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Por Publicado el: 04/08/2025Categorías: Actual, Colaboraciones

El Met protagoniza el culebrón del verano

 

El Met, los Soros y el Robin Hood de la ópera

Una muerte misteriosa sin aclarar, la familia del magnate norteamericano y la acuciante necesidad de fondos del primer teatro de ese país, el Met de Nueva York, se entrecruzan en uno de los sucesos más sorprendentes del verano musical.

El Met y peter-gelb-metropolitan-opera

Peter Gelb, responsable de la Metropolitan Opera

El culebrón que estos días de canícula mantiene entretenidos a los neoyorquinos, principalmente aquellos con vivienda en el Upper East Side y una segunda residencia en los veraniegos arenales de los Hamptons, bien podría servir como argumento para una ópera. Porque ,además, se desarrolla en el ámbito de uno de los más exclusivos recintos líricos de la actualidad.

Desde luego, el argumento, con dosis de intriga, traiciones, lujo y hasta un cadáver daría para una serie. De hecho, ya existe una bastante parecida, resuelta en una única temporada, también basada en hechos reales, en Netflix: la de aquella rubia buscavidas que se hacía pasar por una aristócrata europea hasta convertirse en una celebridad gracias a las memorables estafas a sus ricos amigos. Pero la nueva podría beneficiarse de nuevos capítulos que sirvan para prolongar su duración en el tiempo.

La historia aún no ha acabado ni sus delicadas consecuencias. Esta misma semana, parece que el gerente del Metropolitan de Nuerva York, Peter Gelb, en plena negociación de los salarios de los empleados (orquesta y personal técnico) del principal teatro de ópera norteamericano, ha tenido que ser muy claro con ellos: no hay dinero en la caja para realizar los aumentos pretendidos por el personal (algunos músicos se han quejado de que cobran lo mismo desde hace un par de décadas).

A nadie en ese coliseo parece escapársele que la propuesta de Gelb, escorando la programación hacia el estreno de óperas contemporáneas para llegar a otros públicos, ha sido un completo fracaso que, lejos de volver a llenar las arcas del Met, ha disminuido sus menguantes reservas aún más. Ni éxito artístico ni económico. Mientras, una publicación de la ciudad ha destapado un escándalo que supone un nuevo varapalo financiero, especialmente para el gestor, que contaba con unos fondos que ya no llegarán, al menos no por esa vía.

Para mayo pasado, Gelb esperaba recibir una generosa donación de 15 millones de dólares de un conocido filántropo. A los dos días del anunciado primer pago de la dádiva, que nunca se produjo, el caballero blanco dispuesto a aliviar el presupuesto de la prestigiosa institución musical (de más de 400 millones de dólares por temporada), apareció misteriosamente muerto en su casa.

Hasta ahora, solo los miembros de la junta del Met debían conocer los entresijos de la noticia. Pero el “New York Magazine” acaba de desvelar la identidad, y los detalles de su azarosa vida entre cachorros de magnates y distinguidas instituciones culturales, de Matthew Christopher Pietras, solo conocido, y no por todo el mundo, en los elitistas círculos sociales de esa ciudad.

Pietras, de 40 años, que llegó a alcanzar cierta notoriedad como mecenas de las artes, ejerció durante su corta vida de una suerte de moderno, particular Robin Hood. En su caso, se ocupaba de estafar a los ricos para que los neoyorquinos, y sus visitantes, pudieran continuar admirando colecciones artísticas como las que alberga la Colección Frick. O asistir a las representaciones operísticas del Met en Lincoln Center.

Esa sería la explicación más romántica. En realidad, el motivo de sus acciones solo perseguiría un fin: cultivar su sofisticada aura de moderno mecenas, vinculando su nombre al de las propias instituciones que, en correspondencia, le otorgaban lustrosos cargos honoríficos. De ese modo, atraía además la atención de sus amantes, jóvenes atractivos, como él, con los que compartía su excitante modo de vida.

