Crítica: ‘Luisa Miller’ en Les Arts, cuando lo sobresaliente se convierte en memorable
Luisa Miller, cuando lo sobresaliente se convierte en memorable
LUISA MILLER, de Giuseppe Verdi. “Melodramma tragico” en tres actos. Libreto de Salvatore Cammarano, basado en la obra de teatro Kabale und Liebe (Intriga y amor), de Friedrich von Schiller. Reparto: Mariangela Sicilia, Freddie de Tommaso, Germán Enrique Alcántara, Alex Esposito, Maria Barakova, Gianluca Buratto, Lora Grigorieva. Dirección de escena: Valentina Carrasco. Cor de la Generalitat Valenciana (Jordi Blanch Tordera, director). Dirección musical: Mark Elder. Lugar: Lugar: Palau de les Arts. Entrada: 1.412 espectadores (lleno). Fecha: Miércoles, 10 diciembre 2025 (se repite los días 13, 17, 20 y 22 diciembre)

Luisa Miller ofrece un espectáculo completo en Les Arts © Miguel Lorenzo – Mikel Ponce
Asombro y admiración. A pesar del alto nivel que distingue las temporadas líricas del Palau de Les Arts, el estreno el miércoles de esta nueva puesta en escena de Luisa Miller (título verdiano que ya se representó en la ópera valenciana en 2008, dirigido entonces por Lorin Maazel) ha supuesto fecha particularmente relevante. No solo por el debut en el foso del flamante director musical de Les Arts y de su Orquestra de la Comunitat Valenciana, el veterano y baqueteado Mark Elder (1947), sino también por el calibrado y en todos sus detalles sobresaliente conjunto de virtudes que han convertido lo sobresaliente en memorable.
Es raro -casi inverosímil- que en algo tan complejo y variado como una ópera no haya fisuras o granos. Nada de ello se ha sentido en este estreno redondo y quizá solo comparable al liderado por Maazel hace 17 años. El muy pertinente reparto vocal, la suntuosa orquesta, el coro en día de gloria, la verdianísima concertación de Elder y la dirección de escena -simétrica e imaginativa sin estupidez- de la argentina Valentina Carrasco fueron protagonistas de una función para el recuerdo.
A diferencia de Maazel, Elder es un trabajador del podio, que trabaja minuciosamente, buscando el detalle y la perfección. Un artesano del sonido, un orfebre de la música que no deja nada al azar. Y lo hace sin que este trabajo exhaustivo merme el caleidoscópico vuelo de una función vibrante de emoción y sentido dramático, plena de pulso y nervio, pero también de esa efusión melódica característica de este Verdi aún temprano -1849-, que tanto bebe del belcanto, pero que, al mismo tiempo, apunta no ya a la inminente y famosa trilogía –Rigoletto, Trovatore, Traviata-, sino al futuro cercano de Vísperas sicilianas, Boccanegra o incluso Ballo in maschera.
Basada en un preciso libreto de Salvatore Cammarano inspirado en la obra de teatro Kabale und Liebe (Intriga y amor), de Friedrich von Schiller, Luisa Miller rezuma fuste dramático y altura operística. Ya en la breve pero magistral obertura, cargada de tensión e intriga, asoma este vuelo de excelencia que no menguará ni en un instante de los tres actos. Elder clarifica texturas, deja asomar todo en una interpretación cristalina, transparente como los sentimientos a flor de piel de Luisa, “la inocencia sacrificada”, como escribe Gonzalo Alonso en La Razón.

