James Gaffigan: “La primera vez que escuché ‘Tristan e Isolda’, me dormí”
Reconocido por su espíritu colaborativo y su forma natural de abordar la partitura, James Gaffigan se ha convertido en uno de los directores más versátiles de su generación. El hasta hace poco titular de Les Arts y director principal de la Komische Oper de Berlín, ha logrado combinar con éxito la ópera y el repertorio sinfónico. Ganador en 2004 del prestigioso Concurso Internacional de Dirección Sir Georg Solti, Gaffigan defiende que el papel del director no es imponer, sino generar confianza y escuchar.

El director James Gaffigan en su debut al frente de la Orquesta de la Comunidad Valenciana
Lejos de los clichés, el director norteamericano James Gaffigan sostiene que el público contemporáneo está más preparado que nunca para adentrarse en el universo wagneriano, en una reciente entrevista ofrecida al medio en línea OperaWire. “Mi generación y las siguientes crecieron con Juego de tronos, Star Wars o Breaking Bad; sabemos lo que es seguir una saga épica”, explica. Para él, títulos como Das Rheingold o Die Walküre son la puerta de entrada perfecta a Wagner, mientras que Tristan und Isolde exige otra disposición, casi meditativa.
Como anécdota, el director recuerda que en su primer Tristan se durmió, admitiendo que “no estaba preparado. Pero con el tiempo entendí que esa abstracción tenía una profundidad única, como ocurre con el buen vino o con Shakespeare: una vez adquirido el gusto, no hay vuelta atrás”.
Criado en Nueva York en una familia sin tradición musical, Gaffigan descubrió su vocación casi por azar: tocó guitarra y clarinete hasta que eligió el fagot, instrumento que le abrió las puertas de la universidad con beca. “Cuando escuché mi primera orquesta desde dentro, supe que aquello iba a ser mi vida”, recuerda. Desde entonces, su misión es acercar la música a públicos que nunca han pisado una sala de conciertos: “Estoy convencido de que cualquiera, incluso el tipo más duro de Nueva York, se emociona si escucha a Pavarotti cantar Nessun dorma”.

James Gaffigan en el foso de Les Arts
Gaffigan insiste en que la principal virtud de un director es la empatía: “No hacemos sonido, lo hacen los músicos. Nuestro trabajo es saber cuándo intervenir y cuándo dejarles espacio”. Para él, dirigir ópera implica un grado extra de flexibilidad: respetar el tiempo y la respiración de los cantantes, incluso si ello contradice su propia idea de tempo. Su concepción del oficio se aleja de la imposición y se acerca al trabajo psicológico: generar confianza, motivar sin ordenar, y convertir a la orquesta en un organismo vivo y coherente.
Entre sus próximos retos figura completar el ciclo del Anillo wagneriano, un proyecto que considera “un sueño absoluto” y que aspira a dirigir en un gran teatro internacional. También le ilusiona debutar con el Otello de Verdi y rescatar joyas poco programadas como Król Roger de Szymanowski, ópera que llevará a escena en los próximos años. Además, prepara la monumental Octava Sinfonía de Mahler en Berlín, el único título del compositor que aún no había abordado.


























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