PALAU DE LA MÚSICA. Programa: El mesías, de Georg Friedrich Händel. Solistas: Pilar Alva-Martín (soprano), Lucía Caihuela (mezzosoprano), Pablo García López (tenor), José Antonio López (bajo). Coral Catedralicia de València. Cor Alameda. Cor de Cambra de València. Coral Polifónica Scholapiarum Cantores. Orfeó Manuel Palau. Participants Individuals. Orquestra de València. Director: Aarón Zapico.Lugar: Palau de la Música. Entrada: Alrededor de 1781 espectadores (lleno). Fecha: jueves, 11 diciembre 2025.

El mesías llega al Palau de la Música de València en formato participativo
Como todas las Navidades, El mesías de Händel ha vuelto al Palau de la Música. Y lo ha hecho en la popular y manoseada fórmula a destajo de “El mesías participativo”, esa en la que el número importa más que la calidad. Un espectáculo fallido y sin médula, pero que parece encantar a todo aquel que no sea forofo de la música. De hecho, el público que el jueves abarrotó las casi 1.800 butacas del Palau poco tenía que ver con los abonados ni con el habitual de los conciertos.
Aforo popular para un concierto popular. De amigos, familiares y hasta vecinos. Con un puntito festivo. De abanicos y cháchara, de móviles y caramelos. Vamos, un infierno para cualquier melómano. Pero que ellos, familiares, amigos y etecé de los cientos de coralistas “participativos”, se lo pasaron pipa. Ni les cuento cuando reconocieron el célebre “Hallelujah”. ¡La apoteosis! Pero un Mesías así, es como lo de “popularizar” la ópera malcantando micrófono en mano cualquier aria resultona de ópera en un estadio de fútbol o lo que se ponga por medio, con tal de que la enormidad posibilite un taquillaje resultón.
Pero artísticamente, El mesías de este año ha sido un señor fiasco. Impropio en una sala de conciertos del prestigio y trayectoria del Palau de la Música. La Orquestra de València, dirigida por Aarón Zapico, sonó el jueves borrosa y particularmente desajustada, roma y de brocha gorda, mientras que los multitudinarios y desiguales coros, ubicadas en los bancos de coro y las terrazas laterales de la Sala Iturbi, mostraron más intención y voluntad que calidad o empaste, integrados por varias formaciones valencianas lideradas por la rodada Coral Catedralicia que lidera Luis Garrido.
Pero lo peor de lo peor radicó en el equivocado y muy desigual cuarteto solista, con una soprano -Pilar Alva Martín- desbordada y más verde que el perro del Loco de la Colina, y una mezzo -Lucía Caihuela- imposible, que pasó más que apuros en el imposible empeño de sacar adelante una partitura que excedía sus cortitas capacidades vocales y artísticas. Casi sonaron más sus escandalosos tacones sobre la tarima del escenario que su voz fuera de lugar.
Tanto el tenor Pablo García López como el barítono José Antonio López, ambos de carreras consolidadas y bien acreditadas, se mostraron muy por debajo de ellos mismos.
En el caso del tenor cordobés, por la distancia vocal y estilística con el repertorio y expresión que requiere Händel, y en el del barítono murciano, por la inadecuación de su registro baritonal para atender un papel que precisa un bajo de peso y fuste. Naturalmente, las pasó canutas y se las vio y deseó en el aria “The trumpet shall sound”, en la que solo brilló la trompeta virtuosa, arrojada y segura de Raúl Junquera, solista de la Orquestra de València, que a la postre fue el único triunfador de tan gris noche.

Aarón Zapico al frente del coro participativo y la Orquestra de València
Aarón Zapico (Langreo, 1978) concertó tiempos vivos y, en ocasiones, hasta precipitados. Descuidó gradaciones dinámicas, no entró en asuntos tan vitales como el de la articulación y fracasó en calibrar el complicado balance entre una orquesta de reducida plantilla y las multitudes corales. Fue un Mesías imposible. Plano y poco indagador, de gruesas texturas, cercano a la rutina y alejado de cualquier intención estilística, algo que, por otra parte, sería remar a contracorriente de la intención popular y “participativa” del invento, cuyo concepto entraña su propio pecado original.
El fracaso artístico ¿acaso? quedó compensado por el éxito de público. Al final, todos contentos: los melómanos, que conocen el percal, tan felices en sus casas, quizá disfrutando en disco de alguna grabación de William Christie, Harnoncourt, Pinnock, Gardiner o el mismísimo Paul McCreesh, principal director invitado de la misma Orquestra de València, quien bien podría haber dirigido un Mesías en serio y de verdad, y no este engendro. Pero esto, lo del “Mesías participativo” es harina de otro costal…
Sin embargo, los que asistieron a este espectáculo en el Palau de la Música, ni les cuento. Y cuando después de todo, y de muchos aplausos, Zapico se animó a repetir y regalar como propina el “Hallelujah”, pues el acabose. El crítico, desubicado, cascarrabias y un punto cabreado, abandonó la sala y el concierto con cierto sabor agridulce. ¿Cosas de la edad? ¿Quizá del buen gusto? Camino a casa, resonaba la trompeta de Raúl Junquera. “The trumpet shall sound…”.

























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