El tenor Freddie de Tommaso © Miguel Lorenzo – Mikel Ponce
La dirección de Elder destiló equilibrio, estilo, pasión, naturalidad y esa cercanía con la partitura exclusiva de quien lleva décadas conviviendo con sus secretos y con los modos y maneras del compositor. Su trabajo resultó magistral en una noche de gran ópera en la que reinaron el nervio y la inspiración verdianas.
La OCV sonó imbuida de ímpetu verdiano. Brillaron todas sus secciones y componentes, desde el solista de clarinete -tan coprotagonista en esta partitura, defendido por James Gilbert- a una cuerda sedosa y translúcida, unas maderas que cantaron como las voces y un metal poderoso y jamás estridente, como la siempre precisa percusión y los timbales. Fue, en definitivamente, la misma aplaudida orquesta de Lorin Maazel de 2008, pero más hecha, cuajada y trabajada. En el coro también se sintió el concienzudo trabajo de Elder: desde la dicción a la homogeneidad, temple, maneras y entonación de las diferentes voces.
No cabe destacar, por sus sobresaliente globalidad, a nadie en el galvanizado elenco vocal. La soprano Mariangela Sicilia, que reemplazaba a la embarazada Federica Lombardi, se metió en la piel y en el alma de la desventurada Luisa Miller. Volcó su vocalidad, brillante, ligera y afinada, en una interpretación que actoral y vocalmente, reflejaba la fragilidad y drama del personaje.
Desde el aria de apertura –“Lo vidi e’l primo palpito”, al tremendo encuentro del segundo acto con el perverso Wurm, hasta la gran escena final, con el dueto “Ah piangi; il tuo dolore” con Rodolfo, y el trío con su padre Miller y el propio Rodolfo (“Padre, ricevi l’estremo addio”), se creció con desgarro hasta envolver al personaje en una dimensión dramática pareja a las de sus hermanas Violetta, Leonora o Gilda.
El papel de Rodolfo fue asumido por una estrella de la lírica actual tan categórica como el tenor anglo-italiano Freddie de Tommaso, de poderosos y generosos medios, que, bien guiado por la batuta de Elder, supo contener su tendencia verista para perfilar un Rodolfo de alto empaque.
Entregado y con luminosa vocalidad en la famosa aria “Quando le sere al placido”. También con calado actoral y perfecto en el difícil equilibrio de sentimientos que le inducen su pasión por Luisa y la mentira y perfidia del “gusano” Wurm y ambicioso padre, el Conde de Walter, robustamente encarnado por el barítono-bajo Alex Esposito en glorioso estado vocal.

Imagen de la producción
© Miguel Lorenzo – Mikel Ponce
El bajo Gianluca Buratto cargó de maldad y libidinosas sinuosidades un personaje operísticamente tan característico -vocal y actoralmente- como el malvado Wurm, viva personificación del mal, un tipejo casi tan repugnante como Celedonio, el monaguillo de La Regenta. Sobresaliente, igualmente, el barítono argentino Germán Enrique Alcántara que otorgó dignidad y fina expresión al papá Miller. Cumplió con más que notable corrección la mezzo rusa Maria Barakova en el papel breve pero relevante de la duquesa Federica.
A esta generalizada excelencia contribuye el estudiado y cuidado trabajo de Valentina Carrasco, que imagina una fábrica de muñecas como entorno de una escenografía simétrica y efectiva de Carles Berga, realzada por la sugestiva y limpia iluminación de alguien tan de la casa como Carles Berga. Granados no se mete en camisa de once varas. Tampoco se mete en excentricidades.
Ambienta y cuenta la acción con claridad e imaginación, en un espacio estratificado -arriba el palacio de Walter, abajo todo lo demás- limpio y sugestivo, henchido de sugestión e intención. La gran W que en las alturas preside todo, podría ser Walter, sí, pero también Wurm, o, ya puestos, Wotan, el dios wagneriano.
En definitiva, memorable noche de ópera, que lamentablemente quedará indocumentada por la ausencia del documento estimulante del recuerdo que es el imprescindible programa de mano. Perdidos quedarán así, también, los valiosos textos que figuran en la web del Palau de Les Arts, firmados por Valentina Carrasco y el crítico Alberto González Lapuente. En el olvido sí queda el impresentable concierto en paralelo ofrecido por bastantes teléfonos móviles empeñados con su escandalera en dar al traste con la función. Por fortuna, el arte se impuso sobre el bochorno.
Publicado en el diario LEVANTE

























Últimos comentarios