Pietras, hijo de un suburbio de Wilbraham, en Massachusetts, se las ingenió desde pequeño para triunfar en una de las principales industrias modernas, la de la apariencia. Sin fortuna familiar a la que aferrarse, se esmeró por forjarse una imagen seductora, adornada con bastante pluma, al tiempo que desarrolló unas más que contrastadas habilidades para saltarse peldaños en la escalera de las relaciones sociales.

Su audacia le llevaría hasta lo más alto que podía aspirar un tipo sin grandes estudios, aunque sobrado de ganas de abrirse paso entre la élite. De algún modo, su innato buen gusto le abrió primero las puertas de la fortuna de Courtney Sale Ross, una filántropa viuda del fundador del emporio Time Warner, a la que le prestaba su reconocido olfato para acertar siempre con la adecuada elección de las telas y los muebles más exquisitos.

Convertido en una especie de mayordomo con credenciales de “personal shopper” para ricas aburridas (a quienes suele entretenerles servirse de un eunuco con cierta clase para elegir el vino o la pasmina), Pietras también lograría camelarse a una de las ex mujeres del multibillonario George Soros. Cautivada por su presencia, educación y personalidad, la señora lo contrató como asistente personal del hijo más pequeño del magnate, Greg, un artista conceptual con problemas mentales. Su misión era auxiliarlo en las necesidades de la vida cotidiana, sacándolo por ahí y ocupándose, hasta cierto punto, de sus finanzas del día a día. Con él, llegaría a establecer una relación muy cordial: juntos pasaron parte de la pandemia en las Bahamas, según recoge la publicación neoyorquina.

La confianza que el sirviente (a saber, si se convertiría en un remedo de aquel que Joseph Losey retrataba en su extraordinaria película, con el gran Dirk Bogarde) estableció con sus empleadores constituyó la gasolina que impulsó su ambición. Mediante sumas que iba distrayendo de las tarjetas de crédito sin límite, y por otros medios poco claros, realizó las donaciones que lo convirtieron en uno de los destacados filántropos de la Frick Collection y del Met, donde alquilaba los mejores palcos para agasajar a sus amistades, como en recientes inauguraciones de sus temporadas con Porgy and Bess y Medea.

El final para Pietras se le apareció cuando se propuso desviar dinero de las cuentas de Soros hacia su prometida donación al Met, de 15 millones de dólares. El pasado 28 de mayo, el banco no autorizó el primer pago de una transferencia fraudulenta por 10 millones, para disgusto del teatro. Dos días más tarde, el portero del edificio halló muerto al improvisado benefactor en el interior de su piso. Las causas se desconocen, aunque hay quien apunta a algún problema de tipo coronario.

El peor disgusto se lo ha llevado Peter Gelb, al quedarse sin el enorme regalo prometido, con el que ya contaba, y la constatación de que, presuntamente, todas las donaciones anteriores habrían sido fruto del mismo engaño. El radar del responsable del Met señala ahora hacia Arabia Saudí para reparar el descalabro, aunque los miembros de su junta no parecen tenerlo del todo claro: ¿la misma persona que ha denunciado a la soprano rusa, Anna Netrebko, por su supuesta afinidad con Putin, impidiéndole actuar en este teatro, está dispuesto a recibir el dinero de un país que supuestamente ha eliminado a un opositor, el periodista del Washington Post Jamal Kashoggi, por sus críticas hacia la familia gobernante de ese país?

De todos modos, los platos sucios se lavan en casa. Con Pietras desaparecido, y el nombre de la conocida familia Soros pululando sobre un asunto turbio que ellos pueden resolver sin agobios (aunque en realidad solo sean unas víctimas), quizá aparezca por allí con alguna calderilla sobrante la buena de Daisy. La cuñada de 93 años del magnate, además de miembro de la junta del Met, ejerce ya como una de sus principales donantes. El dinero nunca será un problema. Pero la historia del filántropo advenedizo tiene una serie. Al tiempo.

César Wonenburger

(Publicado en El Debate)

 

 

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