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Critica: Pequeño caleidoscopio sacro conquense
Por Publicado el: 24/04/2019Categorías: En vivo

Crítica: “Falstaff” da el pego en el Teatro Real

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Falstaff en el Teatro Real. Foto: Javier del Real

“Falstaff” da el pego

“Falstaff” de Verdi. Roberto De Candia, Joel Prieto, Christophe Mortagne, Mikeldi Atxalandabaso, Valeriano Lanchas, Rebecca Evans, Simone Piazzola, Ruth Iniesta, Daniela Barcellona, Maite Beaumont. Daniele Rustioni, dirección musical. Laurent Pelly, dirección escénica. Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Teatro Real. Madrid, 23 de abril de 2019.

Hacía seis años que Verdi, que ya era octogenario, había estrenado “Otello” (1887) y en este periodo se planteaba muchas dudas sobre escribir una nueva ópera. Su esposa, Giuseppina, no perdió la oportunidad de empujarle a ello y hasta brindó, en una cena con el editor Ricordi, por el nacimiento de un nuevo niño que habría de ser “Falstaff”. Verdi había visto “Las alegres coadres de Windsor” cincuenta años antes y le había atraído. ¿Por qué se resistía Verdi a abordar esta obra? Porque su segunda ópera – la cómica “Un giorno di regno”- había resultado un fracaso absoluto. También por estar pasando unos tiempos difíciles en lo económico, con varios fallecimientos de allegados y con un distanciamiento con el director de la Scala. Sin embargo, no sólo le tentaba Giuseppina, sino también Boito, el compositor de “Mefistófeles”, con el que se había llevado mal, pero con el que acabó haciendo migas para “Simon Boccanegra” y “Otello”. Le escribió un libreto magnífico y la ópera vio finalmente la luz en la Scala en 1883.

Desconcertó al público, pero se impuso su genio, su fama y el venerable anciano que era. La obra suponía un gran cambio en el estilo verdiano. “Otello” había supuesto un gran avance, un intento logrado de superar a Wagner por otras vías, pero ahora habían desaparecido las arias, los recitativos, surgía un ritmo impetuoso como rossiniano, casi ofrecía más interés la armonía que una música continua con cambios constantes y en la escena surgía un movimiento nuevo. Tan nuevo que Verdi pidió expresamente que la cuidaran hasta el director del coro y que la música, a la que no consideraba difícil, se cantase de una forma distinta. Verdi no sabía que acababa de inventar el germen de un nuevo género, el musical, el que sustituiría a la ópera en el siglo XX. Wagner inventó la telenovela en su “Tetralogía” y Verdi el musical en “Falstaff”. Por eso el público actual disfruta mucho más con esta obra que el de hace cien años. El estreno fue un gran éxito porque se trataba de Verdi y la expectación enorme, llegando a instalarse en el teatro un cuarto de telégrafos para la prensa y alcanzando los vítores el hotel del compositor.

¿Una ópera cómica? Sí y no. Verdi, tras aquel fracaso inicial, había bordeado los números cómicos en escenas como las de Melitone en la “Forza del destino”, pero siempre con un poso de amargura, porque la vida está hecha de grises y por eso “Falstaff” es una ópera mixta. Un pasaje de Alice recuerda al Oscar del “Baile de máscaras” y notas en cuerdas y maderas la escena del Nilo de “Aida”. Verdi siempre es Verdi. Se rememora así mismo y hasta se ríe. La obra, en do mayor, tiene tres actos. Muy modernos I y II y un peculiar tercero, en el que vuelve la ópera tradicional a través de Nanneta y Fenton, con aria y dúo, para concluir con una novedad total: la fuga en concertante con “Todo es burla en el mundo”. Mozart apuntó otro tanto en el final de su sinfonía “Júpiter”. Se ha dicho que “Falstaff” es la obra favorita de quienes “saben música” y “Otello” de quienes “saben de música”.  

Falstaff, el protagonista, es un individuo en el que, como señala Matabosch en sus notas, el honor, la honestidad y la buena fe carecen de sentido. Un individuo que se burla de la palabra, que manipula en su propio provecho, que busca su propio placer por encima de cualquier otra consideración. Esto, la expectación en su estreno, la sala de telégrafos de la Scala o los vítores en el hotel, no se por qué, me recuerda el muy publicitado espectáculo político paralelo que se ofrecía a la misma vez en una televisión.

En mi memoria histórica figuran, entre otros muchos, Geraint Evans, Taddei, Gobi o Karajan con la Filarmónica de Berlín. Una suerte y una desgracia a la vez, como comentaba ayer mismo con Teresa Berganza. El Teatro Real presenta una coproducción con Bruselas, Burdeos, la Tokyo Nikikai Opera y Neoescenografia y es quien la estrena. Ha pasado por varios incidentes hasta llegar a su escenario, con cambios importantes en el reparto. Roberto de Candia no tiene la voz para Falstaff ni le dota del empaque necesario. Simone Piazzola cumple discretamente como Ford. Eficaces Christophe Mortagne, Mikeldi Atxalandabaso y Valeriano Lanchas. La frescura de Ruth Iniesta sobresale entre los papeles femeninos. Correcta Maite Beaumont como Meg, mientras que la veterana Daniela Barcellona se encuentra fuera de papel, por físico y por falta de los graves siempre esperados en “Reverenza!” o “Povera donna!”. Lo suyo es más Rossini que este Verdi. A Joel Prieto le falta la dulzura del fraseo. Pero, todos actúan y eso tiene un valor.

La orquesta es fundamental en una partitura llena de filigranas, con notas que acompañan y completan la palabra.  Daniele Rustioni cumple sin más, controla pero escasea en el matiz. No bastan los fortes orquestales al final de cada escena. Precisa una mayor madurez. Laurent Pelly diseña una producción que, aunque traslade de época la acción, tiene la virtud de nacer de la música y no de “genialidades” y aún mayor virtud: ofrecer auténtico teatro. Funciona. En el escenario hay casi un musical y esta es la gran baza del espectáculo junto algo que es inherente a la obra: su homogeneidad. Por eso, aunque seguro que el término no gusta en el teatro, da “el pego”. No busquen genialidades. Pero, queridos lectores, ¿acaso éste no es el mundo en el que vivimos hoy? ¿No es lo que sucedía en paralelo en nuestra televisión? Verdi tenía razón: “Todo el mundo es burla”, pero en nuestro tiempo habría añadido «Burla y manipulación». A nosotros nos corresponde no admitir las tomaduras de pelo cuando la manipulación se excede para tomarnos por tontos, algo frecuente en la ópera -y en la vida- de hoy día que, afortunadamente, no es el caso de este “Falstaff”, bastante disfrutado por el público. Gonzalo Alonso

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